viernes, 14 de noviembre de 2014

La esperanza y la felicidad

La esperanza y la felicidad
                                                                                   Juan E. Barrera

El psiquiatra francés Boris Cyrulnik es experto en resiliencia, término tomado de la metalurgia y que indica la capacidad de algunas personas para sobreponerse a los traumas psicológicos y heridas emocionales graves y conseguir ser feliz, así como el metal incandescente soporta los golpes sin romperse.
Cyrulnik es apodado “el psiquiatra de la esperanza” por sus estudios en este campo. Publicó en España hace unos años el libro Los patitos feos, libro que lo identifica, pues su vida es una historia que vale la pena contarla. Nació en Burdeos, capital portuaria al sur oeste de Francia, en el seno de una familia judía emigrada de Ucrania. Tenía sólo cinco años cuando contempló cómo sus padres fueron deportados y asesinados en un campo de concentración. "No es fácil para un niño saber que le han condenado a muerte", recuerda él en una entrevista.
Logró escapar y comenzar una vida errante y dura que lo llevó por orfelinatos y diversos centros de acogida. Era el típico caso perdido, un patito feo condenado a llegar a la edad adulta convertido en un maltratador, o un delincuente.
Pero no fue así. Cyrulnik conoció a unos vecinos que le mostraron el lado afable de la vida, le trataron como a una persona y le animaron a que estudiara psiquiatría. Hoy es un hombre feliz, formó una familia a la que ama y se ha convertido en uno de los analistas del comportamiento humano más importantes del mundo.
Algunos de sus libros más famosos son: “Los patitos feos”, ya citado, otro, “El amor que cura”, “Sálvate la vida te espera”, “El murmullo de los fantasmas”, y “Morirse de vergüenza”.
¿Cuál es el aporte de Cirulnik? ¿Por qué relacionar esperanza y felicidad? ¿Cuál es la relación entre ambas? Son dos caras de una misma medalla, puesto que lo primero que una persona infeliz pierde es la esperanza, esa sensación de que un día las cosas van a cambiar y lo primero que una persona feliz recupera es la esperanza, no será al comienzo mayor que una luciérnaga pero se agrandará hasta iluminar como un gran lucero la vida de esa persona. Mientras se tenga esperanza siempre se puede ser feliz, la ausencia de ella siempre convence al pesimista, al depresivo, al suicida que es mejor rendirse.
El destello, aunque suave y delicado, de la esperanza, hace sonreír al que sueña, al prisionero, a la mujer golpeada, al amante abandonado, al niño que busca la moneda perdida, al que mira el sol desde una ventana, al que sabe que dejará este mundo en semanas, al que mira más allá de sus circunstancias, al que no renuncia ni ceja en sus deseos de ser feliz.
Hierra el mito de Pandora al indicar que la esperanza quedó encerrada en la ánfora, y que solo los males circulan en este mundo. La esperanza está libre para que fundemos sobre ella la felicidad. Muchas veces se necesitará una manera distinta de mirar `para descubrir la esperanza y ser feliz. Se necesitará mirar con fe. Las pérdidas, los agravios, los desamores, la soledad, la traición, o la vejez nos ciega y no nos deja ver más allá de lo obvio: extrañar y llorar a los que nos están, lamentarnos y victimizarnos por el daño recibido, por la honra perdida, por los besos desperdiciados, por la confianza traicionada y sentimos que la felicidad está tan lejos como lo está occidente de oriente y exclamamos con el salmista bíblico “Oh quien me diera alas de palomas, volaría yo y descansaría” y miramos con envidia al gorrión del jardín o a las golondrinas que revolotean sobre nuestra cabeza libres y despreocupadas y es que a veces nos toca llorar y la vida se vive al ritmo de una música suave y melancólica.
Por paradójico que suene, muchas veces es en esa posición cuando aprendemos a ser verdaderamente felices, porque aprendemos a valorar lo intangible, lo invisible. Descubrimos que para ser feliz debemos dejar de depender y aprender a valorarnos a nosotros mismos, lo que somos y lo que no somos, lo que tenemos y lo que no tenemos, y descubrimos también que muchas veces para construir la felicidad debemos quedarnos o debemos emigrar, dejar el nido con el dolor que eso significa.
Somos felices cuando nos desenamoramos de las cosas, de las personas, de los anhelos, de las envidias, del futuro, de los debería y descubrimos quienes somos en realidad, nos miramos a nosotros mismos y descubrimos que somos pasado, somos niño, somos risa, somos pudor, somos dolores, somos deseo, somos madre, somos padre, somos almendro, somos escuela, somos campo, somos lluvia, somos ciudad, somos asfalto, somos alegrías, somos pobreza, somos poesía, somos libro, somos Borges, somos Cortázar, somos Serrat, somos Bach, somos Dios.
La esperanza, el amor, el contentamiento, la fe son los ingredientes de la felicidad, pero no hay recetas. Cada uno usará los ingredientes y los mezclará a su gusto, en su cronos, a su modo. Al atardecer final, si la vida o Dios nos permite mirarlo nos dirá si la mezcla, si la combinación o la composición de los elementos fue la correcta y sí ha sido ha sido sonreiremos por última vez llenos de satisfacción y murmuraremos por última vez junto al poeta “¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!” y los creyentes escucharemos también la voz del Nazareno diciendo “Bien buen siervo y fiel” y la sonrisa se tornará en adoración.