Ps. Juan E. Barrera
Sobre la muerte de un hijo se ha escrito mucho.
Aunque no todo lo que se escribe puede que sea de ayuda para quienes han tenido
que enfrentar este evento en la vida que usualmente, deja serias complicaciones
emocionales en los progenitores.
Algunas estadísticas muestran que esta no es una
experiencia tan infrecuente. Son 9 millones de niños los que mueren al año
(Cardonet 2014). Muchos de ellos mueren por causas que podrían evitarse si
existiese la voluntad política para ello. Más de la mitad de estos niños,
provienen de los siguientes países: India, Nigeria, la República Democrática
del Congo, Etiopía y China; prácticamente la mitad muere de hambre o de otra
causa relacionada. Pero también mueren los niños en las ciudades de
Latinoamérica. Las causas más frecuentes son:
• Accidentes
caseros.
• Atropellos.
• Accidentes
de tráfico.
• Asesinatos.
• Ahogos.
• Otras
formas.
El dolor que produce la muerte de un hijo o de una
hija deja devastados no solo a los padres, sino a toda una familia. Bucay (2003)
ofrece un listado, tomado de los países anglosajones, sobre la intensidad del
dolor puntuado de 0-100 donde la muerte ocupa los primeros lugares:
• La
muerte del cónyuge ocupa el primer lugar con 100 puntos
• La
muerte de un hijo el segundo lugar con 83 puntos
• La
muerte de un hermano y padres con 65 puntos
• La
muerte de un amigo 48 puntos
• La
muerte de una mascota 37 puntos.
Charles Corr, (2001) un autor dedicado al estudio
de la muerte en niños, citado en Acero-Rodríguez (calcula que, por cada muerte
repentina e inesperada de un niño, al menos diez personas (10X1) sufren un
efecto directo de ello, por lo que si se reflexiona en torno a las cifras de
los accidentes, homicidios, suicidios y problemas de salud que afectan a los
hijos, descubrimos que son muchísimas las personas tristes en el día de hoy.
¿Qué es
duelo?
El duelo, es definido por el experto e investigador
J. Bowlby, (2007) como “todos aquellos procesos psicológicos, conscientes e
inconscientes, que la pérdida de una persona amada pone en marcha, cualquiera
que sea el resultado”. Por su parte, Guic y Salas (2005) definen duelo como
“[…] la reacción ante una pérdida que puede ser la muerte de un ser querido,
pero también la pérdida de algo físico o simbólico, cuya elaboración no depende
del paso del tiempo sino del trabajo que se realice. Claramente cambia el curso
normal de la vida de una persona, pero es un proceso normal. ”
¿Cuánto dura
el duelo y cómo se manifiesta?
No hay acuerdo entre los autores especializados y
para algunos va desde los seis meses hasta los cinco años. Testimonios de
padres que han visto partir un hijo hablan incluso de un duelo que abarca los siete
años y el profesor Alonso-Fernández, (2013) catedrático de Psiquiatría de la
Universidad Complutense de Madrid, por su parte, afirma que alrededor de un 20%
de los padres no logra superar la muerte de un hijo.
El duelo se caracteriza por una profunda tristeza y
las consecuencias se extienden a los pensamientos, de impotencia, de confusión,
de dudas y preguntas sin responder. En lo emocional los dolientes se llenan de
emociones negativas, desde la tristeza hasta la ira. Desazón, sensación de
vacío, decepción, nostalgia. En lo social muchos dolientes buscan la soledad,
evitan el juntarse con otras personas. El mundo entero cambia para los padres
que han visto partir un hijo.
Esta experiencia, de acuerdo con Roitman et al (2002)
se vuelve fundacional. Marca un antes y un después para los padres y el resto
de la familia. Prácticamente todas las actividades, de manera principal al
inicio de la partida del hijo o hija giran en torno a un antes o a un después
de la partida del hijo o hija.
Algunas de las razones, citadas por el mismo autor para
el profundo dolor de los padres, están el hecho de que la paternidad es
irrenunciable. El hijo o la hija ya no está, pero los padres siguen siendo
padres. Siempre se va a recordar el día de su nacimiento. No se pueden olvidar
las anécdotas vividas, las experiencias compartidas, el afecto entregado y
recibido. Se puede dejar de ser novio, esposo, amigo íntimo, pero no se puede
dejar de ser padre o madre. El profeta bíblico, escribiendo 500 años antes de
Cristo pregunta de manera retórica “¿Olvidará la mujer lo que dio a luz? (Biblia
RVR 1960) La respuesta en el mismo texto es un rotundo no. No se puede dejar de
ser padres.
¿Cómo
brindar ayuda a esos padres que quedan?
Algunos caminos de restauración son los siguientes:
Recibir una
actitud de acogida. Los que han pasado por la experiencia de haber visto
partir un hijo necesitan hablar de sus hijos, de cómo eran. De su carácter,
recordar anécdotas, llorar, reír, volver a llorar o guardar silencio. Necesitan
un psicólogo empático, auténtico, que llore con ellos, que no apresure nada,
que no dirija nada, que escuche solamente y lo más importante, les ayude en ese
proceso a desarrollar los medios o herramientas psicológicas que los padres
tienen para seguir adelante con la vida, porque no hay otra posibilidad. La
vida debe continuar, a pesar de la pena profunda que se siente. Nadie puede realizar
este trabajo por los padres, por difícil que sea y aunque muchos deseen ayudar,
la restauración debe provenir desde los propios dolientes. La duración de ese
proceso es muy variable y va a depender de los recursos psíquicos de las
personas.
Aceptar la
realidad .Este es otro camino a seguir y requiere más dedicación
terapéutica y más elaboración por parte del que sufre. Este principio proviene
de la psicología cognitiva y es lo opuesto a la negación. Aceptar la verdad, es
mirar la situación sin taparse los ojos, la boca o los oídos. Es aceptar que la
vida es como es y no como nos gustaría que fuera. Entender esto aminora el
sufrimiento, lo que no ocurre sin una importante intención de trabajo para
lograr esto. Aceptar la realidad, que el hijo o hija ya no está toma tiempo.
Durante las primeras semanas la sensación es de adormecimiento, de estar
anestesiado, de vivir un sueño o una pesadilla. Al pasar los días se descubre
que no es un sueño y que lo que ha sucedido es real. Aquí comienza la lucha por
aceptar la realidad.
El dolor como
una oportunidad de aprendizaje. Dicen las personas que han vivido un tiempo
de mucho éxito, fama y euforia: cantantes, actores, modelos, deportistas y
otros, que en ese tiempo no han aprendido mucho o tanto como en el tiempo de
dolor. El éxito está lleno de ego, ruido, dinero, mucha actividad y esto no da
tiempo para reflexionar o aprender de la vida. Se está “arriba de la máquina” y
no se puede bajar, no hasta que algo inesperado ocurre. Conflictos importantes,
una enfermedad sorpresiva, un divorcio, la ruina o la muerte de un hijo. Nos
dicen entonces estas personas, que es en este tiempo donde más se aprende.
Pilar Sordo (2012) conocida psicóloga chilena,
emplea una metáfora interesante para referirse al dolor, ella habla de la
encomienda:
“Definir el dolor es simple y lo pueden encontrar
en cualquier diccionario, es básicamente una sensación subjetiva lacerante, que
muchas veces hace que duela literalmente todo y a través de la cual muchos
hemos podido comprobar que el alma existe, porque de verdad se siente cuando lo
padecemos. El dolor es una encomienda que llega a nuestras vidas, la mayoría de
las veces sin que la hayamos solicitado, y directamente a domicilio. Es una
“caja” de feo aspecto que cuando la recibimos nos hace preguntarnos ¿Por qué a
mí?, “yo no la quiero recibir, vemos entonces la forma de devolverla y de
rechazar el envío”
Aprender a
vivir un día a la vez. “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque
el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.” Este
principio aplicable frente a la pérdida de un hijo o hija son palabras de Jesús
refiriéndose a la ansiedad por el futuro. De manera automática, cuando un hijo
parte, vienen a la cabeza de los dolientes una serie de pensamientos.
Verdaderos huracanes mentales confusos que traen todo tipo de pensamientos e
imágenes que producen mucho dolor. Inmediatamente se piensa en la navidad que
se celebrará sin el hijo. En su cumpleaños, las vacaciones donde no va a estar,
sus amigos, su pieza, su ropa, etc. Estos pensamientos crean gran aflicción y
casi no se pueden controlar. Apenas se sabe la noticia de la partida, la mente
de los dolientes vuela por toda la vida que se vivirá sin el hijo o hija. Desde
el primer momento se piensa que la ausencia del hijo será muy difícil de
llevar. Estas palabras de Jesús son preciosas, cargadas de sanidad, de gran
valor terapéutico, palabras que restauran. Se relacionan con la preocupación por
el futuro que tanta paz quita.
La partida de un hijo siempre dejará una huella en
la vida de los padres, pero es posible seguir adelante. Hay caminos de
restauración, se han nombrado algunos de ellos. Ninguno está exento de
dificultades y todos requieren de la implicancia de los dolientes, pero
elaborados apropiadamente traerán alivio a quienes han visto partir a un hijo o
hija.
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