lunes, 9 de mayo de 2022

El sufrimiento en la cultura actual

El sufrimiento en la cultura actual

La negación de la muerte

Pierre Chaunu, un historiador de las culturas en la Universidad de París, a quien cité en mi libro Tengo un hijo en el cielo, escribe:

“Al no poder expulsar a la muerte de nuestra vida, se ha decretado que es vergonzosa, que es indigna de nosotros, que debemos arrojarla de nuestra mente. La han excomulgado porque pone en crisis todas las culturas hegemónicas de nuestro tiempo. Como no han podido hacerle sitio, la han ocultado, proscrito y prohibido.”[1]

La muerte se esconde y se niega. Se esconde porque resulta muy incómodo hablar del tema y más aún participar de una situación relacionada. Una vez hace ya varios años, entré a la UCI de un hospital a despedirme de una compañera de trabajo aquejada de un cáncer terminal. Tuve que pedir una autorización especial para verla. Estaba inconsciente, me acerqué a ella y con mucho cariño le dirigí unas palabras. Podía oír los latidos de mi corazón entre los ruidos de las máquinas. Reinaba un silencio tremendo en la sala. Los pacientes estaban aislados, solos, el personal médico hablaba casi en susurros. Era la presencia de la muerte lo que sobrecogía. Mi colega partió de este mundo pocas horas después de mi visita.

En el pasado las personas morían rodeadas de sus seres queridos en su hogar. Tenían tiempo para conversar, reconciliarse, disfrutar del último tiempo con sus familiares. Los abuelos se despedían de sus nietos y la muerte era vista con cierta naturalidad. Algunos pedían levantarse de la cama, si podían hacerlo y recorrer por última vez su propia casa, se despedían de todos y luego marchaban. Hoy muchísimas personas mueren solas en la sala de un hospital. Recuerdo con mucho cariño a una señora muy agradable cuya parte de su sufrimiento es no haber estado con su hija, su única y adorable hija cuando esta partió aparentemente solita.

 

-Luego de tres meses, un atardecer, cuando ya quedaba muy poca luz del día, nos llamó a los dos a su cuarto donde pasó el último tiempo en cama. Partimos corriendo sin saber lo que pasaba y entramos asustados a la pieza. La encontramos tranquila sentada en la cama, pero nos hizo señas con la mano para que nos acercáramos y con voz muy suave, le dijo a mi papá-mi amor, el tiempo ha llegado-comenzamos a llorar con mi papá. –No lloren, mis amores-dijo ella. Tómenme del brazo, uno a cada lado y llévenme a pasear por última vez a nuestra casa.-La tomamos como pudimos entre los dos porque estaba muy débil y muy flaca. Le pusimos su bata favorita y la sacamos a pasear por la casa. Entramos a la cocina, luego fuimos al comedor, observó el sofá vacío del living. Quiso entrar al baño, después fuimos a mi pieza. Tocó por última vez mis cosas, acarició mi cama con ambas manos y besó una foto nuestra que yo tenía sobre mi velador y luego volvimos a su dormitorio.-Mi amor, esto parece que fuera mentira, parece un sueño, mi niña, mi dulce niña, no tengas miedo, sé fuerte. La acostamos en la cama con mucho cuidado y acomodamos una almohada en su espalda. Respiraba con esfuerzo, pero estaba tranquila. Miró a mi papá y le dijo:–Adiós, mi amor – siempre te voy a amar, bésame por última vez-y lo miró a los ojos. Luego que mi papá la besó en los labios, me miró y apenas susurró-Adiós, mi tesoro-siempre te voy a amar. Los amo a los dos. Yo la besé en la frente y la abracé como pude, sin poder contener las lágrimas.-

Se fue tranquilamente, levantó a penas la mano derecha, nos dijo –adiós, los espero en el cielo- y se marchó. (De mi novela El abandonado de Dios, aún no publicada)

 

Hoy muchas personas mueren totalmente solas en las salas de un hospital o de una clínica. No hay nadie alrededor, nadie para llorarlos, para abrazarlos por última vez. Algunos conectados a máquinas, entubados, sedados, se van de este mundo en el anonimato. Un biombo avisa que ya se ha ido, un llamado rutinario avisa a los parientes que vayan a despedirse, cuando eso solo es posible.

Entre las culturas hegemónicas mencionadas por Chaunu, podemos mencionar, sin lugar a dudas los regímenes autoritarios, el consumismo, la cultura del bienestar, la felicidad, el cientificismo, la cultura de la entretención, de la seguridad. A pesar del esfuerzo por ocultar el dolor y sufrimiento que se hace, estos aparecen una y otra vez.

Pearman [2] agrega otras dos características del mundo moderno en relación con la muerte en el mundo.

1. El mundo moderno le quita el rol que el sufrimiento tenía en las antiguas civilizaciones antiguas. El que sufría no se escondía, porque su sufrimiento formaba parte de un todo, no estaba de más, cumplía una función.

En las sociedades primitivas, a las que ciertamente no podemos retornar, pero a las que debemos referirnos como sustrato de nuestras reflexiones, hay dos figuras relacionadas con el sufrimiento, que nosotros hemos perdido. En ellas se cuenta con el sufrimiento que desarrolla su rol, su función. Dicha función hace posible transformar, hasta cierto punto, el propio sufrimiento en actividad, ya que cada rol exige del que lo desempeña un cierto rendimiento.

El mendigo, por ejemplo, en las sociedades primitivas, y aun hoy en bastantes sociedades islámicas, no es simplemente el socialmente fracasado que debe estar siempre mirando dónde poder quedarse, sino que desempeña un papel. Dicho papel pide una vestimenta adecuada, ciertas formalidades que el mendigo debe decir, etc. Lo suyo no es sólo aceptar lo que le dan, es decir, no ser sólo receptor de la beneficencia pública, sino que él también tiene algo que dar: el mendigo promete rezar por aquel que le da algo. De ese modo, la situación de sufrimiento no es para él una pura condena a la pasividad, como ocurriría entre nosotros con un náufrago que es sólo objeto de auxilios, sino que él también tiene que representar su papel con la dignidad que le corresponde.

Algo semejante podríamos decir de la viuda. Tras ella hay una catástrofe –más intensa aún en las sociedades primitivas–, pero sobrelleva su nueva existencia, por así decir, como quien representa su rol. A ese papel le corresponde un determinado ropaje, e incluso el llanto.

En estos casos, el sufrimiento no es propiamente algo que no debe suceder, y que si sucede convierte al paciente en víctima, en objeto pasivo de auxilios. El sufrimiento está allí previsto. Es posible que alguien pudiera decir: «es mucho mejor una sociedad que no prevé el sufrimiento, pero que se esfuerza por suprimirlo». De hecho, vivimos en una sociedad dinámica que, a diferencia de las sociedades primitivas, tiende a la abolición del sufrimiento. Pero la realidad es que una tal sociedad con su creciente actividad, cuando llega al límite más allá del cual no puede disminuir el sufrimiento, no tiene ya nada más que decir.

2. El mundo moderno vacía el sufrimiento del ritual del que estaba revestido

Era propio del primitivo dominio del sufrimiento una particular ritualización de las situaciones extremas. Nuestra sociedad, sin embargo, es incapaz de hacer algo semejante con la muerte, que es desviada hacia el anonimato de las clínicas. Cualquier hombre sabe que puede caer en sus garras en cualquier momento, pero ¡no hablemos de eso! De hecho, en ningún sitio se habla de ella y, desde luego, de ningún modo con los moribundos. Pero, sobre todo, ya no se enseña a morir. Los niños ya no ven cómo mueren los ancianos; no se enseña a morir, y así la mayor parte de la gente se encuentra con la muerte por vez primera en la suya propia.

La sociedad primitiva rodeaba a la muerte de un ceremonial. Morir no significaba en ella verse forzados a una actitud de pura pasividad: el morir pertenecía a la plena realización de la sociedad. Allí el curandero tenía, por su parte, la tarea de curar a los enfermos con hierbas y conjuros, pero, al mismo tiempo, también tenían su finalidad los ritos mágicos. Con ellos se realizaba algo. El paciente formaba parte con su sufrimiento de una actitud dramática.

El contraste con el curandero lo representa hoy el investigador médico, al que le interesa más la enfermedad como tal que el enfermo. El médico se sitúa, por decirlo así, entre el investigador de la Medicina y el curandero. Por una parte, cura de acuerdo con el nivel de su ciencia y de su propia experiencia médica; por otra parte, establece con el paciente un contacto personal que suaviza su situación y la integra en una relación activa. Parece que algo sucede, y cuando parece que algo sucede, es que realmente sucede algo.

La cultura actual no prepara a las personas para enfrentar el sufrimiento (Schweden ) citado en keller [3] dice que cada época de la historia ha preparado, a través de un discurso o una narrativa  a las personas para enfrentar el sufrimiento. Algunos han puesto énfasis en lo moral pensando  en el karma, la iluminación, la unidad con el todo y la propia tranquilidad. Otros han puesto el énfasis en vivir con honor, con virtud, pero la cultura presente no tiene un discurso para enfrentar el sufrimiento y por eso lo esconde, lo niega o lo evita.

 



[1] Citado en Barrera J.E. Tengo un hijo en el cielo…

[2] https://www.austral.edu.ar/capellania/mas-info/textos-espirituales/el-sentido-del-sufrimiento-distintas-actitudes-ante-el-dolor-humano/

[3] keller