Dialogando con los muertos
Hace poco tiempo atrás escuché en una charla, a un
doctor en historia, quien definía esta disciplina como un intento de dialogar
con los muertos. “Los muertos hablan”, dijo él en su exposición. Esta es una
gran verdad si la aplicamos también a la historia bíblica. Todo nuestro
presente, toda nuestra más sana tradición y todo nuestro glorioso futuro se
basa en lo ocurrido en el pasado. En tierras lejanas, tierras amarillas y
rojas, bajo soles incandescentes, bajo estrellas luminosas y lunas orientales
que fueron los primeros testigos de los encuentros entre un Dios creador y su
criaturas. Estos muertos dialogan con nosotros y nos hablan del interés de Dios
por una humanidad abrumada y rebelde, herida y desarraigada. Nos revelan además
la admiración y devoción de muchos frente a la revelación del Misterio, frente
al descubrimiento de no estar solos, de descubrir que Él había estado todo el
tiempo. Altares y ofrendas, lágrimas y alegrías son el testimonio de estos
muertos que se hallaron con Dios en el pasado. Nos relatan también del gran
encuentro del Dios-hombre caminando por la tierra seca de un mundo creado por
Él. Un Dios en sandalias que camina entre hombres y mujeres hambrientos de
sentido y eternidad. Estos muertos dialogan con nosotros y nos cuentan de su
amor, de su bondad, de lo impresionante de ver y oír a un hombre lleno de autoridad
y de gracia, radiante de santidad y gloria. Nos cuentan de sus acercamientos
con los intocables, con los invisibles, con los menesterosos y de cómo estos
encuentros cambiaron sus vidas: ciegos que volvieron a ver, mujeres “impuras”
convertidas en ejemplo de castidad y devoción. Niños, jóvenes, hombres, mujeres,
viejos, soldados, pescadores, despreciables cobradores de impuestos, orgullosos
teólogos, todos dan testimonio del valor fundacional de sus encuentros con el
Cristo maravilloso. Han pasado siglos de esos acontecimientos y sin embargo nos
siguen hablando. Cada vez que abrimos las Escrituras escuchamos sus voces
repitiendo lo que sus ojos vieron y sus oídos oyeron, pero además nos dicen
otras cosas. Nos dicen que nosotros, hombres y mujeres de este siglo ¿el último
en la historia humana? Debemos tomar como ejemplo todo su andar con el Dios eterno
y prestar mucha atención a su manera de hacer las cosas. Nos piden que nos
regocijemos con ellos por estas aproximaciones divino-humanas y nos instan a
buscar nuestro propio camino y a tener nuestros propios encuentros. Nos dicen
que el redondo sol y las brillantes estrellas, son los mismos. Que la necesidad
de salvación y que la soledad y que el vacío son los mismos y que Dios también es
el mismo, pero que no obstante no podemos vivir del pasado y es necesario tener
nuestros propios encuentros con Él. Escuchemos a los muertos con atención.
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