QUIÉN LLEVA LOS PANTALONES
La
expresión ¿Quién lleva los pantalones? era predilecta de alguien a quien conocí
hace muchos años. Él contaba que cuando se casó, en los primeros días, para
dejar claro desde el inicio el asunto de quien mandaría en su matrimonio, se
sacó los pantalones y le pidió a su esposa que se los colocara. La esposa,
según su relato, se sorprendió y le dijo que esos pantalones le quedaban muy
grandes. Entonces, dijo él, “ya sabes quien debe llevar los pantalones en esta
relación”. Era un relato muy divertido, porque en la práctica nadie le creía la
anécdota, debido al carácter de la esposa que evidenciaba, al parecer, que en
este caso los pantalones eran compartidos y ¡él no tocaba la parte más grande!
Hay un
aspecto que es notorio prácticamente en la mayoría de las parejas, y es que se
espera que sea el hombre quien mande. La expresión tan chilena “ahí manda
calzón” está cargada de negatividad, de anomalía, de disfunción, de burla y la
expresión “a este lo manda la mujer” está llena de desprecio. Estas solas
expresiones algo divertidas nos dicen lo que se espera en una relación es que
mande el hombre y que cuando en la relación manda la mujer hay algo que no anda
bien y que existe cierta conducta que es observable por los otros. Los
chilenismos abundan “Mandoneado”, “calzonudo”, “macabeo”, “sometido” y todas
llevan un sentido peyorativo.
Ruiz (1981)
dice que el poder se puede definir como “la habilidad de una persona para
cambiar la posible conducta de otra u otras”. Esto implica, lo obvio, que
existe una relación activa entre el que manda y el que obedece, pero en un
matrimonio ¿Quién manda? ¿Quién obedece? y ¿Debe ser esa la interacción
practicada? ¿Debería mandar alguien?
Tradicionalmente
la manera de relacionarse en el matrimonio es que el hombre manda y la mujer
obedece o eso en apariencias. Para un hombre simple ese podría ser el final de
la discusión y si además su matrimonio se basa en la simetría papá-hija o
“amo–esclava”, aparentemente podría resultar más fácil, porque de manera
natural uno de los cónyuges asumiría el rol de sumisión. Sin embargo muchos de
los conflictos que se observa en parejas, incluso con muchos años de casados
demuestran que en la práctica el tema de quien manda no es fácil de resolver
aunque pasen los años. -“Yo hago como que él manda”- dicen algunas mujeres.-”Yo
siempre tengo la última palabra en mi casa, dice un hombre…sí mi amor”- son
algunos de los chistes conocidos cuando hablamos de quien manda en la casa.
Como en
muchos otros temas de pareja, la influencia de la familia de origen crea un
modelo que es muy difícil de desechar e incluso de hacer consciente. Si el
hombre proviene de una familia donde el hombre mandaba encontrará normal seguir
el mismo modelo y si este modelo además es un ejemplo de respeto y valorización
de la mujer nunca será tema para él. Si la esposa proviene de un hogar donde el
hombre mandaba pero eso nunca fue motivo de discordia y su madre fue muy amada,
respetada y valorada, no tendrá dificultad en aceptar la autoridad del marido,
independientemente si ella trabaja y es más independiente. Las dificultades se
presentan cuando las familias de origen son disfuncionales y se desea repetir
esos mismos modelos con consecuencias emocionales importantes para el cónyuge o
los hijos si ya los tienen. Un hombre abusivo y despótico que tiene el poder y
una mujer sumisa que tolera violencia verbal y/o física. Un hombre “macho” que
se ufana de ser quien manda en la casa a quien su mujer y sus hijos temen y en
lo interior desprecian y que esperan la primera oportunidad para marcharse del
hogar y ser felices aunque muchas veces terminan repitiendo el mismo tipo de
pareja, esta es una de las razones de este libro, prevenir, anticipar
situaciones, abrir los ojos del alma y descubrir qué tipo de modelo hemos
recibido.
La
influencia del hogar se revela también en el siguiente punto, que muchas veces
pasa desapercibido y solamente se descubre en grupos de estudio, reflexión o en
la terapia de pareja, estas son las luchas generacionales.
Las luchas generacionales
Dicho de manera simple, las luchas generacionales son conflictos
que uno o ambos cónyuges tuvieron o de los cuales fueron víctimas en sus
propias familias de origen. Conflictos que quedaron sin resolver y que se
traspasan a la próxima generación. Una dama joven a quien atendí una vez,
asumía una conducta muy violenta cada vez que su esposo bebía. Se enojaba,
gritaba, lloraba, lo echaba de la casa, se enfurecía. Quedaba fuera de sí.
Luego de unas sesiones descubrimos que en su familia el que mandaba era el
padre, un hombre alcohólico al que ella en su interior despreciaba y de quien
solamente tenía malos recuerdos. Bueno este conflicto con su padre estaba a la
base de su conflicto sobre quien mandaba en la casa. Sus palabras fueron, “no
voy a pasar por lo mismo que pasó la tonta de mi madre y jamás un hombre me va
a mandar a mí”. Él, por su parte tomaba todo a la broma como una forma de
defenderse de la conducta agresiva de su esposa, lo que la irritaba aun más.
Otras veces
el tema del poder se relaciona con el mal ejemplo de la madre sobre la hija.
Historias de mujeres caprichosas, inmaduras, manipuladoras, que gustan de
salirse con la suya, sin respeto por nadie tiene una base en el carácter de la
madre. Mujeres que en apariencia son muy sumisas, pero que sin embargo en la
intimidad del hogar tienen una conducta reprobable, causante de muchos
conflictos, para quienes el tema del poder nunca quedará resuelto y en cuyos
hogares el marido cederá el poder para evitar todo tipo de conflictos.
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