Juan E.
Barrera
Querido Joaquín, hoy cumplirías 17 años en esta tierra pero no estás. Este mes lucí una chapa del gato cósmico,
el Doraemon, en tu honor y a todos lo que me preguntaban por qué la usaba les hablé de
ti. Este año también noté, al mirar las fotografías en la puerta del
refrigerador, que en mi mente sigues teniendo 9 años y continúas siendo ese
niño gordito y divertido, inteligente y sensible que comía sándwiches de lechuga y escuchaba a la
Shakira. La puerta del refrigerador se parece a mi mente y a mi corazón. Allí
paró el tiempo para ti y para nosotros, al menos este tiempo. En estas fotografías eres un
bebé, tomando mamadera sentado en medio de la piscina. Eres un niño pequeño
aprendiendo a andar, sentado en las piernas de un viejo pascuero junto con tu
hermano. Celebramos uno de tus cumpleaños con torta y regalos. Luego estás con
tus eternos amiguitos y tus primos. La puerta del refrigerador está llena de
recuerdos, de risas, de aromas, de bromas. Allí están también tus abuelos, que se marcharon poco tiempo después
de ti, está tu primo, está tu madre un poco más joven y estoy yo con muchísimos
años menos, en la puerta del refrigerador ¡paró el tiempo!
Hoy tendrías 17 años y me cuesta
imaginar cómo serías físicamente ¿Serías alto, pequeño, gordo flaco? ¿Serías
alegre como cuando te fuiste? Fuera de la puerta del refrigerador el tiempo ha
seguido indolente su curso, como un río torrentoso sin retorno. Hoy Simón es un gigante que toca la guitarra
eléctrica, tu amiga Isidora va a la universidad y es muy linda. Vicente trabaja
y Alonso hace vida de pareja. Nuestro “cochino Larry” ya terminó su carrera y
está trabajando y todavía tiene la pieza desordenada, la Pupy sigue pelucuna y regalona.
En la puerta del refrigerador
todo es felicidad, perfección en la imperfección, seguridad en la vulnerabilidad, confianza en la fragilidad, es alegría, movimiento,
crecimiento. Fuera de ella nos has enseñado varias cosas: a vivir con la casi felicidad,
porque nunca será la felicidad completa sin ti. Vivir la omniausencia, porque no estás
pero siempre estás y en esa ausencia apareces, vienes. Estás en mis canciones
favoritas, en mis novelas predilectas, en las películas, en los atardeceres
estivales en Santiago, en el canto temprano de los pájaros, en un niño que ríe
fuerte, en los Simpsons. Vivo en ese dueto estás-no estás, esperando el estar eterno y pleno.
17 años de los que solo
disfrutamos 9. Me esfuerzo en no preguntar por qué y me quedo con lo vivido en
el tiempo que te tuvimos, aunque hay días que me pregunto cómo sería la vida si
tú estuvieras aquí. ¿Contarías todavía los pasteles en la mesa? ¿Rayarías la
pared aún con las palabras Juan y Lupe?, ¿Cantarías hasta quedar afónico?
Sé que ese “si” es una fantasía y
sacudo la cabeza y la desecho. Me llevo a la boca la realidad, con reticencia,
con resistencia y cerrando los ojos la masco, con precaución como cuando se
sabe que algo es amargo. Otras veces con furia o con resignación la mastico y me la trago,
entre lágrimas. La hago parte de mí, de lo que soy. Joaquín, caminas conmigo, te
ríes, lloras, enseñas, oras, cantas, adoras, dudas, te aburres, reflexionas,
amas conmigo.
Cada día, cada noche al abrir el
refrigerador te veo y en mi mente sigues teniendo 9 años, aunque hoy cumplirías
17.