Juan
E. Barrera
Nos
alegramos cuando en algún estudio citado en algún lugar se nos habla de lo
beneficioso que es la participación en una comunidad evangélica para la vida de
las personas. Los que abandonan las adicciones, los que encuentran refugio y
las miles de personas que ven sus vidas transformadas en cada iglesia local. Los
que hemos sido creyentes de niño y hemos participado desde siempre en una
comunidad sabemos las ventajas y los beneficios que ello contrae y de cuanta
ayuda resulta para sus integrantes el compañerismo que se vive, la calidez de
muchas personas, el socorro mutuo, las amistades eternas y la perspectiva
esperanzadora que la vida de iglesia ofrece. No obstante tampoco podemos
guardar silencio sobre otro tipo de prácticas, también realizadas al interior
de una iglesia local y que no son sanas y que en lugar de curar o sanar a sus
miembros, los enferman. Alguien se puede sorprender con esta declaración, sobre
todo si ha pasado gran parte de su vida en una iglesia, pero los hechos
demuestran que así ocurre y cada vez con mayor frecuencia.
Una
iglesia local sana se inicia con un pastor sano y una familia pastoral sana. Es
el líder quien impone su sello a la comunidad y de allí entonces la necesidad
imperiosa de un trabajo en equipo que provea de imparcialidad, objetividad y
visión al trabajo que se realiza. Un pastor sano tendrá una iglesia sana. Un
pastor enfermo tendrá una congregación enferma y eso principalmente debido a
que el líder está en una posición de poder, influencia y tiene acceso a las
conciencias de la personas. Esto puede ser una verdadera bendición para sus
seguidores o una verdadera tragedia para ellos.
Algunos
indicadores de sanidad en el pastor son la coherencia en el cómo vive su fe. No
hay nadie que alcance la perfección moral y que no evidencie errores o
equivocaciones. Los errores forman parte de manera especial de la vida de un
pastor y se incrementan debido a que su intimidad está siempre en la opinión
pública. Sus ingresos, la vida de sus hijos, lo que hace y lo que no hace, su
vida de pareja, etc. Aún así un pastor sano muestra coherencia, reconoce sus
faltas, pide perdón, intenta ser fiel en lo que cree. No se enseñorea de su grey
sino que forma parte de ella como un integrante más que camina hacia la madurez. “Tiene
olor a oveja”. La epístola de Timoteo sigue siendo una buena guía para una vida
pastoral sana.
Otro
indicador de sanidad es que el pastor realice su trabajo con verdadera vocación
y respondiendo al llamado del Señor y no realice el trabajo porque no tiene más
que hacer, no ingresó a la universidad, o no encuentra un trabajo estable. Se
espera además que no sea pastor por el interés monetario o cualquier otra
motivación que no sea responder al llamado de Dios. Este llamado se notará en
el entusiasmo con que aborda su labor pastoral y en la seriedad de su labor. En
el buen uso del tiempo y de los recursos, que siempre son escasos. En la
perseverancia, en la manera como controla las frustraciones, en su forma de
pararse frente a la vida y frente a su trabajo. El que está en el pastorado
porque no tenía otra cosa que hacer pronto se aburrirá de un estilo de vida que
la mayoría de las veces está lleno de sinsabores, de sufrimiento y
desilusiones. El pastor que trabaja por un llamado mantendrá siempre una actitud
positiva, mantendrá la serenidad y la alegría, porque sabe desde un inicio a
quien sirve y ese es su honor.
Un
pastor sano es aquel que invierte horas y horas estudiando Las Escrituras. No
el libro de moda y tal o cual tendencia, sino que la Palabra del Señor directamente.
Este hábito traerá consecuencias. Por una parte sus oyentes notarán cuando la
enseñanza que reciben es de primera fuente y no es la repetición de la doctrina
favorita de algún autor y este frescor renovará la vida de quienes escuchan,
creará sed por Dios y su Palabra. Por otra parte este contacto permanente con
Dios producirá en el pastor la flexibilidad propia del que se deja modificar
por Él, del que se reconoce débil ante el trabajo que tiene que hacer y depende
de la gracia del Señor para realizarlo. Esto producirá la humildad y el
carácter con el que cada hombre o mujer de Dios necesita respaldar su trabajo.
Otro
indicador de sanidad en el pastor es la manera como vive su sexualidad. Es
sorprendente la cantidad de problemas vinculados al sexo entre los pastores:
relaciones clandestinas, aventuras sexuales pasajeras, pornografía, vida sexual conyugal
dañada, involucramientos emocionales, etc. La vida sexual del pastor más
temprano que tarde, si no es sana saldrá a luz y lo hace de muchas formas, la
más obvia es lo que se conoce como Proyección, es decir, el pastor comienza a
predicar, enseñar y a enfatizar todo su trabajo en torno al sexo. Proyecta,
refleja todas sus luchas interiores. Otra forma de cómo la salud sexual del
pastor aparece es a través de la estrictez o rigidez moral. Pastores que
obligan a miembros de su congregación a confesar actos sexuales en frente de la
congregación, adolescentes que son obligados a casarse sin el consentimiento de
sus padres o quienes bajo el influjo pastoral acceden a ello sin pensar en las
consecuencias que esto traerá para sus propios hijos. Pastores que habitualmente
están preocupados con la ropa de las damas y que obligan a sus fieles a
confesar si han intimado o no, etc. La vida sexual del pastor es algo en lo que
él debe trabajar constantemente. La falta de privacidad familiar puede acabar
en una falta de intimidad. El contacto permanente con personas del sexo opuesto
sumado a la admiración que su rol produce en muchas mujeres puede fácilmente
crear un alto nivel de erotización e involucramiento emocional. La sanidad en
esta área viene con la aplicación de algunos cuidados básicos a su propia
relación: resguarde su intimidad, dele tiempo a su esposa, mantenga los canales
de comunicación abiertos con ella, salga de la ciudad y esté a solas con su
esposa en otro lugar alejado de la iglesia, tome vacaciones, mantenga viva la
pasión por su propia mujer.
Por
su parte un síntoma de enfermedad en el pastor y que se repite a diario y con
consecuencias cada vez mayores es el deseo de controlarlo todo. En las sectas
esto siempre es un principio sobre el cual se elabora toda una doctrina. Un
pastor o líder controlador es un líder enfermo. Recordemos a Diótrefes en la
tercera epístola de Juan que controlaba toda la congregación. Bueno los tiempos
cambian pero las dificultades perduran al interior de una iglesia y parecen ser
las mismas. Un pastor controlador causa mucho daño porque ejerce una influencia
negativa en las personas quitándoles su independencia, su autonomía, su
capacidad de decidir y hasta de pensar. Se produce un adoctrinamiento acerca de
la sumisión. Hay personas más susceptibles a este tipo de liderazgo que otras,
pero pocas personas son inmunes porque este control no siempre es abierto o
manifiesto. Muchas veces es soterrado y justificado “bíblicamente”. Este
control se ejerce en varias dimensiones o áreas de la vida de la iglesia: en la
doctrina, en las prácticas espirituales, en las actividades privadas y
públicas, en la intimidad de las personas. Este tipo de pastor es el que dice
sin tapujos “al que no le gusta como son las cosas se va”, “aquí mando yo” y
constantemente está recordando que la autoridad en ese lugar es él y que esta
le ha sido dada por Dios y que todos se le deben someter y no luchar ni
contradecir al “siervo de Dios”. Es él quien decide cada cosa al interior de la
iglesia, no hay nada que se haga sin que él de su aprobación. No hay delegación
de trabajo ni autoridad. Muchísimas veces este control es ejercido también por
la esposa del pastor que debe estar enterada de todo y que son los ojos y los
oídos del pastor y hay ocasiones en que en la realidad ella manda más que el
propio pastor. Estas congregaciones se caracterizan porque las cosas se hacen
de una sola manera, a la manera del pastor. No hay un cuerpo de líderes ni hay
trabajo en equipo, y si hay un equipo de líderes son las personas cercanas al
pastor, que no tienen opinión propia y están puestas en el liderazgo solamente para
respaldar lo que el pastor dice. En este tipo de iglesias y de liderazgos es
muy fácil y habitual el abuso emocional de los hermanos de la iglesia, quienes
muchas veces no se dan cuenta de la dinámica de la que forman parte. Lo más
complicado del tema del control es que se legitima como una autoridad
proveniente directamente de Dios, con lo cual es muy difícil de luchar sin ser
estigmatizado como un rebelde, un réprobo o uno que está contra la obra de Dios
y ser desacreditado ante la hermandad.
Otro
de los síntomas de un pastor no sano es la rigidez. Este tipo de estructura
mental que en la mayoría de los ambientes no se acepta, en algunos círculos
evangélicos es visto como una virtud. Entre más inflexible y rígido sea el
pastor o líder mejor es, puesto que vive “con convicciones”, se camina “por las
sendas antiguas” y la rigidez se considera como sinónimo de espiritualidad. Son
muchos los líderes que expresan duras opiniones acerca de todo y todos.
“Mundanos”, “liberales”, “carnales”, “enemigos de Dios”, son algunos de los
términos más usados por este tipo de líderes y muchos de estos epítetos son
dirigidos a otros cristianos y son todavía más duros e inflexibles cuando se
refieren a los no creyentes. “homosexuales”, “mundanos”, “hijos del diablo”,
“drogadictos” son las palabras de juicio que llegan a ser algo común en su
forma de hablar. Esta rigidez habitualmente se relaciona con los temas
sexuales, políticos o con lo que se denomina el Humanismo. Les resulta muy
difícil conjugar lo sano de su propia cultura con los preceptos bíblicos, por
lo que conforman una subcultura evangélica. Viven en una constante guerra entre
lo santo y lo secular y debido a su estructura mental super rígida se pierden
muchas de las bendiciones que la vida diaria ofrece, no la disfrutan ellos ni
dejan que sus feligreses lo hagan. Su juicio es cáustico hacia su propia
familia, hacia la música, hacia la literatura, hacia las artes en general,
hacia los no creyentes, hacia la clase política, hacia los que tienen una
postura teológica distinta, hacia los jóvenes de su propia congregación, hacia
quienes no hacen ni opinan como él, etc. El pastor rígido y estructurado no se
mueve de sus puntos de vista restringidos o moldeados por una incorrecta
hermenéutica y su propio trasfondo sociocultural.
Finalmente
un pastor no sano es el que organiza y estructura toda su visión y trabajo
pastoral en torno al legalismo. Legalismo se define como “Los esfuerzos
inútiles del hombre para ganar su salvación, la espiritualidad, o la aprobación
de Dios por medio de la conformidad estricta a un código de ética o
comportamiento, como la Ley Mosaica”. Esta manera de ver la vida cristiana es
nefasta, ya he hablado de esto en otro artículo (El origen del legalismo) solo
valga decir aquí que a la base de esta conducta, se encuentra la ignorancia o
conocimiento parcial de las Escrituras y el orgullo espiritual. El pastor
legalista está convencido en su interior que las personas deben hacer o no
hacer ciertas actividades para ser salvos o para crecer espiritualmente y
desconoce totalmente la gracia de Dios que actúa en los corazones de las
personas. La lista de actividades legalistas es muy larga. Lo más habitual es
que si la persona no fuma, no bebe, no va a fiestas ni al cine es más
espiritual que el que lo hace. Si la mujer se deja crecer el cabello, no usa
maquillaje, se deja la falda larga, no usa aros y si el hombre usa corbata,
abandona a sus amigos no creyentes o hace cualquier cosa legitimada por el
líder es más espiritual. Para otros la práctica de los dones espirituales es
fundamental o la postura escatológica, o la participación de la mujer en el
culto, etc. Este tipo de pastor coloca todo el énfasis en lo exterior y
descuida lo interior. Esto lleva fácilmente a las personas a tener vidas
dobles. Una manera de vivir al interior de la iglesia, donde todos lo observan
y otra manera de vivir fuera de la iglesia, donde nadie los observa. El
legalismo no es compasivo, está lleno de juicio, no se basa en las Escrituras
sino en la tradición reinante en ese contexto. El legalismo carece de alegría,
es opaco, es taciturno y tampoco tiene libertad. El pastor legalista es un
guardián de su gente, esta no se puede salir de la lista de los sí/no de lo que
puede/no puede hacer. Un cristianismo verdadero se caracteriza por la gracia
con que vive esa comunidad, con la misericordia y el perdón que se experimenta
a diario, con la alegría de estar juntos y celebrar a Cristo que habita entre
ellos y en ellos.
Para
concluir digamos que no hay nadie que sea totalmente sano, que pueda pararse y
colocarse como ejemplo de sanidad. Todos traemos dificultades que tarde o
temprano pueden causarnos daño. J.A. Romero escribió hace ya unos años “Cansado
del camino/sediento de ti/un desierto he cruzado/sin fuerzas he quedado/vengo a
ti. Esa es la actitud apropiada. La vida cristiana y el servicio cristiano está
repleto de vicisitudes. Recordemos al Peregrino de Bunyan, pero el pastor sano
buscará una y otra vez a su Señor, el que lo llamó, capacitó y sostiene para el
trabajo que debe ser realizado. Como el profeta escribiera 700 años antes de la
venida del Mesías, repetimos “Mas él herido fue por
nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue
sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”
No hay comentarios:
Publicar un comentario