El argumento lógico y la objeción de los “jejenes”Peter van Inwagen
sugirió que una persona que usa el mal como argumento en contra de la existencia de Dios podría decir algo como esto:
Escéptico: “Si existiera un ser omnipotente y moralmente perfecto que supiera sobre los males que conocemos —pues, ni siquiera habrían surgido esos males porque él habría evitado que ocurrieran. O, de no haberlo hecho por alguna razón, ciertamente los eliminaría en el instante en que aparecieran. Pero observamos males, y muy duraderos. Por tanto, debemos concluir que Dios no existe”.
En resumen, el argumento es:
1. Un Dios verdaderamente bueno no querría que existiera el mal; un Dios todopoderoso no
permitiría que existiera el mal.
2. El mal existe.
3. Por tanto, no es posible que exista un Dios bueno y poderoso.
Respuesta: El argumento del mal contra Dios tiene una premisa oculta, a saber, que Dios no
tiene razones válidas para permitir que exista el mal. “Puede ser que alguien tenga un deseo
muy fuerte de algo e incluso sea capaz de obtener tal cosa, pero que no actúe según este
deseo porque los motivos para no hacerlo le parecen superiores al deseo de tener esa cosa…
[así que] Dios podría tener razones para permitir que exista el mal, pues en su mente superan
la deseabilidad de que no exista el mal”.
Si Dios tiene buenas razones para permitir el sufrimiento y el mal, entonces no hay
contradicción entre su existencia y la del mal. Así que para que su caso no falle, el escéptico
tendría que responder que Dios no podría tener razones válidas. Pero es muy difícil probarlo.
Para mostrar al escéptico que su premisa es falsa, el teísta podría señalar que nosotros mismos
a menudo permitimos el sufrimiento en la vida de alguien para lograr un bien mayor. Los
médicos a menudo realizan procedimientos y tratamientos dolorosos a las personas con el fin
de mejorar su salud y prolongar su vida. Los padres que castigan el mal comportamiento
quitando juguetes o privilegios están causando dolor (especialmente desde la perspectiva del
niño), pero la alternativa es que el niño se convierta en un adulto sin dominio propio y, por
tanto, experimente un sufrimiento mucho mayor. Y la mayoría de la gente diría que hay algo de
verdad en lo que dijo Nietzsche: “Lo que no me mata me hace más fuerte”. Muchos pueden
señalar hacia adversidades específicas en sus vidas que, por más insoportables que hayan sido,
les ayudaron a evitar sufrimientos mayores en el futuro.
Por lo tanto, la premisa de permitir el dolor por la buena razón de lograr una mayor felicidad es
válida, y no solo es algo que comprendemos sino que también es algo que aplicamos. Eso
significa que no podemos asumir que haya incoherencia entre la existencia de Dios y la del mal
y el sufrimiento.
El escéptico podría decir que la incoherencia no es entre Dios y el sufrimiento en general, sino
entre Dios y las clases y magnitudes de mal y sufrimiento que vemos en el mundo. A menudo
hay personas indefensas que experimentan gran violencia y dolor que no aparentan tener un
propósito en el crecimiento del carácter de dichas personas. Sí, señala el escéptico, puede
haber buenas razones para permitir algunos tipos de sufrimiento, pero no la magnitud y los
tipos de sufrimiento que existen en el mundo de hoy. Dios no podría tener razón alguna para
permitir eso.
Esta postura trae implícita otra premisa: “Si yo no puedo percibir alguna razón por la cual Dios
tuviera para permitir ese mal… entonces lo más probable es que no tenga ninguna”.
Pero esa premisa es obviamente falsa. Hay que recordar que el argumento del mal contra Dios
comienza con la idea de un Dios omnipotente. Dice: “Si Dios es infinitamente poderoso como
dices, ¿por qué no detiene el mal?”. Pero un Dios que es infinitamente más poderoso que
nosotros también sería infinitamente más sabio que nosotros. Así que la respuesta al escéptico
es:
“Si Dios es infinitamente sabio, ¿por qué no podría tener razones moralmente suficientes que
tú no puedas imaginar para permitir el mal?”. Insistir en que sabemos tanto sobre la vida y la
historia como el Dios todopoderoso es una falacia lógica, por más que el marco inmanente de
nuestra cultura nos incline a pensar de esa manera.
Al filósofo Stephen John Wykstra se le ocurrió la ilustración de los “jejenes” para revelar esta
falacia en el argumento del mal. Wykstra estaba respondiendo a los escritos de William Rowe,
quien argumentó que debido a que no podemos ver ningún “bien mayor” que pueda justificar
que Dios permita el sufrimiento, entonces “no existen tales bienes”. Wykstra respondió
señalando a los jejenes, unas moscas diminutas cuyas mordidas son muy dolorosas.
El hecho de que no puedas ver a los jejenes no significa que no estén allí. Alvin Plantinga
continúa con la ilustración:
Observo dentro de mi carpa: no veo a un perro San Bernardo. Entonces es probable que no
haya un San Bernardo en mi carpa. Si hubiera uno, es muy probable que lo viera. Un San
Bernardo no puede esconderse fácilmente en una carpa pequeña. De nuevo miro dentro de mi
carpa y no veo ningún jején… Esta vez no es muy probable que no haya jejenes en mi carpa… Y
es que incluso si hubiera jejenes, no los vería; son demasiado pequeños para ser vistos. Y ahora
la pregunta es si las razones de Dios, si las hay, para permitir tales males… son más como un
San Bernardo o más como jejenes… Debido a que Dios sí tiene una razón para permitir estos
males, ¿por qué pensar que seríamos los primeros en saberlo?… Debido a que Él es
omnisciente y dadas nuestras grandes limitaciones epistémicas, no es sorprendente que sus
razones… sobrepasen nuestro entendimiento.
Aquí vemos el talón de Aquiles del argumento “lógico” contra Dios —la idea de que el mal
implica la imposibilidad de que Dios exista. Si tienes a un Dios que es lo suficientemente
infinito y poderoso como para que te enfades con Él por permitir el mal, entonces debes al
mismo tiempo tener a un Dios que es lo suficientemente infinito como para tener razones
válidas para permitir ese mal.
Y ahora también podemos ver por qué Charles Taylor tiene razón al decir que el “problema del
mal” no fue ampliamente percibido como una objeción contra Dios hasta los tiempos
modernos. Los seres humanos que operan dentro del marco inmanente tienen mucha más
confianza que las personas antiguas en sus poderes de razonamiento y en su habilidad para
descubrir los misterios del universo. Creer que Dios no pueda pensar en algo que nosotros no
hemos podido pensar es más que una falacia. Es una marca de gran orgullo y fe en nuestra
propia mente.”
El argumento probatorio y el efecto mariposa
Keller continúa con su exposición y aborda el tema del efectos mariposa y escribe:
“Pero ¿qué pasa con la forma menos ambiciosa del argumento, es decir, el argumento
probatorio contra Dios? Este señala, más modestamente, que el mal y el sufrimiento
simplemente hacen que la existencia de Dios sea improbable. Un escéptico podría decir: “Por
supuesto que no podemos probar que no podría existir un Dios, o que no podría haber una
razón válida para permitir el mal.
Pero ¿has presenciado la muerte lenta de un niño pequeño que está siendo devorado por el
cáncer? Aunque técnicamente el mal no puede refutar la existencia de un Dios bueno y
poderoso, hace que su existencia sea altamente improbable”.
El problema con este argumento es que no es fundamentalmente diferente al argumento
lógico. Se apoya en las mismas premisas y tiene el mismo talón de Aquiles. Si no podemos
probar que Dios no tiene razones válidas para el mal, tampoco podemos evaluar el nivel de
probabilidad de que tenga tales razones.
Insistir en que tenemos una posición ventajosa desde la cual podemos evaluar porcentajes o
probabilidades es volver a olvidar las limitaciones de nuestro conocimiento. Si hay un Dios
infinito y nosotros somos finitos, no habría forma de que pudiéramos establecer tales cosas.
Imagina una pelota en la cima de una colina que pudiera deslizarse desde la colina hacia
cualquiera de varios valles, provocando avalanchas y cambiando paisajes y vidas. La ruta de la
pelota, sin embargo, depende de un montón de diferencias casi imperceptibles en la posición y
el impulso iniciales, de las irregularidades en el terreno e incluso de las condiciones climáticas
como el viento o la presión atmosférica. ¿Podemos saber exactamente a dónde irá la pelota
cuando se lance, y qué porcentaje de probabilidad hay para cada valle? No. Hay demasiadas
variables. En el campo de la teoría del caos, los científicos han aprendido que los sistemas
macroscópicos, como el clima, pueden ser sensibles a los cambios más pequeños. Un ejemplo
clásico de esto es la afirmación de que el aleteo de una mariposa en China podría determinar la
trayectoria de un huracán al sur del Océano Pacífico. Sin embargo, nadie podría calcular y
predecir los efectos reales del vuelo de la mariposa.
Ahora, ¿qué pasaría si cada evento en el tiempo, incluso el más insignificante, tuviera efectos
de onda masivos e infinitamente complejos? Ray Bradbury describió esto en su cuento de
ciencia ficción “El ruido de un trueno”. En la historia, Travis, el guía para los viajes en el tiempo,
le dice a Eckels que cuando visite el pasado debe asegurarse de no salirse del camino de metal
que le será proporcionado. De lo contrario, podría hacer algo como pisar un ratón. Eso
significaría que todos los futuros descendientes de ese ratón, tal vez millones, desaparecerían.
Eso implicaría que todos los otros animales que se alimentaban de esos ratones morirían de
hambre y no tendrían descendencia. Eso significaría que los seres humanos que se habrían
comido a esos animales no lo harían, y eso les llevaría a mudarse o a morir de hambre. Y la
muerte de una mujer o un hombre significaría que familias enteras —y, por tanto, naciones
enteras— no existirían.
Pisar a un solo ratón… podría tener efectos que sacudan nuestra tierra y nuestros destinos a
través del tiempo, hasta sus mismos cimientos… Quizás Roma nunca se levantaría sobre sus
siete colinas. Quizás Europa sea siempre un bosque oscuro… Pisa un ratón y dejarás tu huella,
como un Gran Cañón, por toda la eternidad… Así que ten cuidado. Mantente en el camino.
¡Nunca te salgas!
Ahora, si hasta los efectos del vuelo de una mariposa o del rodar de una pelota colina abajo
son demasiado complejos para calcular, ¿cuánto menos podría un ser humano mirar la muerte
trágica y aparentemente “sin sentido” de un joven y tener alguna idea de lo que serán sus
efectos sobre la historia? Si hay un Dios todopoderoso y omnisciente dirigiendo el número
infinito de eventos interactivos en toda la historia para lograr sus buenos propósitos, sería una
locura pensar que podríamos ver cualquier acontecimiento en particular y comprender una
millonésima parte de lo que producirá. El efecto mariposa de la historia significa que “solo una
mente omnisciente podría captar las complejidades de dirigir un mundo de criaturas libres
hacia… objetivos previstos [que son buenos]… Es cierto que muchos males nos parecen inútiles
e innecesarios, pero simplemente no tenemos el derecho ni la capacidad de emitir ese juicio”.
Lo expresado en los párrafos anteriores no responde, obviamente a la pregunta de la relación
Dios y sufrimiento, pero presenta una buena manera de abordar algunos de los aspectos
centrales del tema.
Una historia de un Dios que llora y sufre
En la Biblia hay muchas referencias antropomórficas referidas a Dios: las alas de Dios, el calor
de Dios, la mano de Dios, los ojos de Dios y otros, por lo tanto no es profano o muy lejano
pensar en un Dios que llora o que sufre. Una imagen tremenda y conmovedora de Dios es el
relato que Jesús hace del hijo pródigo, donde el padre de la historia representa a Dios. Un Dios
que amando y respetando la libertad de su hijo menor lo deja partir del hogar y ahoga la pena
que su hijo le deseara la muerte y que quisiera hacer su propia vida, lejos del hogar paterno y
malgastando la fortuna fruto del trabajo de años de su padre.
El padre, según el relato de Jesús no impide la marcha del hijo. Se queda en casa esperando,
llorando y sufriendo la ausencia del hijo. Sin reproches, con tristeza ve como el tiempo pasa sin
que su hijo retorne, sin condena hacia su hijo ni de las decisiones que libremente este tomó.
Lo espera, lo espera, lo espera no sabemos cuánto tiempo. Mirando al camino cada mañana
esperando verlo aparecer, pero el hijo no regresa. Está encandilado con su libertad, disfruta la
ausencia del padre. El mismo que lo había engendrado, cuidado, protegido ahora le parece un
estorbo para cumplir sus propias metas, y el padre, con el corazón roto, lo ha dejado partir.
¿Serían meses o años? El dinero por fin se acabó, el placer de la libertad se extinguió, la
novedad ha desaparecido, el hijo está fuera de sí. Está sufriendo, está solo, su libertad ya no
tiene el mismo brillo. Entonces, en medio del sufrimiento, del hambre, del desprestigio, del
rechazo, desde el fango asqueroso de unos cerdos vuelve en sí y siente la falta del padre. Ahora
son dos quienes lloran, el padre que espera y el hijo que se da cuenta de su miserable
condición, resultado de sus elecciones.
Trastabillando, sucio, maloliente, a tropezones, con el estómago vacío, y la cabeza llena de
culpa, en harapos, en condición de calle, indigno y sufriente comienza caminar de vuelta al
hogar. El sol israelita de mediodía lo golpea fuerte al igual que sus recuerdos. Ha ensayado en
su mente muchas veces lo que le va a decir a su padre, pero de solo pensar llora y se pasa una
mano por la barba inmunda. No sabe si es efecto del sol, pero le parece que está llegando al
hogar, reconoce el paisaje, los aromas, está llegando al hogar paterno, y no puede creer lo que
ve, ahí, a la puerta de la casa, como cada mañana o cada atardecer está su padre, sentado
mirando el horizonte lo ve aparecer y se estremece al verlo, pues abandonando su dignidad
patriarcal se hecha a correr, sin pudor, sin temor y avanza por el sendero abriendo los brazos de
par en par, y gritando ¡Mi hijo! ¡Mi hijo! Y con los ojos bañados en lágrimas se arroja a sus
brazos y lo abraza con fuerza. La aventura de la libertad ha terminado, el hijo encuentra el fin
de su sufrimiento en los brazos de su padre. En ese abrazo profundo el sufrimiento del hijo
desaparece y entre las caricias de su padre el hijo restaura su posición, su dignidad, su alegría.
Dios es un Dios que llora y que sufre con sus hijos.
Este es un capítulo difícil, porque resulta muy complicado responder las cuestiones
relacionadas a Dios y el sufrimiento, pero hemos visto que sí se relacionan, que el sufrimiento y
su consecuencias son preguntas que se hacen creyentes como no creyentes. Ambos buscan
respuestas que traigan alivio y que hay una lucha entre sufrir y mantener la fe, Elle Wiesel es
un ejemplo de ello. Las dudas a veces surgen por tener una visión incompleta de Dios o por
acercarse al tema solo desde la perspectiva humana, intentando comprenderlo todo, buscando
respuestas donde no las hay. El origen del mal y el sufrimiento seguirá siendo una incógnita.
Las teodiceas son solo un intento por explicar lo inexplicable. Podemos reflexionar y analizar el
tema del sufrimiento, pero la experiencia del sufrimiento aporta otra arista fundamental.
La relación entre Dios y el sufrimiento será un tema siempre recurrente para muchas personas,
serán creyentes o no creyentes. El sufrimiento acabará con la fe de algunos y encenderá la fe
de otros. Son muchas las preguntas y pocas las respuestas. Hay una relación entre el origen del
mal y el sufrimiento. Algunos culpan a Dios por el dolor y el sufrimiento, pero Dios no es el
autor del sufrimiento y nunca lo ha deseado para los hombres. El sufrimiento es el resultado de
la libertad del hombre. Las teodiceas son un intento por explicar estos temas aunque no hay
una explicación que satisfaga totalmente el deseo de conocer el origen del sufrimiento.