-Mamita ¿Yo he me portado mal?- dice el niño a punto de llorar-¿por qué me preguntas eso, mi tesoro?- responde la mamá -porque si yo me hubiera portado bien, no andaría en esta silla de ruedas-
-tú siempre te has portado bien, eres muy lindo- responde la madre, ocultando sus lágrimas.-¿Entonces por qué Diosito me hizo así, sí yo no me he portado mal?--ay mi niño, las preguntas que me haces-toma aire y se traga un sollozo
Luego guarda silencio y levanta con esfuerzo a su hijo de la silla mientras las pequeñas piernas del niño cuelgan inertes, y sonríe con inocencia y ella se lo come a besos.
¿Por qué? es una pregunta eterna, que
traspasa generaciones y está presente desde siempre en nuestra historia. Que
aborda el sufrimiento desde la experiencia misma. “Yo he sido siempre una
persona buena, no le he hecho mal a nadie, por qué me tiene que pasar esto a
mí?” No hay una respuesta fácil o convincente para quien se hace estas
preguntas y me la han hecho en diversas oportunidades. Lo hizo mi padre muchas
veces, también lo han hecho algunos amigos, y personas que sufren. No es una
pregunta ingenua, es una pregunta que de verdad busca una respuesta.
“¿Por qué mi amigo, que nunca le hizo
daño a nadie tiene que sufrir tanto?” “Mi viejo, que nunca hizo nada malo, que
siempre se dedicó a nosotros, sufrió hasta el último minuto antes de morir, no
es justo” Estas son palabras textuales de personas que conozco. Esta es una
pregunta existencial en la que la respuesta solo puede especulativa y ser solo
pinceladas de un cuadro que parece no terminarse jamás.
Harold Kushner,[1]
un rabino norteamericano, autor del libro ¿Por qué sufre la gente buena?
Escribió:
“Hay una sola pregunta que en
realidad importa: ¿por qué a la gente buena le pasan cosas malas? El resto de
las discusiones teológicas es una mera distracción intelectual, algo así como
los crucigramas y pasatiempos del suplemento dominical del periódico, que
pueden satisfacer a algunas personas, pero que no tocan ninguno de los
problemas existenciales. Toda conversación importante que he mantenido sobre
Dios y la religión comenzaba con esta pregunta, o giraba en torno a ella. “
Los argumentos que presenta en su
libro se relacionan con Dios, con la responsabilidad humana, con los motivos, y
otros. Uno no tiene que estar de acuerdo con todo, pero se debe reconocer que
el libro es un esfuerzo por abordar un tema complicado y hacerlo sin evasivas.
Yo en las siguientes páginas voy a
intentar responder a esta pregunta basándome en las opiniones más corrientes y
en mis propias reflexiones.
Suelo usar con los pacientes muchas
veces en terapia estas palabras, “la vida es como es. No como a mí me gustaría
que fuera”. Esta oración hace alusión a las expectativas con las que crecemos y
nuestras creencias acerca de cómo deben ser las cosas. Nuestros padres son la
primera influencia en como vemos la vida. Si sus propias creencias son
apropiadas creceremos con una expectativa más realista de la vida. Si sus pensamientos,
creencias, y experiencias son negativos creceremos con un modo de ver las
circunstancias también de manera negativa o inflexible. Muchas veces nuestros
padres nos enseñan “si haces bien las cosas, siempre te irá bien”, o “todo se
paga en esta vida”. La rigidez con que aprehendemos estos pensamientos nos
hacen sufrir, al darnos cuenta que no siempre las circunstancias ocurren como
creíamos que debían ocurrir. Experimentamos una orfandad temprana, por ejemplo
y nos cuesta mucho aceptar esa realidad.
Las expectativas se pueden cambiar o
flexibilizar. Es un verdadero trabajo. Las expectativas no cumplidas generan
emociones negativas como el enojo, la amargura y la frustración, porque nos
quedamos atrapados entre dos pensamientos que se oponen. Por un lado lo que
siempre hemos creído que debe ser y por otro lado, la complejidad del día a
día, que no responde a nuestra lógica: la gente nos daña aunque no le hagamos
nada, ocurren desastres naturales, las cosas no siempre llevan el orden que
nosotros les damos y entonces hay que trabajar esta dicotomía hasta aceptar el
principio “la vida no es como quiero que sea, la vida es como es” y dejar de
preguntarnos por qué.
Muy relacionado con el punto
anterior, tenemos la idea de las paradojas. La lógica del devenir no siempre
encuadra con lo que hemos aprendido. Un gran desafío es aprender a vivir con
las paradojas de la vida. Nacemos para morir, nos gusta el amor aunque a veces
nos hace sufrir, perdemos lo que más cuidamos, amamos a quienes odiamos. El
principito nos enseña una gran paradoja:
Entonces
apareció el zorro:
—¡Buenos
días! —dijo el zorro.
—¡Buenos
días! —respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada.
—Estoy aquí,
bajo el manzano —dijo la voz.
—¿Quién eres
tú? —preguntó el principito—. ¡Qué bonito eres!
—Soy un
zorro —dijo el zorro.
—Ven a jugar
conmigo —le propuso el principito—, ¡estoy tan triste!
—No puedo
jugar contigo —dijo el zorro—, no estoy domesticado.
—¡Ah,
perdón! —dijo el principito.
Pero después
de una breve reflexión, añadió:
—¿Qué
significa "domesticar"?
—Tú no eres
de aquí —dijo el zorro— ¿qué buscas?
—Busco a los
hombres —le respondió el principito—. ¿Qué significa "domesticar"?
—Los hombres
—dijo el zorro— tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto!
Pero también
crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?
—No —dijo el
principito—. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"?
—volvió a
preguntar el principito.
—Es una cosa
ya olvidada —dijo el zorro—, significa "crear vínculos... "
—¿Crear
vínculos?
—Efectivamente,
verás —dijo el zorro—. Tú no eres para mí todavía más ue un muchachito igual a
otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes
necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros
semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del
otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...
—Comienzo a
comprender —dijo el principito—. Hay una flor... creo que ella me ha
domesticado...
—Es posible
—concedió el zorro—, en la Tierra se ven todo tipo de cosas.
—¡Oh, no es
en la Tierra! —exclamó el principito.
El zorro
pareció intrigado:
—¿En otro
planeta?
—Sí.
—¿Hay
cazadores en ese planeta?
—No.
—¡Qué
interesante! ¿Y gallinas?
—No.
—Nada es
perfecto —suspiró el zorro.
Y después
volviendo a su idea:
—Mi vida es
muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí.
Todas las
gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro
un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de
unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo
la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y
además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo
tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada
y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo
maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un
recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.
El zorro se
calló y miró un buen rato al principito:
—Por
favor... domestícame —le dijo.
—Bien
quisiera —le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo.
He de buscar
amigos y conocer muchas cosas.
—Sólo se
conocen bien las cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no
tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no
hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres
un amigo, domestícame!
—¿Qué debo
hacer? —preguntó el principito.
—Debes tener
mucha paciencia —respondió el zorro—. Te sentarás al principio un poco lejos de
mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás
nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte
un poco más cerca...
El
principito volvió al día siguiente.
—Hubiera
sido mejor —dijo el zorro— que vinieras a la misma hora. Si vienes, por
ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso.
Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré
agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes
a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son
necesarios.
—¿Qué es un
rito? —inquirió el principito.
—Es también
algo demasiado olvidado —dijo el zorro—. Es lo que hace que un día no se
parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores,
por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los
jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la
viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y
yo no tendría vacaciones.
De esta
manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la
partida:
—¡Ah! —dijo
el zorro—, lloraré.
—Tuya es la
culpa —le dijo el principito—, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido
que te domestique...
—Ciertamente
—dijo el zorro.
—¡Y vas a
llorar!, —dijo él principito.
—¡Seguro!
—No ganas
nada.
—Gano —dijo
el zorro— he ganado a causa del color del trigo.
Y luego
añadió:
—Vete a ver
las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo.
Volverás a
decirme adiós y yo te regalaré un secreto.
El
principito se fue a ver las rosas a las que dijo:
—No son
nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han
domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba
de otros cien mil zorros.
Pero yo le
hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
Las rosas se
sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:
—Son muy
bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes.
Cualquiera
que las vea podrá creer indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de
ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado,
porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los
gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo
he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa,
en fin.
Y volvió con
el zorro.
—Adiós —le
dijo.
—Adiós —dijo
el zorro—. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón
se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.
—Lo esencial
es invisible para los ojos —repitió el principito para acordarse.
—Lo que hace
más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
—Es el
tiempo que yo he perdido con ella... —repitió el principito para recordarlo.
—Los hombres
han olvidado esta verdad —dijo el zorro—, pero tú no debes olvidarla. Eres
responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu
rosa...
—Yo soy
responsable de mi rosa... —repitió el principito a fin de recordarlo.
Lo esencial es invisible a los ojos, esta es una paradoja con la que debemos aprender a vivir y ver el sufrimiento. La tarea no siempre es entender los por qués, sino ver lo invisible. En el sufrimiento hay algo que no siempre podemos ver con los ojos, pero está ahí. Con los ojos solo vemos a un bebé que lucha y sobrevive los 9 meses del embarazo y que luego de nacer logra vivir tres minutos y se va al cielo en brazos de sus padres que anhelaban conocer su carita, que lo besan, lo llaman por su nombre y se despiden de él, lo invisible de esa ocasión nos obliga a mirar lo esencial: la vida, el amor, la aceptación, la esperanza, la alegría en medio del dolor. Lo invisible, en lugar de preguntarnos por qué, es aceptar las paradojas.