jueves, 18 de diciembre de 2014

El adorador. Un escritor de gloria

                         El adorador. Un escritor de gloria
                                                              Juan E. Barrera

Un adorador es un escritor de gloria. Eso dice el verso de una antigua canción del cantante cristiano Danny Berríos que ha dado vueltas por semanas en mi mente y en mi corazón y es que en estas sencillas palabras está escondida una de las gemas de la vida cristiana. Nuestra tendencia actual es acercarnos a Dios en función de nosotros mismos más que de Dios. Vivimos una religión antropocéntrica aunque digamos lo contrario. Estamos más interesados en satisfacer, a través de Dios nuestras propias necesidades, muchas veces necesidades básicas, como el sustento o necesidades materiales, y que tal vez sea un sesgo de la cristiandad de clase media. Solemos oír testimonios de creyentes agradeciendo muchas veces por la provisión divina en distintos aspectos, lo que tampoco es un error, pues sabemos que todo lo que tenemos proviene de su mano, pero también hay otras necesidades superiores que buscamos satisfacer en Dios, necesidad de ser amados, aceptados y otras más prosaicas como hacernos conocidos y hasta ganar dinero.
Hay otra manera de acercarse a Dios y esta es partir desde Dios mismo, preguntarse ¿Quién es Dios? ¿Cómo es Dios? ¿Cuál es la forma de relacionarse con este Dios? Esta es la postura que más temprano que tarde nos colocará en la posición de adorador y la razón es que nadie que se haga estas preguntas sinceramente y que se empeñe en buscar respuestas seguirá siendo el mismo. Muy pronto se dará cuenta de la grandeza y de lo incomprensible de Dios, partiendo por el misterio del mismo nombre impronunciable de Dios, YHWH y esta incomprensión, este abismo insalvable entre el hombre y Dios hará de ese hombre o mujer un adorador ¿Por qué?
Porque un adorador es alguien que reconoce la soberanía de Dios. Una lectura detallada de Las Escrituras arrojará la revelación de un Dios magnífico, terrible, más allá de toda comprensión humana, que tiene propósitos y los cumple. Descubrirá un Dios santo, que se enoja, que se llena de ira, que castiga, pero que al mismo tiempo está (no sé si está palabra es correcta ¿es? ) lleno de misericordia y fidelidad y este descubrimiento no deja lugar a otra actitud que la adoración. La adoración no solo es un acto físico, es primero una actitud. Frente a lo infinito, lo desconocido, a lo inmanejable, frente al reconocimiento del actuar soberano de Dios el hombre o mujer se rinde, se torna un adorador.
Un adorador es un escritor de gloria, puesto que el que adora es un enamorado de Dios a quien entre más se conoce más se ama. “cuanto más le amo más dulce es Él” decía la letra de una antigua canción traducida del inglés. Adorar es reconocer en el corazón quien es Dios, llenar el corazón de las virtudes de este Dios, reconocer su perfección, sus planes y sus propósitos hasta que estos pensamientos fluyen de manera espontánea, en forma verbal, en una expresión corporal, en expresiones contemplativas. Así como el enamorado no puede disimular su estado de excitación interna y lo manifiesta aún contra su voluntad, así también el adorador que ha sido seducido por Dios, como lo expresa el profeta, deja conocer su amor y escribe capítulos de gloria en su vida y en su comunidad: alegría contagiosa, fortaleza a toda prueba, esperanza radiante, amor desbordante.
Un adorador es un escritor de gloria porque en esta actitud desarrolla la obediencia, esa es la enseñanza de la historia de Abraham y de su hijo. Conmovedora historia entre Dios y un hombre. Un adorador es aquel que ha aprendido a ser obediente, es aquel que siendo testigo de la grandeza de Dios se da cuenta que no tiene otra opción que obedecer y lo hace con placer porque está fundido en esa manifestación gloriosa de Dios. Ha pasado de la relación utilitaria de Dios a una relación de intimidad profunda y esa perspectiva lo coloca en la posición de obediencia y esto es reconocido y recompensado por Dios. “yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros” fueron las palabras del patriarca. El nuevo testamento nos revela que Jesús, el mismísimo Dios hecho hombre, aprendió por el sufrimiento la obediencia, que era lo que el Padre buscaba. Y esto nos lleva al siguiente punto.
Un adorador es un escritor de gloria, porque a través del acto de adoración se eleva por sobre sus circunstancias de sufrimiento o debilidad y camina en victoria. La vida, desde que entró el pecado al mundo, está llena de dolor y sufrimiento y así como el sol sale para buenos e injustos, así también el sufrimiento viene sobre justos e injustos, creyentes y no creyentes, pero el adorador puede, no en su fuerza, sino en la de Dios elevarse y adorar a Dios. Cuando el que sufre se libera de lo inmediato, de lo visible y penetra al mundo de lo eterno y de lo invisible de lo divino, su perspectiva cambia, el parámetro ya no es lo humano, lo común, lo ordinario, la comparación es lo eterno, la gloria de Dios.
Un adorador es un escritor de gloria porque la gloria de Dios se refleja en él cuando lo exalta, cuando glorifica a Dios, porque ya no lo hace él sino el Espíritu de Dios que habita en él y es capaz de despojarse de la miseria de su humanidad, de su pecado, de su debilidad, de su falta de comprensión, de su finitud y por fe ya vive en otro mundo, en el cielo, con Dios, seguridad que pone a la muerte en un segundo plano, en un mal necesario para otro fin mayor, la eternidad.

Un adorador es un escritor de gloria, porque por la fe se apropia de bendiciones y de promesas que muy pronto se tornan una realidad. Un adorador, por la gracia de Dios y por la bondad de Dios, a través de la oración hace que las cosas cambien. Un adorador es uno que da en lugar de recibir. Da su vida, se rinde, se consagra, da sus dones, su energía, su tiempo, su alegría, por nada, simplemente responde a la gracia recibida y no espera recibir nada a cambio, “sirve a Dios por nada y descubre que eso es todo” decían los antiguos, pero Dios, por medio de la oración del que adora, abundantemente también da, entrega, es un Dios dador, que derrama sus perfectos dones y que incluso se da así mismo como galardón del que le busca y el adorador recibe y estos dones lo llenan de gozo, de satisfacción, de gratitud y de más adoración. El adorador es un escritor de gloria porque su adoración hace que las cosas cambien, que las cosas sucedan, un adorador mueve la mano de Dios y no lo hace él, sino Dios mismo por su gracia, por su amor y por su fidelidad.