miércoles, 23 de febrero de 2011


GOZO EN LAS AFLICCIONES.
UNA REFLEXIÓN DE MT. 5:11-12
Juan E. Barrera
Vivimos tiempos difíciles para el evangelio, tiempos muy complicados y esto no se debe a que exista oposición, al menos no en el mundo occidental, por regla general, al verdadero evangelio, si no que justamente por ello son tiempos peligrosos. Un evangelio que no crea oposición tal vez ha dejado de ser el verdadero evangelio de Jesucristo, el evangelio de la cruz. Hoy en día todo el mundo prefiere hablar y todos tienen palabra de éxito, prosperidad, de felicidad. Pareciera que estos conceptos han usurpado el lugar que la santidad y la humildad tenían en la iglesia del Señor. Nadie habla de sufrir por Cristo, de pagar el precio de ser un cristiano comprometido. Nadie desea predicar, ni que le prediquen del costo del discipulado cristiano. Todos preferimos oír acerca de cómo ser un vencedor y de cómo ser feliz. Sin embargo las palabras del Maestro nos traen al inicio, de retorno a lo básico “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo”. El verdadero evangelio crea oposición y resistencia, no pasa inadvertido, no deja indiferente a nadie. Siempre que se predique la Palabra en el poder del Señor habrá resultado y no siempre serán los que quisiéramos que fueran. El Señor agrega otro aspecto que también hay que considerar, Él dice que los que sufren por el evangelio, no deben considerarse víctimas, una “institución”, dijo alguien, que funciona hace tiempo en Occidente. Estamos rodeados de gente que es o se siente víctima. Jesús enseña que aquellos que sufren por su causa deben considerarse, no víctimas, sino bienaventurados y llenarse de gozo y alegría ¡Qué contradicción! El sufrimiento nos hace llorar, pero en la aflicción en la vida de un creyente comprometido se mezclan lágrimas de dolor y lágrimas de alegría. No las podemos separar, ni debemos separarlas porque ambas pertenecen a la vida cristiana. El hombre de hoy no quiere sufrir y como no lo desea hasta lo niega, pero eso no quita la aflicción. Esta vendrá, aunque no lo deseemos ni la esperemos. Es un huésped que muchas veces viene para quedarse, en forma de encarcelamiento, de ridiculización, de calumnias, de enfermedad y muerte, y por más que busquemos salida y soluciones tal vez esta no llegue y pasen los años y la aflicción no desaparezca. Las palabras del Señor son duras, Él dice que los que sufren por su causa son bienaventurados y que su galardón, su premio, está en los cielos, no en esta tierra. Si es así, entonces el consuelo está en la esperanza, en el reencuentro, en el tiempo de la plenitud, en la eternidad. ¿Y mientras tanto? En el presente Dios usa la aflicción de sus hijos de varias maneras: nos muestra cada cierto tiempo la vida esforzada y sacrificada de los que sufren por su causa para sacarnos de nuestra comodidad, para despertarnos, para que volvamos a edificar sobre el cimiento verdadero. Nos muestra que su obra salvadora y restauradora no depende de los medios que la iglesia use, sino que sigue siendo una obra de gracia. No son los programas ni las técnicas, ni los materiales. Dios usa hombres y mujeres y muchas veces hombres y mujeres quebrados por la aflicción. Personas que son verdaderos vasos de alabastro quebrados a los pies de su Señor. Son estos vasos destrozados los que sueltan su aroma de vida a su alrededor. Este es un aroma de otro mundo, que huele a gozo sobrenatural en lugar de tristeza, a santidad en lugar de felicidad, a confianza en lugar de duda, a fidelidad en lugar de traición, a alabanza en lugar de queja, a devoción y amor en lugar de enojo o indiferencia. ¡Oh qué el Señor nos de un espíritu como ese! Confiar en Dios en medio de la aflicción, elevar los ojos al galardón celestial y aquietar nuestros corazones y descansar en Él, en un Dios que todo lo sabe, que todo lo puede, que todo lo controla. ¡ Qué palabras son las que brotan de los labios de hombres y mujeres como estos! No son los más populares, no son los que escriben o cantan, aunque algunos de ellos pudieran serlo, pero habitualmente estos hombres y mujeres son anónimos, son los tesoros que sólo los buscadores encuentran. No están en la superficie de la iglesia, se encuentran en lo profundo del anonimato, porque la bulla y el ruido evangélico actual los agobia. Hay que buscar y buscar. Luego sentarse a sus pies y escuchar, en silencio, sin decir nada, sin teorizar, sin teologizar, hay que sentarse a llorar con ellos y aprender a como confiar en el Señor en medio de la aflicción.
Alabar a Dios sin entender lo que está haciendo, mantener la integridad en medio de la aflicción es la prueba del verdadero discipulado y es una prueba sin publicidad, sin televisión cristiana, sin grandes publicaciones. Es una prueba que se vence en lo más íntimo, en el dormitorio, de rodillas, entre lágrimas y sollozos. Esta alabanza es fruto de labios que confiesan su nombre, es fruto del verdadero amor, amor y nada más, devoción y nada más, entrega y nada más ¡Porque no hay nada más! Estos hombres y mujeres, los que practican el ¡Gozaos y alegraos! en medio de la persecución son los mejores predicadores. A ellos no hay que enseñarles como adorar ni como alabar, ni como predicar. Lo han aprendido por la experiencia propia y debemos aprender de ellos, porque son el instrumento de Dios para hablar a nuestras vidas, para despertarnos, remecernos, para bendecirnos, y para llenarnos de Él.