La chicha con naranja
Juan E. Barrera
Eran otros
tiempos y otra escuela, otros profesores y otros alumnos. Otra manera de vivir
y de ver el mundo. Un mundo visto a través de los ojos de niño. Un mundo escolar
lleno de buenos recuerdos y anécdotas. De bromas, de infantiles angustias, de
travesuras y pequeños grandes dramas, ¡de tiempos inolvidables!
Estudié en una
escuela pública cerca de mi casa, la Escuela 33, “la aviadores” “la de la
plaza” hasta casi fines de los setentas y guardo en mi mente muchísimas
imágenes de esa escuela aunque solo un par de veces volví a entrar en ella. La
banda de guerra de la Fach tocando para el aniversario de la escuela, toda esa
marcialidad y el sonido espléndido de los tambores y vientos retumbaba en todo
el establecimiento cada año. El grupo folklórico y sus coloridos trajes, el
oscuro escenario al final del corredor lugar de encuentro de los primeros
amores, la cancha de baby futbol, las entradas furtivas al sector del kinder y
otros recuerdos. No obstante guardo en mi memoria de manera especial una escena
relacionada con mi profesor. No es de abuso, ni de “mala barra”, ni de
discriminación, ni ninguna de las razones que hacen noticias hoy, es un
recuerdo cariñoso. Tuvimos el mismo docente de primero a sexto básico y aunque
era un hombre exigente y a veces severo, también tenía rasgos muy afectuosos.
Él me llamaba por mis dos nombres Juan Enrique y otras veces me llamaba solo Enrique.
Solo él ha hecho eso en toda mi vida, nadie más me ha llamado así, Enrique a
secas. Cuando andaba chispeante me molestaba con un relato infidente que mi
madre le hizo un día que tuve fiebre y me puse a delirar con unos monos que se
subían a mi cama, cuando tenía 7 años. ¡el curso completo reía con la historia
que me persiguió por años! ¿No te has puesto a llamar a Tarzán, Enrique?-decía
y todo el curso reía a carcajadas. Yo me ponía rojo y reía apenas junto con
ellos.
Un día, una
tarde de un cuarto o quinto básico en la tercera sala de clases, a la izquierda,
en el segundo piso, el profesor me llama -Enrique ven- me dijo. Me paré de mi
asiento y me dirigí a su escritorio sin temor alguno. Entonces, en voz baja me
pidió que saliéramos de la sala y una vez afuera, no sé de dónde sacó un
cambucho de papel con una botella de vidrio transparente dentro y con voz
misteriosa me dijo-Enrique, anda al frente, a la botillería de don Carlos y
cómprame un litro de chicha y unas naranjitas. Yo asentí con la cabeza y puse
atención a las instrucciones:
-Dile que vas de
parte mía-prosiguió el profesor- mira bien para los dos lados antes de cruzar
la calle. Yo hablé con el auxiliar para que te deje salir y entrar- Hablaba con
cara de “guarda el secreto” y yo entendí de inmediato. Me hice cómplice y
compinche suyo y me gustó. Disimuladamente bajé la escalera del segundo piso y
le dije al auxiliar “el profesor Mario me mandó”, parece que esa era la
contraseña porque sin preguntarme nada el hombre de cotona azul desteñida me
abrió la puerta y yo salí.
La plaza donde
se ubicaba la escuela me pareció distinta a esa hora de la tarde. Estaba vacía
e iluminada, no recuerdo si hacía frío o calor. Rápidamente la atravesé, con mi
encargo escondido entre la cotona beige. Llegué a la esquina, miré a ambos
lados y crucé.
Supongo que el
dueño de la botillería también sabía del tema pues no me preguntó nada y me
vendió la chicha y las naranjas. No recuerdo como entré a la escuela ni que
pasó después. Supongo que entré a la sala y seguí con mis tareas. Tampoco conté
el hecho en mi casa. De alguna manera supe que era un secreto entre mi profe y
yo.
Han pasado años
de la anécdota. Yo también me convertí en profesor de Educación Básica y
recuerdo esa anécdota con cariño, casi con nostalgia. Yo también tuve algunos
amigos de nueve años: Mejías, Espinoza, Suárez, Valenzuela, Olguín y tantos
otros. Con ellos redescubrí la risa, la fantasía, la alegría, la sencillez y el
cariño sincero.
La chicha y las
naranjas son una muestra de la relación y afecto que se puede generar entre
profesor y alumno. Relación basada en la honestidad y en el respeto mutuo. Entre
la formalidad y la cotidianeidad. No sé si esas situaciones se pueden dar o
repetir en el día de hoy. Si yo mandaría a un alumno a comprarme un litro de
chicha y unas naranjitas y si habrá un alumno que cuarenta años después recuerde
ese evento con cariño.