Juan E. Barrera
Un adorador es un escritor de
gloria. Eso dice el verso de una antigua canción del cantante cristiano Danny
Berríos que ha dado vueltas por semanas en mi mente y en mi corazón y es que en
estas sencillas palabras está escondida una de las gemas de la vida cristiana.
Nuestra tendencia actual es acercarnos a Dios en función de nosotros mismos más
que de Dios. Vivimos una religión antropocéntrica aunque digamos lo contrario. Estamos
más interesados en satisfacer, a través de Dios nuestras propias necesidades,
muchas veces necesidades básicas, como el sustento o necesidades materiales, y que
tal vez sea un sesgo de la cristiandad de clase media. Solemos oír testimonios
de creyentes agradeciendo muchas veces por la provisión divina en distintos
aspectos, lo que tampoco es un error, pues sabemos que todo lo que tenemos
proviene de su mano, pero también hay otras necesidades superiores que buscamos
satisfacer en Dios, necesidad de ser amados, aceptados y otras más prosaicas
como hacernos conocidos y hasta ganar dinero.
Hay otra manera de acercarse a
Dios y esta es partir desde Dios mismo, preguntarse ¿Quién es Dios? ¿Cómo es
Dios? ¿Cuál es la forma de relacionarse con este Dios? Esta es la postura que
más temprano que tarde nos colocará en la posición de adorador y la razón es
que nadie que se haga estas preguntas sinceramente y que se empeñe en buscar
respuestas seguirá siendo el mismo. Muy pronto se dará cuenta de la grandeza y
de lo incomprensible de Dios, partiendo por el misterio del mismo nombre
impronunciable de Dios, YHWH y esta incomprensión, este abismo insalvable entre
el hombre y Dios hará de ese hombre o mujer un adorador ¿Por qué?
Porque un adorador es alguien que
reconoce la soberanía de Dios. Una lectura detallada de Las Escrituras arrojará
la revelación de un Dios magnífico, terrible, más allá de toda comprensión
humana, que tiene propósitos y los cumple. Descubrirá un Dios santo, que se
enoja, que se llena de ira, que castiga, pero que al mismo tiempo está (no sé
si está palabra es correcta ¿es? ) lleno de misericordia y fidelidad y este
descubrimiento no deja lugar a otra actitud que la adoración. La adoración no
solo es un acto físico, es primero una actitud. Frente a lo infinito, lo
desconocido, a lo inmanejable, frente al reconocimiento del actuar soberano de
Dios el hombre o mujer se rinde, se torna un adorador.
Un adorador es un escritor de
gloria, puesto que el que adora es un enamorado de Dios a quien entre más se
conoce más se ama. “cuanto más le amo más dulce es Él” decía la letra de una
antigua canción traducida del inglés. Adorar es reconocer en el corazón quien
es Dios, llenar el corazón de las virtudes de este Dios, reconocer su
perfección, sus planes y sus propósitos hasta que estos pensamientos fluyen de
manera espontánea, en forma verbal, en una expresión corporal, en expresiones
contemplativas. Así como el enamorado no puede disimular su estado de excitación
interna y lo manifiesta aún contra su voluntad, así también el adorador que ha
sido seducido por Dios, como lo expresa el profeta, deja conocer su amor y
escribe capítulos de gloria en su vida y en su comunidad: alegría contagiosa,
fortaleza a toda prueba, esperanza radiante, amor desbordante.
Un adorador es un escritor de
gloria porque en esta actitud desarrolla la obediencia, esa es la enseñanza de
la historia de Abraham y de su hijo. Conmovedora historia entre Dios y un
hombre. Un adorador es aquel que ha aprendido a ser obediente, es aquel que
siendo testigo de la grandeza de Dios se da cuenta que no tiene otra opción que
obedecer y lo hace con placer porque está fundido en esa manifestación gloriosa
de Dios. Ha pasado de la relación utilitaria de Dios a una relación de
intimidad profunda y esa perspectiva lo coloca en la posición de obediencia y
esto es reconocido y recompensado por Dios. “yo y el muchacho iremos hasta allí
y adoraremos, y volveremos a vosotros” fueron las palabras del patriarca. El
nuevo testamento nos revela que Jesús, el mismísimo Dios hecho hombre, aprendió
por el sufrimiento la obediencia, que era lo que el Padre buscaba. Y esto nos
lleva al siguiente punto.
Un adorador es un escritor de
gloria, porque a través del acto de adoración se eleva por sobre sus
circunstancias de sufrimiento o debilidad y camina en victoria. La vida, desde
que entró el pecado al mundo, está llena de dolor y sufrimiento y así como el
sol sale para buenos e injustos, así también el sufrimiento viene sobre justos
e injustos, creyentes y no creyentes, pero el adorador puede, no en su fuerza,
sino en la de Dios elevarse y adorar a Dios. Cuando el que sufre se libera de
lo inmediato, de lo visible y penetra al mundo de lo eterno y de lo invisible
de lo divino, su perspectiva cambia, el parámetro ya no es lo humano, lo común,
lo ordinario, la comparación es lo eterno, la gloria de Dios.
Un adorador es un escritor de
gloria porque la gloria de Dios se refleja en él cuando lo exalta, cuando
glorifica a Dios, porque ya no lo hace él sino el Espíritu de Dios que habita
en él y es capaz de despojarse de la miseria de su humanidad, de su pecado, de
su debilidad, de su falta de comprensión, de su finitud y por fe ya vive en
otro mundo, en el cielo, con Dios, seguridad que pone a la muerte en un segundo
plano, en un mal necesario para otro fin mayor, la eternidad.
Un adorador es un escritor de
gloria, porque por la fe se apropia de bendiciones y de promesas que muy pronto
se tornan una realidad. Un adorador, por la gracia de Dios y por la bondad de
Dios, a través de la oración hace que las cosas cambien. Un adorador es uno que
da en lugar de recibir. Da su vida, se rinde, se consagra, da sus dones, su
energía, su tiempo, su alegría, por nada, simplemente responde a la gracia
recibida y no espera recibir nada a cambio, “sirve a Dios por nada y descubre
que eso es todo” decían los antiguos, pero Dios, por medio de la oración del
que adora, abundantemente también da, entrega, es un Dios dador, que derrama
sus perfectos dones y que incluso se da así mismo como galardón del que le
busca y el adorador recibe y estos dones lo llenan de gozo, de satisfacción, de
gratitud y de más adoración. El adorador es un escritor de gloria porque su
adoración hace que las cosas cambien, que las cosas sucedan, un adorador mueve
la mano de Dios y no lo hace él, sino Dios mismo por su gracia, por su amor y
por su fidelidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario