lunes, 28 de marzo de 2022

"El origen del sufrimiento". Parte II

 Hola mis amigos. En esta semana voy a continuar compartiendo parte del Capítulo 1-parte II de un nuevo libro. El capítulo lleva por título, "El origen del sufrimiento".

Agradezco sus comentarios acerca del texto.

Un abrazo

Juan


Dice la historia que Siddharta Gautama, el Buda, que vivió en el siglo VI A.C. siendo un príncipe, su padre lo quiso preparar para ser un gran rey y para ello lo encerró en palacio y lo protegió del sufrimiento. Durante 29 años Sidarta vivió como príncipe en Kapilavastu, totalmente aislado del mundo, lleno de cuidados y privilegios, pero un día decidió salir de su palacio y conocer su reino y por primera vez, al hacerlo, descubre que existía una realidad que el desconocía entre su propio pueblo. Recorriendo la ciudad acompañado de uno de sus sirvientes. Descubrió que existía el sufrimiento y experimentó lo que se conoce como los cuatro encuentros:

El primer encuentro ocurrió cuando Chandaka, uno de sus sirvientes, lo llevó de excursión (las mismas estaban orquestadas por su padre pero se ponía especial atención en “limpiar” y  “decorar” el camino para no desagradar al joven).

El Buda tenía entonces unos 30 años y una visión absolutamente ideal de la existencia. En esa oportunidad, vieron a un anciano “doblado por la edad, de escaso pelo gris y el rostro reseco, con los ojos rojos en los bordes y manos temblorosas”, tal cual dice la historia. El joven preguntó qué le ocurría a ese hombre, y Chandaka le respondió: es un anciano señor, lo que ese hombre padece son las aflicciones de la vejez, que a todos nos llegarán. Era tal el encierro del Buda que no había conocido hombres ancianos deteriorados por el paso del tiempo.

La segunda experiencia fue la de encontrarse con un hombre enfermo. Estaba pálido y demacrado, tenía unas partes de su cuerpo hinchadas y otras cubiertas de llagas. Como dice la historia, “se apoyaba en otro para caminar y ocasionalmente chillaba de dolor”. El joven se sintió impresionado por esa visión, tampoco había conocido ningún hombre enfermo antes.

La tercera ocasión en la que el príncipe Siddharta se cotejó con la realidad de nuestra existencia fue cuando, paseando en su carroza, vieron a un hombre muerto llevado en una procesión funeraria por sus parientes. Según el relato, el joven se conmocionó con el llanto de los familiares y pidió a su sirviente que le explicara este espectáculo. “Mi príncipe, le dijo Chandaka, el hombre que está tendido en la litera está muerto. Sus sentidos, sentimientos y conciencia han partido para siempre.” Entonces apareció la gran pregunta del Buda: Si todas las personas que han nacido tienen que llegar a este final: ¿Cómo es que no tienen miedo? Sus corazones deben estar muy endurecidos, porque veo que todo el mundo sigue con sus asuntos como si nada. 

A pesar del celo y del cuidado que su padre puso en evitar las salidas de su hijo para que no siguiera viendo el sufrimiento humano, el Buda continuó con sus exploraciones más inquieto que nunca.

Pero, en el cuarto paseo, se encontró con un hombre exageradamente flaco, desnudo, que sólo tenía un tazón para las limosnas, y que a pesar de ello, tenía la mirada serena de un vencedor. Era un monje asceta, un hombre que había vencido el dolor, la muerte y la angustia por la búsqueda del Atman (yo), algo que le había puesto en contacto con el mar eterno del ser que fluye de las apariencias ilusorias.

Seis siglos después, probablemente en el año 7 a. C. en una pequeña aldea en Israel, llamada Belén, otro hombre nacería, aunque también era rey, en condiciones muy distintas, sin privilegios ni prebendas reales, sin embargo cambiaría la historia para siempre. Había más de trecientas profecías sobre él que se cumplieron una a una desde antes del momento mismo de su nacimiento. Nació en un establo junto con los animales, pues su familia pobre no encontró una posada donde pasar la noche y siendo un bebé conoció ya el rechazo y la marginación. 

El nombre del niño le fue puesto por el ángel que anunció su nacimiento, Jesús. No era un príncipe humanamente hablando, no gozó de grandes comodidades, ni de lujos, ni tampoco de gran hermosura, era un judío común de su época. Fue hijo de una madre judía, aún adolescente y de un padre judío un poco mayor, de oficio carpintero. 

Sus padres deben huir a Egipto siendo él un bebé para evitar la muerte bajo el mandato del rey Herodes y conoce entonces el exilio y el temor. Luego de un tiempo sus padres vuelven a Israel y se establecen en Nazaret, entre las montañas. Una aldea pobre y con mala reputación entre los religiosos de su tiempo. Jesús elige vivir en una región de mucha pobreza y contaminación racial, Galilea y desde niño convivió con los desposeídos, con los impuros, con los proscritos. Qué hizo entre los 12 y 30 años no se sabe. Probablemente vivió con sus padres y aprendió el oficio de la carpintería y también debió aprender otras cosas: lo que es el trabajo, la disciplina y el amor de una familia.

Tuvo solo tres años de un ministerio público, lleno de enseñanzas y milagros, que fueron evidencia de su divinidad. Los evangelios registraron sus encuentros, desde sus inicios con el sufrimiento. Se identificó con los que menos tenían, con el dolor de los rechazados, de los enfermos, de los intocables y fue entre ellos que realizó sus milagros y fue de ellos principalmente de quienes recibió la admiración y devoción.

Con mano divina y bondadosa tocaba a sus seguidores y estos recuperaban la visión, eran sanos de la lepra, recuperaban su dignidad. Finalmente él mismo se convierte en el símbolo del sufrimiento, cuando estas mismas personas, objeto de su amor y servicio piden su crucifixión al imperio romano. 

La experiencia máxima de sufrimiento la experimenta colgado en el madero con las palabras “Padre, Padre, ¿Por qué me has desamparado?” 

Estos dos relatos nos sirven como ejemplo para demostrar lo obvio, que el sufrimiento siempre ha estado presente en la historia del hombre. Siempre ha existido suficiente evidencia de su existencia, a veces ha permanecido oculta otras veces ha sido abiertamente manifiesta.