lunes, 11 de julio de 2022

El Sufrimiento y la gente buena

 Sufrimiento y la gente buena

-Mamita ¿Yo he me portado mal?- dice el niño a punto de llorar-¿por qué me preguntas eso, mi tesoro?- responde la mamá -porque si yo me hubiera portado bien, no  andaría en esta  silla de ruedas-

-tú siempre te has portado bien, eres muy  lindo- responde la madre, ocultando sus  lágrimas.-¿Entonces por qué Diosito me hizo así, sí yo no me he portado mal?--ay mi niño, las preguntas que me haces-toma aire y se traga un sollozo

Luego guarda silencio y levanta con esfuerzo a su hijo de la silla mientras las pequeñas piernas del niño cuelgan inertes, y sonríe con inocencia y ella se lo come a besos.

 “Yo he sido siempre una persona buena, no le he hecho mal a nadie, ¿por qué me tiene que pasar esto a mí?” Esta pregunta resuena una y otra vez en la vida de muchas personas. Es difícil responderla, aunque la hemos escuchado siempre. Quizá una posible respuesta esté en cambiar la manera dicotómica como vemos la vida, la forma como enfrentamos la incerteza y las paradojas de la vida. En lugar de preguntarnos por qué, tendremos que aceptar que el sufrimiento es ciego, que no tiene leyes, que la genética es importante y que las decisiones y acciones de otros también afectan a la gente buena y finalmente que nunca tendremos una visión panorámica del devenir humano, que siempre estaremos limitados en nuestra manera de enfrentar las situaciones.

 La pregunta eterna

¿Por qué? es una pregunta eterna, que traspasa generaciones y está presente desde siempre en nuestra historia. Que aborda el sufrimiento desde la experiencia misma. “Yo he sido siempre una persona buena, no le he hecho mal a nadie, por qué me tiene que pasar esto a mí?” No hay una respuesta fácil o convincente para quien se hace estas preguntas y me la han hecho en diversas oportunidades. Lo hizo mi padre muchas veces, también lo han hecho algunos amigos, y personas que sufren. No es una pregunta ingenua, es una pregunta que de verdad busca una respuesta.

“¿Por qué mi amigo, que nunca le hizo daño a nadie tiene que sufrir tanto?” “Mi viejo, que nunca hizo nada malo, que siempre se dedicó a nosotros, sufrió hasta el último minuto antes de morir, no es justo” Estas son palabras textuales de personas que conozco. Esta es una pregunta existencial en la que la respuesta solo puede especulativa y ser solo pinceladas de un cuadro que parece no terminarse jamás.

Harold Kushner,[1] un rabino norteamericano, autor del libro ¿Por qué sufre la gente buena? Escribió:

“Hay una sola pregunta que en realidad importa: ¿por qué a la gente buena le pasan cosas malas? El resto de las discusiones teológicas es una mera distracción intelectual, algo así como los crucigramas y pasatiempos del suplemento dominical del periódico, que pueden satisfacer a algunas personas, pero que no tocan ninguno de los problemas existenciales. Toda conversación importante que he mantenido sobre Dios y la religión comenzaba con esta pregunta, o giraba en torno a ella. “

 No sé si esta es la pregunta teológica más importante, pero sí estoy de acuerdo que es una pregunta importante, quizás hoy más que antes, por el énfasis puesto en la sociedad actual en la felicidad y en la búsqueda de placer, que muchas veces se confunden como si fueran las mismas cosas.

Los argumentos que presenta en su libro se relacionan con Dios, con la responsabilidad humana, con los motivos, y otros. Uno no tiene que estar de acuerdo con todo, pero se debe reconocer que el libro es un esfuerzo por abordar un tema complicado y hacerlo sin evasivas.

Yo en las siguientes páginas voy a intentar responder a esta pregunta basándome en las opiniones más corrientes y en mis propias reflexiones.

 Nuestras expectativas

Suelo usar con los pacientes muchas veces en terapia estas palabras, “la vida es como es. No como a mí me gustaría que fuera”. Esta oración hace alusión a las expectativas con las que crecemos y nuestras creencias acerca de cómo deben ser las cosas. Nuestros padres son la primera influencia en como vemos la vida. Si sus propias creencias son apropiadas creceremos con una expectativa más realista de la vida. Si sus pensamientos, creencias, y experiencias son negativos creceremos con un modo de ver las circunstancias también de manera negativa o inflexible. Muchas veces nuestros padres nos enseñan “si haces bien las cosas, siempre te irá bien”, o “todo se paga en esta vida”. La rigidez con que aprehendemos estos pensamientos nos hacen sufrir, al darnos cuenta que no siempre las circunstancias ocurren como creíamos que debían ocurrir. Experimentamos una orfandad temprana, por ejemplo y nos cuesta mucho aceptar esa realidad.

Las expectativas se pueden cambiar o flexibilizar. Es un verdadero trabajo. Las expectativas no cumplidas generan emociones negativas como el enojo, la amargura y la frustración, porque nos quedamos atrapados entre dos pensamientos que se oponen. Por un lado lo que siempre hemos creído que debe ser y por otro lado, la complejidad del día a día, que no responde a nuestra lógica: la gente nos daña aunque no le hagamos nada, ocurren desastres naturales, las cosas no siempre llevan el orden que nosotros les damos y entonces hay que trabajar esta dicotomía hasta aceptar el principio “la vida no es como quiero que sea, la vida es como es” y dejar de preguntarnos por qué.

 Las paradojas de la vida

Muy relacionado con el punto anterior, tenemos la idea de las paradojas. La lógica del devenir no siempre encuadra con lo que hemos aprendido. Un gran desafío es aprender a vivir con las paradojas de la vida. Nacemos para morir, nos gusta el amor aunque a veces nos hace sufrir, perdemos lo que más cuidamos, amamos a quienes odiamos. El principito nos enseña una gran paradoja:

Entonces apareció el zorro:

—¡Buenos días! —dijo el zorro.

—¡Buenos días! —respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada.

—Estoy aquí, bajo el manzano —dijo la voz.

—¿Quién eres tú? —preguntó el principito—. ¡Qué bonito eres!

—Soy un zorro —dijo el zorro.

—Ven a jugar conmigo —le propuso el principito—, ¡estoy tan triste!

—No puedo jugar contigo —dijo el zorro—, no estoy domesticado.

—¡Ah, perdón! —dijo el principito.

Pero después de una breve reflexión, añadió:

—¿Qué significa "domesticar"?

—Tú no eres de aquí —dijo el zorro— ¿qué buscas?

—Busco a los hombres —le respondió el principito—. ¿Qué significa "domesticar"?

—Los hombres —dijo el zorro— tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto!

Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?

—No —dijo el principito—. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"?

—volvió a preguntar el principito.

—Es una cosa ya olvidada —dijo el zorro—, significa "crear vínculos... "

—¿Crear vínculos?

—Efectivamente, verás —dijo el zorro—. Tú no eres para mí todavía más ue un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...

—Comienzo a comprender —dijo el principito—. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado...

—Es posible —concedió el zorro—, en la Tierra se ven todo tipo de cosas.

—¡Oh, no es en la Tierra! —exclamó el principito.

El zorro pareció intrigado:

—¿En otro planeta?

—Sí.

—¿Hay cazadores en ese planeta?

—No.

—¡Qué interesante! ¿Y gallinas?

—No.

—Nada es perfecto —suspiró el zorro.

Y después volviendo a su idea:

—Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí.

Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.

El zorro se calló y miró un buen rato al principito:

—Por favor... domestícame —le dijo.

—Bien quisiera —le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo.

He de buscar amigos y conocer muchas cosas.

—Sólo se conocen bien las cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!

—¿Qué debo hacer? —preguntó el principito.

—Debes tener mucha paciencia —respondió el zorro—. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...

El principito volvió al día siguiente.

—Hubiera sido mejor —dijo el zorro— que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.

—¿Qué es un rito? —inquirió el principito.

—Es también algo demasiado olvidado —dijo el zorro—. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.

De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida:

—¡Ah! —dijo el zorro—, lloraré.

—Tuya es la culpa —le dijo el principito—, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...

—Ciertamente —dijo el zorro.

—¡Y vas a llorar!, —dijo él principito.

—¡Seguro!

—No ganas nada.

—Gano —dijo el zorro— he ganado a causa del color del trigo.

Y luego añadió:

—Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo.

Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.

El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:

—No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros.

Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.

Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:

—Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes.

Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.

Y volvió con el zorro.

—Adiós —le dijo.

—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.

—Lo esencial es invisible para los ojos —repitió el principito para acordarse.

—Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.

—Es el tiempo que yo he perdido con ella... —repitió el principito para recordarlo.

—Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...

—Yo soy responsable de mi rosa... —repitió el principito a fin de recordarlo.

Lo esencial es invisible a los ojos, esta es una paradoja con la que debemos aprender a vivir y ver el sufrimiento. La tarea no siempre es entender los por qués, sino ver lo invisible. En el sufrimiento hay algo que no siempre podemos ver con los ojos, pero está ahí. Con los ojos solo vemos a un bebé que lucha y sobrevive los 9 meses del embarazo y que luego de nacer logra vivir tres minutos y se va al cielo en brazos de sus padres que anhelaban conocer su carita, que lo besan, lo llaman por su nombre y se despiden de él, lo invisible de esa ocasión nos obliga a mirar lo esencial: la vida, el amor, la aceptación, la esperanza, la alegría en medio del dolor. Lo invisible, en lugar de preguntarnos por qué, es aceptar las paradojas.



[1] Harold Kushner