Aflicciones presentes gloria venidera
El apóstol Pablo escribiendo a la iglesia en Roma dice
textualmente “pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no
son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos
8:18) Para el apóstol el sufrimiento experimentado por la iglesia no era algo
ajeno a la vida y con estas palabras los anima a perseverar en la fe. Ellos tenían
dos cosas: sufrimiento y gloria. Este dueto se conjugaba muy bien en los
primeros cristianos. A mayor sufrimiento mayor la esperanza en la otra vida, a
mayor la amargura producida por el sufrimiento mayor la dulzura del cielo.
Este sufrimiento está presente desde un inicio y deja
huellas profundas en la persona y el trabajo del apóstol Pablo. Este
sufrimiento mata al duro y feroz fariseo Pablo, al fanático religioso que no
duda en matar por su doctrina y hace aflorar al Pablo humilde hijo de Dios, hermoso
siervo de Cristo, conocedor de la gracia divina.
El sufrimiento mata en Pablo el orgullo y la arrogancia
intelectual y espiritual y deja en cambio en evidencia toda su debilidad y toda
su dependencia. La aflicción mata en Pablo toda seguridad y deja florecer la
esperanza y lo lleva a la arrobadora experiencia de conocer al Cristo glorificado
y a pesar del dolor el apóstol se rinde en servicio, amor y adoración.
Muchas veces en sus epístolas deja ver que sin sufrimiento
no hay avance, que sin oposición y sin lucha no hay poder espiritual, porque
este se desarrolla y está al servicio del hombre de Dios cuando este enfrenta
oposición y sufre, paga el precio por ser un hijo de Dios y se regocija en
ello.
En Pablo es posible ver también las expectativas de la
gloria futura y estas se refleja también en su ministerio. Los escritos de
Pablo huelen a la gloria venidera, la puede ver por fe, la puede sentir cerca, la
tiene allí, frente a su cara, casi tocándola con la mano. Sus epístolas están
llenas de cielo, de eternidad, de gloria y con esta esperanza alienta a los
hermanos de Roma y a cada generación de cristianos que sufre. La gloria venidera
es real. Hay un mundo paralelo, invisible pero muy real. Por eso trabajamos,
por eso sufrimos, la verdadera morada del cristiano está allá en la gloria,
este cuerpo es solo una tienda de campaña. Por eso tantas personas prefirieron
morir a negar su fe, a renegar, a traicionar, tenían puestos los ojos en ese
mundo invisible pero muy real.
Nuestra amada iglesia presente carece de ambas características,
al menos una buena parte de ella. No hay ni sufrimiento ni esperanza gloriosa y
esto también deja huellas. Hombres y mujeres procuran el éxito espiritual pero
sin pagar el precio del sufrimiento. La iglesia busca el respaldo en las leyes,
en la opinión pública, en los medios de comunicación, pero evita el dolor y
sufrimiento de la oposición y la persecución.
Hombres y mujeres bien intencionados buscan hacer la obra de
Dios y vivir la vida de Dios pero sin sufrimiento y gustamos de la imagen de un
líder cristiano ejecutivo, con oratoria, que grite mucho, que sea motivador,
que proyecte éxito y sin embargo olvidamos las palabras de Jesús “en el mundo
tendréis aflicción”. Proyectan y predican un evangelio humano, cómodo, sin cruz
olvidando una vez más las palabras de Jesús, “aquel que quiera venir en pos de mí,
tome su cruz y sígame” y millones de personas creen un evangelio donde no hay
aflicción, solo éxito y fiesta contínua.
La obra de Dios sin sufrimiento es distinta a cuando surge o
se realiza en medio de la aflicción. La iglesia que avanza en medio de la
aflicción es una iglesia que busca el poder, la gracia y el gozo que viene de
la presencia misma de Dios. Es una iglesia que ora y que adora, porque ha visto
a Dios consolando a su pueblo. Cada alma salvada es el resultado de un precio
alto que más de alguien pagó, a costa de su tiempo, su salud, sus recursos y
hasta su propia vida.
La iglesia actual tampoco tiene esperanza gloriosa. Vivimos
como si todo lo que existiese fuera este mundo y tal vez por eso evitamos el
sufrimiento. No hay esperanza gloriosa, somos esclavos de los valores de la
modernidad, la razón, la salud, el escepticismo, el presente, lo relativo y nos
cuesta tanto alzar nuestros ojos al más allá. Vivimos apegados al suelo,
nuestras predicaciones giran en torno al hombre y sus necesidades, estamos
preocupados de la estética, del medio ambiente, pero no escuchamos hablar de la
gloria venidera, de cómo se ven las aflicciones o la muerte frente a esta
perspectiva, donde el morir es ganancia y si se vive o se muere somos del
Señor. Como los no creyentes negamos la enfermedad y la muerte, nos avergüenza sufrir,
nos quita dignidad porque hemos perdido de vista esa gloria venidera prometida
donde todo será hecho nuevo. Sin la esperanza de esa gloria seguimos siendo
niños y juzgamos como niños.
Una iglesia que recibe oposición, que sufre, que paga un
precio y que al mismo tiempo que lucha tiene puesto los ojos en el futuro, en
la gloria, en es capaz de dividir el tiempo entre un “ahora doloroso” y un “pronto
glorioso” no se apega al suelo ni al cielo. Tiene un ojo aquí y otro allá.
Sufre y en medio de la endecha escucha los acordes angélicos de la gloria que
le espera. Una obra divina que se hace en medio de la aflicción no es
superficial, el dolor quema lo superficial. En una obra así hay belleza, hay
pureza, hay santidad. El fuego purifica el oro, y su brillo crea admiración,
sorpresa, alegría. El dolor crea sinceridad, autoridad, crea el carácter de
Cristo, crea futuro, crea eternidad.
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