viernes, 9 de septiembre de 2016

La chicha con naranja

La chicha con naranja
                          Juan E. Barrera            

Eran otros tiempos y otra escuela, otros profesores y otros alumnos. Otra manera de vivir y de ver el mundo. Un mundo visto a través de los ojos de niño. Un mundo escolar lleno de buenos recuerdos y anécdotas. De bromas, de infantiles angustias, de travesuras y pequeños grandes dramas, ¡de tiempos inolvidables!
Estudié en una escuela pública cerca de mi casa, la Escuela 33, “la aviadores” “la de la plaza” hasta casi fines de los setentas y guardo en mi mente muchísimas imágenes de esa escuela aunque solo un par de veces volví a entrar en ella. La banda de guerra de la Fach tocando para el aniversario de la escuela, toda esa marcialidad y el sonido espléndido de los tambores y vientos retumbaba en todo el establecimiento cada año. El grupo folklórico y sus coloridos trajes, el oscuro escenario al final del corredor lugar de encuentro de los primeros amores, la cancha de baby futbol, las entradas furtivas al sector del kinder y otros recuerdos. No obstante guardo en mi memoria de manera especial una escena relacionada con mi profesor. No es de abuso, ni de “mala barra”, ni de discriminación, ni ninguna de las razones que hacen noticias hoy, es un recuerdo cariñoso. Tuvimos el mismo docente de primero a sexto básico y aunque era un hombre exigente y a veces severo, también tenía rasgos muy afectuosos. Él me llamaba por mis dos nombres Juan Enrique y otras veces me llamaba solo Enrique. Solo él ha hecho eso en toda mi vida, nadie más me ha llamado así, Enrique a secas. Cuando andaba chispeante me molestaba con un relato infidente que mi madre le hizo un día que tuve fiebre y me puse a delirar con unos monos que se subían a mi cama, cuando tenía 7 años. ¡el curso completo reía con la historia que me persiguió por años! ¿No te has puesto a llamar a Tarzán, Enrique?-decía y todo el curso reía a carcajadas. Yo me ponía rojo y reía apenas junto con ellos.
Un día, una tarde de un cuarto o quinto básico en la tercera sala de clases, a la izquierda, en el segundo piso, el profesor me llama -Enrique ven- me dijo. Me paré de mi asiento y me dirigí a su escritorio sin temor alguno. Entonces, en voz baja me pidió que saliéramos de la sala y una vez afuera, no sé de dónde sacó un cambucho de papel con una botella de vidrio transparente dentro y con voz misteriosa me dijo-Enrique, anda al frente, a la botillería de don Carlos y cómprame un litro de chicha y unas naranjitas. Yo asentí con la cabeza y puse atención a las instrucciones:
-Dile que vas de parte mía-prosiguió el profesor- mira bien para los dos lados antes de cruzar la calle. Yo hablé con el auxiliar para que te deje salir y entrar- Hablaba con cara de “guarda el secreto” y yo entendí de inmediato. Me hice cómplice y compinche suyo y me gustó. Disimuladamente bajé la escalera del segundo piso y le dije al auxiliar “el profesor Mario me mandó”, parece que esa era la contraseña porque sin preguntarme nada el hombre de cotona azul desteñida me abrió la puerta y yo salí.
La plaza donde se ubicaba la escuela me pareció distinta a esa hora de la tarde. Estaba vacía e iluminada, no recuerdo si hacía frío o calor. Rápidamente la atravesé, con mi encargo escondido entre la cotona beige. Llegué a la esquina, miré a ambos lados y crucé.
Supongo que el dueño de la botillería también sabía del tema pues no me preguntó nada y me vendió la chicha y las naranjas. No recuerdo como entré a la escuela ni que pasó después. Supongo que entré a la sala y seguí con mis tareas. Tampoco conté el hecho en mi casa. De alguna manera supe que era un secreto entre mi profe y yo.
Han pasado años de la anécdota. Yo también me convertí en profesor de Educación Básica y recuerdo esa anécdota con cariño, casi con nostalgia. Yo también tuve algunos amigos de nueve años: Mejías, Espinoza, Suárez, Valenzuela, Olguín y tantos otros. Con ellos redescubrí la risa, la fantasía, la alegría, la sencillez y el cariño sincero.

La chicha y las naranjas son una muestra de la relación y afecto que se puede generar entre profesor y alumno. Relación basada en la honestidad y en el respeto mutuo. Entre la formalidad y la cotidianeidad. No sé si esas situaciones se pueden dar o repetir en el día de hoy. Si yo mandaría a un alumno a comprarme un litro de chicha y unas naranjitas y si habrá un alumno que cuarenta años después recuerde ese evento con cariño.