Cómo hallar el sentido a la vida
Si responder a la pregunta del
sentido de la vida ya es difícil esta segunda pregunta también lo es. Si la
vida tiene un sentido ¿Cómo encontrarlo?
Este punto es doble, pues no solo se
debe encontrar el sentido a la vida sino también a la vida propia. Siguiendo a
Frankl , él nos recuerda “Según J.P. Sartre, el hombre se inventa a sí mismo,
concibe su propia "esencia", es decir, lo que él es esencialmente,
incluso lo que debería o tendría que ser. Pero yo no considero que nosotros
inventemos el sentido de nuestra existencia, sino que lo descubrimos”[1]
El hombre o la mujer creyente encuentran
el sentido fundamental de la vida en Dios. Dios responde a las preguntas fundamentales
¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?
Dios como autor de la vida es quien también
le da un significado. Agustín de Hipona escribió “Nuestras almas no tendrán
descanso hasta que lo encuentren en ti” ([2]
) Esto no quiere decir que el creyente en Dios conoce todas las cosas y
comprende todos los fenómenos de su propia vida. Aunque atribuye a Dios la razón de la vida no está exento de preguntas. El que
Dios sea el autor del significado este no siempre revela sus propósitos al
hombre y este debe caminar por fe en medio de la incertidumbre, pero en el fondo,
aunque desconoce los detalles sabe que hay un propósito, un significado que da
orden al caos aparente. Como un hijo que no entiende todo lo que el papá está
haciendo pero sabe que debe tener una buena razón y descansa en esa confianza. (aunque
se enoje con el papá)
El hombre no creyente tendrá que
construir sus propios significados. Por tendencia el hombre moderno busca las
respuestas en la ciencia y sus postulados. En el origen biológico o lo que es
más difícil en las teorías sociales darwinianas, la ley del más fuerte. Muchos
buscan su propósito en determinadas religiones o abiertamente en el esoterismo.
Otro importante grupo busca el
sentido de la vida en aspectos mucho más frágiles como el dinero, la fama, la
belleza, el sexo o el prestigio.
El trabajo pareciera ser otra fuente
de sentido que termina siendo un sin sentido. Biung –Chul Han[3]
refiriéndose al multitask y al acoso laboral entre otros aspectos relacionados
al trabajo, dice que este termina produciendo un aburrimiento profundo y una
sociedad del cansancio.
Cyrulnik ( [4])
nos enseña que el sentido de la vida comienza en la niñez, cuando el niño crece
en medio de una red de afectos, bajo la contención de la madre y la autoridad
del padre. Cuando el afecto rodea al niño este aprende a hablar más rápido,
sabe que puede contar con la ayuda de otros, es escuchado y se siente amado,
esto da sentido a la vida del niño. Cuando el niño sufre algún trauma o sufre
algún acontecimiento grave, puede volver al “paraíso perdido” que era su
felicidad y encontrar sentido al sufrimiento que experimenta. Cuando el niño no
ha tenido este “paraíso” una familia o red afectuosa, no tiene donde volver
mentalmente y se pierde en un “desierto de sentido”.
En la práctica clínica se observa
esta diferencia. Son muchas las personas que sufren por la muerte de su madre,
de un hijo, o que han sido abusados, que se divorciaron después de muchos años
de convivencia, eventos que dejan un dolor profundo en sus vidas, pero no
pierden el sentido de la vida, crecen, se casan, tienen hijos, se recuperan,
pero también hay muchos que experimentan una orfandad temprana, son abandonados
en hogares de menores, sufren el rechazo materno, crecen con un padre
alcohólico, autoritario, maltratador, y que nunca conocieron la felicidad
cuando niños, que experimentaron pobreza y la burla que eso provocaba en sus
compañeros, que fueron víctimas de bullying. Este grupo, que nunca fue feliz,
sentados allí en el sofá, con ojos húmedos se preguntan si la vida tiene
sentido.
Cyrulnic , nos entrega otra clave y
lo hace a través de la siguiente historia.
Bruno fue abandonado por haber nacido fuera del matrimonio, cosa que, en el Canadá de hace cuarenta años, era considerado como un delito grave. Por toda «relación», el niño aislado no había encontrado más que sus manos, y las agitaba sin cesar, de modo que su mismo movimiento creaba en él una sensación de acontecimiento, dándole, pese a todo, un poco de vida. Tras varios años de aislamiento afectivo, había sido integrado en un hogar lo suficientemente cálido como para hacer desaparecer estos síntomas. Sin embargo, conservó una forma de amar aparentemente distante y fría, forma que, al menos, no le espantaba. Esta adaptación realizada para obtener seguridad no era un factor de resiliencia, ya que, al apaciguar al niño, le impedía retomar su desarrollo afectivo. Una noche, después de cenar, una amable religiosa organizó un corro en el que, siempre que el chico invitaba a una niña, debía cantar: «Para Rosine son mis preferencias, porque es la más bonita de las dos/¡Ah! Ginette, si crees que te quiero/Mi corazoncito no está hecho para ti/Está hecho para la que amo/Que es más bonita que tú». Cuando Bruno y otro chico fueron invitados por una chica a girar en medio del gran corro formado por los otros niños, quedó como anestesiado por esa increíble elección. Pero cuando oyó que todo el corro infantil replicaba a coro: «Para Bruno son las preferencias...», dejó de percibir el resto de la canción, ya que su mundo acababa de estallar, con una gran luminosidad, en una alegría inmensa y una dilatación que le daban una asombrosa sensación de ligereza. Giró como un loco con la chiquilla, y después, olvidándose de reincorporarse al corro, fue corriendo a esconderse debajo de su cama, increíblemente feliz. ¡Era pues posible amarle! El otro niño, un poco disgustado, se enfurruñó durante treinta segundos, justo lo que tardó en darse cuenta de que también otros niños, al igual que él, podían no ser los preferidos. Después lo olvidó todo. Ese pequeño fracaso nunca constituyó un acontecimiento para él, debido a que, por causa de su pasado de niño amado, ese corro no había resultado significativo. Para Bruno, por el contrario, ese mismo corro había adquirido el valor de una revelación. Durante toda su infancia volvió a pensar mil veces en ello, y aún hoy, cuarenta años después, habla con una sonrisa de ese acontecimiento capital que transformó su manera de amar.[5]
Ser amados, saber que somos elegidos
por alguien nos llena de felicidad, cambia nuestra vida y le da sentido, nos
rescata del sinsentido.
1. El amor a una persona. Esta
persona puede ser una esposa, un esposo, un hijo. La imagen de la esposa de Frankl
fue una fuente de sentido siempre presente. En El hombre en busca de sentido
hay un sensible pasaje cuando él escucha a un hombre tocando un tango en un violín
en un barracón cercano y él recuerda con mucha tristeza que ese día era el
cumpleaños de su esposa ([6]).
Mucho tiempo después, el mismo Frankl narra que algunas veces cuando alguno de
sus pacientes llegaba a su consulta muy deprimido, les preguntaba ¿Por qué no
se ha suicidado? Los pacientes pensaban por unos instantes y luego respondían,
porque tengo mis hijos u otra persona significativa, y a partir de esa
respuesta él elaboraba una propuesta terapéutica.
El hombre o la mujer solitarios, sin
redes sociales, sin vínculos estrechos, sin amigos cuando llega la adversidad
sufre más que quien está acompañado y esto podría explicar el aumento de la
falta de sentido en el mundo moderno donde se privilegia el egoísmo, el
narcisismo y el individualismo.
El sentido a través del amor nos
recuerda las palabras de Jesús de Nazaret, “amarás a tu prójimo como a ti
mismo”. Esa es el fundamento de la verdadera cristiandad, amar a alguien. No se
puede amar a Dios sin amar a alguien, alguien real de carne y huesos. Mientras
amemos la vida siempre tendrá un sentido. La historia está llena de ejemplos de
personas que han dado sentido a su vida a través del amor. Hay un sentido
cuando salimos de nosotros mismos y amamos a otras personas.
2. El servicio a un ideal. Quien
sirva a otros siempre encontrará sentido a su vida. Aquí las posibilidades son
múltiples, trabajos de voluntariado, una profesión vinculada al servicio,
trabajo en ONGs, trabajo social.
Nuestra historia está llena de
ejemplos que avalan estas palabras: Hellen Keller, Amy Charmichael, Sor Teresa
de Calcuta, Nelson Mandela, solo por citar algunos casos conocidos, pero hay
muchísimos que de manera anónima dedican sus vidas al cuidado de otros.
Hace unas décadas, se filmó la
película Carros de Fuego, ( 1981) con una música excepcional de Vangelis,
basada en la vida de Eric Liddell. A continuación reproduzco una pequeña reseña
de quien fue y de cómo encarna muy bien el sentido a través del servicio.
Eric Liddell ([7])
nació en China, donde sus padres, que eran escoceses, trabajaban como
misioneros para la Sociedad Misionera de Londres. A partir de los seis años, él
y su hermano Rob se educaron en Inglaterra, en un colegio para hijos de
misioneros.
Desde muy joven demostró grandes aptitudes
para el deporte, sobre todo en el rugby y en las pruebas atléticas de
velocidad. En 1920 se matriculó en la Universidad de Edimburgo para estudiar
ciencias exactas. En su etapa universitaria continuó entrenando y compitiendo
en rugby y atletismo.
En 1923 se proclamó campeón británico de 100 y
200 yardas. En las 100 yardas estableció un nuevo récord nacional con 9,7
segundos, que no sería batido hasta 35 años más tarde.
En los Juegos Olímpicos de París 1924, ganó la
final de los 400 metros. Fue seleccionado para competir en los 200 y los 400
metros lisos. Estaba seleccionado para correr en los 100 metros, su mejor
prueba, y decidió no hacerlo al enterarse en el último momento de que las
eliminatorias se celebrarían un domingo, y competir en domingo era algo que iba
en contra de sus creencias religiosas.
En el primer evento, los 200 metros, consiguió
la medalla de bronce con una marca de 21,9 s. Su gran momento llegaría en los
400 metros, donde lograría una victoria completamente inesperada con 47,6 s,
que era además récord olímpico. Después de los Juegos, en ese mismo año obtuvo
su licenciatura universitaria. Continuó compitiendo durante un tiempo, aunque
en 1925 decidió marcharse a China como misionero tal y como habían hecho sus
padres. Sirvió como misionero el resto de su vida, primero en Tianjin y luego
en Siaochang.
A partir de 1941 la vida en China se volvió peligrosa debido a la guerra con Japón, y la embajada británica les aconsejó que regresaran a Europa. Liddell decidió quedarse, pero envió a su esposa Florence y a sus hijas a Canadá, mientras él aceptaba un nuevo destino en la misión rural de Siaochang. En marzo de 1943, cuando llegaron los invasores japoneses, fue internado en el campo de prisioneros de Weixian, donde falleció en 1945 debido a un tumor cerebral.[8]
3. El enfrentarse al sufrimiento inevitable. Esta es la tercera manera de encontrar sentido a la vida. No luchar ni pelear con la vida por el sufrimiento que se vive, sino aceptar esa realidad y hacerse responsable de ello, de cómo se vive. Qué difícil tarea resulta esta tercera vía, pues todos luchamos por tratar de evitar el sufrimiento, de ser rescatados, liberados. Añoramos una cotidianeidad perdida y nos cuesta mucho aceptar que determinadas condiciones no volverán jamás. Qué arduo aceptar que la vida ha cambiado para siempre y que la aceptación y adaptación son la única vía para mantener el ánimo y ser feliz. El sufrimiento es algo que rechazamos no que abrazamos. Todos deseamos liberarnos del sufrimiento no vivirlo.
Frankl recuerda mucho tiempo después
que a su llegada a uno de los campos de concentración pensó:
“En vez de suicidarme, adopté el siguiente principio: En la medida que nadie
pueda garantizarme en un ciento por ciento que voy a morir, prometo firmemente
que me sentiré responsable, mientras tenga una probabilidad mínima de
sobrevivir, de seguir adelante y hacer todo lo posible por vivir. Después de
todo, alguien podría estarme esperando al final de la guerra”.[9]
Asumir la responsabilidad, hasta
donde esto es posible, de la propia vida, evita algunas situaciones como el
victimismo, el culpar a otros, el resentimiento y nos permite mirar al futuro,
crear algo donde todavía no hay nada.
Para mí, no tengo dudas en decir que
el amor es el camino para una vida con propósito. El amor da sentido a la vida
de una persona. Jesús resume siglos de judaísmo y prácticas religiosas en esta
palabras “amarás a Dios con todo tu corazón y a tu prójimo como a ti mismo”,[10]
quien responda a estas palabras y este desafío, siempre encontrará un para que
vivir.
El sentido del sufrimiento
Cuando la persona se enfrenta con una
situación inevitable que es imposible cambiar, por ejemplo, una enfermedad
incurable, una pérdida irreparable solo entonces tiene la oportunidad de saber quién
es y cómo va a enfrentar lo que está viviendo.
Si el sufrimiento tiene un sentido
para la vida de quien lo sufre, su actitud al cargarlo es distinta a la que asume
una persona si no se le encuentra sentido. Sufrimos menos si sabemos por qué
sufrimos y por esa razón muchas veces buscamos explicaciones irracionales como
la culpa, el castigo, la venganza, etc Esto nos recuerda a Job el personaje
bíblico que sentado en el suelo, solo, en un basural, llenos de heridas,
quebrantado y sin consuelo levanta la cabeza al cielo desconcertado
preguntándose por qué.
Es la antigua e intermitente pregunta[11]
que vuelve a surgir una y otra vez ¿por qué sufrimos? ¿Qué sentido tiene el
sufrimiento?
Sobre estas preguntas quiero hacer
una reflexiones personales, que tal vez no sean originales, porque el sentido
del sufrimiento es una pregunta antigua, que nos sigue doliendo y sacándonos de
sí.
“-¿Papito, por qué tengo que cáncer,
voy a morir?”-Pregunta el adolescente de quince años. El padre agacha la cabeza
y guarda silencio. Ha intentado responderle muchas veces a su hijo, pero él
vuelve a hacerla, y ya no tiene respuesta.
¿Por qué yo, que deseo tanto ser
madre pierdo a mis hijos durante el embarazo? Ha ocurrido ya tres veces. Tengo
un corazón vacío y unos pechos llenos de leche que mi hijo no va a mamar, y hay
tantas mujeres que abortan voluntariamente a sus hijos? En las largas noches de
hospital me pregunto una y otra vez ¿Por qué? ¿Por qué sufrimos? ¿Tiene sentido
todo esto, no será mejor morir?
Es tan dificultoso intentar una
respuesta a estas preguntas que solo es
probable rasguñar algo de su inmensidad y resulta mejor desarrollar la empatía
hacia quien las tiene que buscar una explicación.
Al hacer esta pregunta tenemos que respondernos
otra ¿Tiene un sentido la vida? Y ya hemos dicho que sí, por lo tanto el
sufrimiento como parte de la vida también tiene sentido. Es importante este
sentido, porque cuando no tenemos alguna explicación, cuando percibimos el
sufrimiento como algo sin propósito y como un completo desperdicio del que no
podemos escapar, nos resentimos, nos llenamos de amargura, lo que no cambia ni
ayuda en nada en la situación que se vive, sino que la empeora.
Las situaciones se viven de manera
desagradable, displacenteras o invalidantes y nadie desea voluntariamente
sufrir. Nadie anhela sentirse incapacitado, disminuido, sin embargo en medio de
esas circunstancias desagradables se puede encontrar un sentido al sufrimiento.
“Una vida activa sirve a la
intencionalidad de dar al hombre una oportunidad para comprender sus méritos en
la labor creativa, mientras que una vida pasiva de simple goce le ofrece la
oportunidad de obtener la plenitud experimentando la belleza, el arte o la
naturaleza. Pero también es positiva la vida que está casi vacía tanto de
creación como de gozo y que admite una sola posibilidad de conducta; a saber,
la actitud del hombre hacia su existencia, una existencia restringida por
fuerzas que le son ajenas. A este hombre le están prohibidas tanto la vida
creativa como la existencia de goce, pero no sólo son significativas la
creatividad y el goce; todos los aspectos de la vida son igualmente
significativos, de modo que el sufrimiento tiene que serlo también. El
sufrimiento es un aspecto de la vida que no puede erradicarse, como no pueden
apartarse el destino o la muerte. Sin todos ellos la vida no es completa.[12]
Jesús en una de sus intervenciones
acerca del sufrimiento dice: “En el mundo van a tener aflicción, pero confíen
yo he vencido al mundo”.[13]Mundo
en este contexto significa la vida cotidiana, la existencia y el Maestro
expresa que el sufrimiento siempre va a existir, no es algo de lo que sus
discípulos deberían sorprenderse, lo nuevo de sus palabras, son que él vencería
las consecuencias de ese sufrimiento. Sus enseñanzas y su presencia espiritual
traerían el consuelo, la alegría, la paz y el sentido. Su vida es un ejemplo de
que el sufrimiento tiene un sentido: la obediencia, la perfección y el
sacrificio.