sábado, 20 de enero de 2018

Aún tengo pena

Amigos, enero tiene una sabor distinto para nosotros. Este enero son 9 años que nuestro hijo Joaquín no está. No ha sido fácil pero su partida ha sido usada por Dios para traer consuelo a muchas personas. El libro que escribí contando nuestro testimonio "Tengo un hijo en el cielo"se sigue vendiendo y es de ayuda a muchas personas. Puedo enviar algunos capítulos en versión digital si me escriben.
Les dejo un texto que cada año le dedico en esta fecha. Se titula "Aún tengo pena"
Un abrazo
Juan E. Barrera 
Aún tengo pena
Hoy, me levanté temprano, estos últimos no han sido buenos días. Me levanté con el corazón apretado, es 19 de enero, todavía no son las 9 de la mañana y ya siento calor. También siento pena. Han pasado nueve años desde que te marchaste y todavía tengo pena. En al auto guardo silencio y pienso en ti, en como eras cuando nos dejaste y como serías ahora. Por la ventanilla del auto veo niños jugando felices y te recuerdo. Recuerdo esa mañana en que te fuiste, 19 de enero de 2009. El reloj de tu madre se detuvo extrañamente a las 11:30 hrs. Aún lo guarda, sin explicación alguna el reloj se detuvo a esa hora, como tú, como tu vida, como tu sonrisa que aún me acompaña. Nueve años es poco tiempo.
Yo te soñé, te vi cabalgando un caballito de mar entre peces risueños y corales multicolores. Te vi en un desfile largo con tus amigos, iba la Isidora, el Simón , el Marcelo, tu hermano y tú, riendo fuerte y levantando los brazos encabezabas el desfile, iluminado por los rayos de sol que se infiltraban y llenaban tu sonrisa, la misma que guardo en un lugar secreto de mi corazón, el que no abro nunca porque podría desvanecerse y perderse. Pero tú no estás y no hay caballitos de mar, ni desfiles submarinos multicolores, no escucho el ruido del mar en un caracol sino el ruido que hace la nostalgia y tu ausencia.
Hoy fui al cementerio y volví a llorar al ver tu nombre en el mármol. Llevamos cuatro girasoles, uno por tu abuela, otro por tu madre, otro por tu hermano y uno por mí. Y allí cerca del acacio, el mismo que extiende sus brazos y te cuida del frío en invierno y del sol en verano los acomodamos. Este, sereno y comprensivo, movió sus ramas como asintiendo y dándonos permiso, entonces comenzamos la dolorosa sesión ¡es que aún tengo pena!
Mientras tu madre, entre lágrimas y de rodillas arreglaba las flores yo, de pie, compungido, repetí tu nombre varias veces, casi en susurros, cabizbajo, con los ojos húmedos mirando el césped, pero unos gorriones que viven en el acacio guardián al escuchar tu nombre, salieron de sus nidos y volando alegres y traviesos en el aire lo tomaron y lo repitieron entre ruidosos ¡chip chip! ¡chip chip! J-o-a-q-u-i-n, - J-o-a-q-u-i-n ¡chip chip! y entre trinos lo llevaron al cielo y yo levanté la cabeza y tuve que cubrirme los ojos debido a la luz del sol y ese ejercicio hizo una diferencia. Cuando te miro hacia abajo se me hace un nudo en la garganta y mi mente y mi corazón se estrecha por la angustia y por tu ausencia. Cuando levanto la cabeza al cielo el nudo desaparece y mi corazón y mi mente se expande. Miré a los gorriones que repetían tu nombre hasta que desaparecieron de mi vista. Fueron solo unos minutos pero bastó para ver tu rostro dibujado en unas pocas nubes, estabas sonriendo, le avisé a tu madre y cuando ella miró ya no estabas. Muéstrate a ella porque como yo todavía tiene pena.

No supe si fue realidad o lo imaginé y mientras despertaba de mi encantamiento con los ojos húmedos de emoción todavía, un gorrión pardo y castaño voló bajito y dejó caer algo sobre mis manos, al principio me asusté, ¡chip chip! ¡chip chip! Repetía como riendo y se alejó volando. Al abrir mis manos descubrí un pequeño trozo de nube, liviano y suave y cuando lo olí sentí tu perfume. Apreté tan fuerte como pude mi tesoro y sin decirle nada a tu madre subimos al auto. Entonces abrí mi mano nuevamente, pero el
pedacito de nube ya no estaba. Respiré hondo y escuché en el celular “Un día te veré”. Tu madre hizo andar el auto y nos fuimos. ¡Aún tengo pena!