La
esperanza y la felicidad
Juan
E. Barrera
El psiquiatra francés Boris Cyrulnik es experto en resiliencia, término
tomado de la metalurgia y que indica la capacidad de algunas personas para
sobreponerse a los traumas psicológicos y heridas emocionales graves y
conseguir ser feliz, así como el metal incandescente soporta los golpes sin
romperse.
Cyrulnik es apodado “el psiquiatra de la esperanza” por sus estudios en
este campo. Publicó en España hace unos años el libro Los patitos feos, libro
que lo identifica, pues su vida es una historia que vale la pena contarla. Nació
en Burdeos, capital portuaria al sur oeste de Francia, en el seno de una
familia judía emigrada de Ucrania. Tenía sólo cinco años cuando contempló cómo
sus padres fueron deportados y asesinados en un campo de concentración.
"No es fácil para un niño saber que le han condenado a muerte",
recuerda él en una entrevista.
Logró escapar y comenzar una vida errante y dura que lo llevó por
orfelinatos y diversos centros de acogida. Era el típico caso perdido, un
patito feo condenado a llegar a la edad adulta convertido en un maltratador, o
un delincuente.
Pero no fue así. Cyrulnik conoció a unos vecinos que le mostraron el lado afable de la vida, le trataron como a una persona y le animaron a que estudiara psiquiatría. Hoy es un hombre feliz, formó una familia a la que ama y se ha convertido en uno de los analistas del comportamiento humano más importantes del mundo.
Algunos de sus libros más famosos son: “Los patitos feos”, ya citado, otro, “El amor que cura”, “Sálvate la vida te espera”, “El murmullo de los fantasmas”, y “Morirse de vergüenza”.
Pero no fue así. Cyrulnik conoció a unos vecinos que le mostraron el lado afable de la vida, le trataron como a una persona y le animaron a que estudiara psiquiatría. Hoy es un hombre feliz, formó una familia a la que ama y se ha convertido en uno de los analistas del comportamiento humano más importantes del mundo.
Algunos de sus libros más famosos son: “Los patitos feos”, ya citado, otro, “El amor que cura”, “Sálvate la vida te espera”, “El murmullo de los fantasmas”, y “Morirse de vergüenza”.
¿Cuál es el aporte de Cirulnik? ¿Por qué relacionar esperanza y
felicidad? ¿Cuál es la relación entre ambas? Son dos caras de una misma medalla,
puesto que lo primero que una persona infeliz pierde es la esperanza, esa
sensación de que un día las cosas van a cambiar y lo primero que una persona
feliz recupera es la esperanza, no será al comienzo mayor que una luciérnaga
pero se agrandará hasta iluminar como un gran lucero la vida de esa persona.
Mientras se tenga esperanza siempre se puede ser feliz, la ausencia de ella
siempre convence al pesimista, al depresivo, al suicida que es mejor rendirse.
El destello, aunque suave y delicado, de la esperanza, hace sonreír al
que sueña, al prisionero, a la mujer golpeada, al amante abandonado, al niño
que busca la moneda perdida, al que mira el sol desde una ventana, al que sabe
que dejará este mundo en semanas, al que mira más allá de sus circunstancias,
al que no renuncia ni ceja en sus deseos de ser feliz.
Hierra el mito de Pandora al indicar que la esperanza quedó encerrada en
la ánfora, y que solo los males circulan en este mundo. La esperanza está libre
para que fundemos sobre ella la felicidad. Muchas veces se necesitará una
manera distinta de mirar `para descubrir la esperanza y ser feliz. Se necesitará
mirar con fe. Las pérdidas, los agravios, los desamores, la soledad, la traición,
o la vejez nos ciega y no nos deja ver más allá de lo obvio: extrañar y llorar
a los que nos están, lamentarnos y victimizarnos por el daño recibido, por la
honra perdida, por los besos desperdiciados, por la confianza traicionada y
sentimos que la felicidad está tan lejos como lo está occidente de oriente y
exclamamos con el salmista bíblico “Oh quien me diera alas de palomas, volaría
yo y descansaría” y miramos con envidia al gorrión del jardín o a las
golondrinas que revolotean sobre nuestra cabeza libres y despreocupadas y es
que a veces nos toca llorar y la vida se vive al ritmo de una música suave y
melancólica.
Por paradójico que suene, muchas veces es en esa posición cuando aprendemos
a ser verdaderamente felices, porque aprendemos a valorar lo intangible, lo
invisible. Descubrimos que para ser feliz debemos dejar de depender y aprender
a valorarnos a nosotros mismos, lo que somos y lo que no somos, lo que tenemos
y lo que no tenemos, y descubrimos también que muchas veces para construir la
felicidad debemos quedarnos o debemos emigrar, dejar el nido con el dolor que
eso significa.
Somos felices cuando nos desenamoramos de las cosas, de las personas, de
los anhelos, de las envidias, del futuro, de los debería y descubrimos quienes
somos en realidad, nos miramos a nosotros mismos y descubrimos que somos
pasado, somos niño, somos risa, somos pudor, somos dolores, somos deseo, somos
madre, somos padre, somos almendro, somos escuela, somos campo, somos lluvia,
somos ciudad, somos asfalto, somos alegrías, somos pobreza, somos poesía, somos
libro, somos Borges, somos Cortázar, somos Serrat, somos Bach, somos Dios.
La
esperanza, el amor, el contentamiento, la fe son los ingredientes de la
felicidad, pero no hay recetas. Cada uno usará los ingredientes y los mezclará
a su gusto, en su cronos, a su modo. Al atardecer final, si la vida o Dios nos
permite mirarlo nos dirá si la mezcla, si la combinación o la composición de
los elementos fue la correcta y sí ha sido ha sido sonreiremos por última vez
llenos de satisfacción y murmuraremos por última vez junto al poeta “¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!” y los
creyentes escucharemos también la voz del Nazareno diciendo “Bien buen siervo y
fiel” y la sonrisa se tornará en adoración.