El sufrimiento en la cultura actual
La negación de la muerte
Pierre Chaunu, un historiador de las
culturas en la Universidad de París, a quien cité en mi libro Tengo un hijo en
el cielo, escribe:
“Al no poder expulsar a la muerte de nuestra
vida, se ha decretado que es vergonzosa, que es indigna de nosotros, que
debemos arrojarla de nuestra mente. La han excomulgado porque pone en crisis
todas las culturas hegemónicas de nuestro tiempo. Como no han podido hacerle
sitio, la han ocultado, proscrito y prohibido.”[1]
La muerte se esconde y se niega. Se
esconde porque resulta muy incómodo hablar del tema y más aún participar de una
situación relacionada. Una vez hace ya varios años, entré a la UCI de un
hospital a despedirme de una compañera de trabajo aquejada de un cáncer
terminal. Tuve que pedir una autorización especial para verla. Estaba
inconsciente, me acerqué a ella y con mucho cariño le dirigí unas palabras.
Podía oír los latidos de mi corazón entre los ruidos de las máquinas. Reinaba
un silencio tremendo en la sala. Los pacientes estaban aislados, solos, el
personal médico hablaba casi en susurros. Era la presencia de la muerte lo que
sobrecogía. Mi colega partió de este mundo pocas horas después de mi visita.
En el pasado las personas morían rodeadas
de sus seres queridos en su hogar. Tenían tiempo para conversar, reconciliarse,
disfrutar del último tiempo con sus familiares. Los abuelos se despedían de sus
nietos y la muerte era vista con cierta naturalidad. Algunos pedían levantarse
de la cama, si podían hacerlo y recorrer por última vez su propia casa, se
despedían de todos y luego marchaban. Hoy muchísimas personas mueren solas en
la sala de un hospital. Recuerdo con mucho cariño a una señora muy agradable
cuya parte de su sufrimiento es no haber estado con su hija, su única y
adorable hija cuando esta partió aparentemente solita.
-Luego de tres meses, un atardecer, cuando ya
quedaba muy poca luz del día, nos llamó a los dos a su cuarto donde pasó el
último tiempo en cama. Partimos corriendo sin saber lo que pasaba y entramos
asustados a la pieza. La encontramos tranquila sentada en la cama, pero nos
hizo señas con la mano para que nos acercáramos y con voz muy suave, le dijo a
mi papá-mi amor, el tiempo ha llegado-comenzamos a llorar con mi papá. –No
lloren, mis amores-dijo ella. Tómenme del brazo, uno a cada lado y llévenme a
pasear por última vez a nuestra casa.-La tomamos como pudimos entre los dos
porque estaba muy débil y muy flaca. Le pusimos su bata favorita y la sacamos a
pasear por la casa. Entramos a la cocina, luego fuimos al comedor, observó el
sofá vacío del living. Quiso entrar al baño, después fuimos a mi pieza. Tocó
por última vez mis cosas, acarició mi cama con ambas manos y besó una foto
nuestra que yo tenía sobre mi velador y luego volvimos a su dormitorio.-Mi
amor, esto parece que fuera mentira, parece un sueño, mi niña, mi dulce niña,
no tengas miedo, sé fuerte. La acostamos en la cama con mucho cuidado y
acomodamos una almohada en su espalda. Respiraba con esfuerzo, pero estaba
tranquila. Miró a mi papá y le dijo:–Adiós, mi amor – siempre te voy a amar,
bésame por última vez-y lo miró a los ojos. Luego que mi papá la besó en los
labios, me miró y apenas susurró-Adiós, mi tesoro-siempre te voy a amar. Los
amo a los dos. Yo la besé en la frente y la abracé como pude, sin poder
contener las lágrimas.-
Se fue tranquilamente, levantó a penas la mano
derecha, nos dijo –adiós, los espero en el cielo- y se marchó. (De mi novela El
abandonado de Dios, aún no publicada)
Hoy muchas personas mueren totalmente
solas en las salas de un hospital o de una clínica. No hay nadie alrededor,
nadie para llorarlos, para abrazarlos por última vez. Algunos conectados a
máquinas, entubados, sedados, se van de este mundo en el anonimato. Un biombo
avisa que ya se ha ido, un llamado rutinario avisa a los parientes que vayan a
despedirse, cuando eso solo es posible.
Entre las culturas hegemónicas
mencionadas por Chaunu, podemos mencionar, sin lugar a dudas los regímenes
autoritarios, el consumismo, la cultura del bienestar, la felicidad, el
cientificismo, la cultura de la entretención, de la seguridad. A pesar del
esfuerzo por ocultar el dolor y sufrimiento que se hace, estos aparecen una y
otra vez.
Pearman [2]
agrega otras dos características del mundo moderno en relación con la muerte en
el mundo.
1. El mundo moderno le quita el rol
que el sufrimiento tenía en las antiguas civilizaciones antiguas. El que sufría
no se escondía, porque su sufrimiento formaba parte de un todo, no estaba de
más, cumplía una función.
En las sociedades primitivas, a las que
ciertamente no podemos retornar, pero a las que debemos referirnos como
sustrato de nuestras reflexiones, hay dos figuras relacionadas con el
sufrimiento, que nosotros hemos perdido. En ellas se cuenta con el sufrimiento
que desarrolla su rol, su función. Dicha función hace posible transformar,
hasta cierto punto, el propio sufrimiento en actividad, ya que cada rol exige
del que lo desempeña un cierto rendimiento.
El mendigo, por ejemplo, en las sociedades
primitivas, y aun hoy en bastantes sociedades islámicas, no es simplemente el
socialmente fracasado que debe estar siempre mirando dónde poder quedarse, sino
que desempeña un papel. Dicho papel pide una vestimenta adecuada, ciertas
formalidades que el mendigo debe decir, etc. Lo suyo no es sólo aceptar lo que
le dan, es decir, no ser sólo receptor de la beneficencia pública, sino que él
también tiene algo que dar: el mendigo promete rezar por aquel que le da algo.
De ese modo, la situación de sufrimiento no es para él una pura condena a la
pasividad, como ocurriría entre nosotros con un náufrago que es sólo objeto de
auxilios, sino que él también tiene que representar su papel con la dignidad
que le corresponde.
Algo semejante podríamos decir de la viuda.
Tras ella hay una catástrofe –más intensa aún en las sociedades primitivas–,
pero sobrelleva su nueva existencia, por así decir, como quien representa su
rol. A ese papel le corresponde un determinado ropaje, e incluso el llanto.
En estos casos, el sufrimiento no es
propiamente algo que no debe suceder, y que si sucede convierte al paciente en
víctima, en objeto pasivo de auxilios. El sufrimiento está allí previsto. Es
posible que alguien pudiera decir: «es mucho mejor una sociedad que no prevé el
sufrimiento, pero que se esfuerza por suprimirlo». De hecho, vivimos en una
sociedad dinámica que, a diferencia de las sociedades primitivas, tiende a la
abolición del sufrimiento. Pero la realidad es que una tal sociedad con su
creciente actividad, cuando llega al límite más allá del cual no puede
disminuir el sufrimiento, no tiene ya nada más que decir.
2. El mundo moderno vacía el
sufrimiento del ritual del que estaba revestido
Era propio del primitivo dominio del
sufrimiento una particular ritualización de las situaciones extremas. Nuestra
sociedad, sin embargo, es incapaz de hacer algo semejante con la muerte, que es
desviada hacia el anonimato de las clínicas. Cualquier hombre sabe que puede
caer en sus garras en cualquier momento, pero ¡no hablemos de eso! De hecho, en
ningún sitio se habla de ella y, desde luego, de ningún modo con los
moribundos. Pero, sobre todo, ya no se enseña a morir. Los niños ya no ven cómo
mueren los ancianos; no se enseña a morir, y así la mayor parte de la gente se
encuentra con la muerte por vez primera en la suya propia.
La sociedad primitiva rodeaba a la muerte de
un ceremonial. Morir no significaba en ella verse forzados a una actitud de
pura pasividad: el morir pertenecía a la plena realización de la sociedad. Allí
el curandero tenía, por su parte, la tarea de curar a los enfermos con hierbas
y conjuros, pero, al mismo tiempo, también tenían su finalidad los ritos
mágicos. Con ellos se realizaba algo. El paciente formaba parte con su
sufrimiento de una actitud dramática.
El contraste con el curandero lo representa
hoy el investigador médico, al que le interesa más la enfermedad como tal que
el enfermo. El médico se sitúa, por decirlo así, entre el investigador de la
Medicina y el curandero. Por una parte, cura de acuerdo con el nivel de su
ciencia y de su propia experiencia médica; por otra parte, establece con el
paciente un contacto personal que suaviza su situación y la integra en una
relación activa. Parece que algo sucede, y cuando parece que algo sucede, es
que realmente sucede algo.
La cultura actual no prepara a las personas para enfrentar el sufrimiento (Schweden ) citado en keller [3] dice que cada época de la historia ha preparado, a través de un discurso o una narrativa a las personas para enfrentar el sufrimiento. Algunos han puesto énfasis en lo moral pensando en el karma, la iluminación, la unidad con el todo y la propia tranquilidad. Otros han puesto el énfasis en vivir con honor, con virtud, pero la cultura presente no tiene un discurso para enfrentar el sufrimiento y por eso lo esconde, lo niega o lo evita.
[1] Citado en
Barrera J.E. Tengo un hijo en el cielo…
[2] https://www.austral.edu.ar/capellania/mas-info/textos-espirituales/el-sentido-del-sufrimiento-distintas-actitudes-ante-el-dolor-humano/
[3] keller
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