
Extracto de mi libro Tengo un hijo en el cielo
(Se puede adquirir a través del correo)
A la mayoría de
las personas, el día 19 de enero del año 2009 no le dice nada. Sin embargo,
para mí y mi familia, ese día cambiaría nuestras vidas para siempre. En esa
mañana calurosa de verano, en Santiago de Chile, algo sucedería que dejaría
huellas para siempre en nuestras vidas. Una mezcla de horror e incredulidad, de
dolor y aceptación, de esperanza y eternidad se apoderó de nosotros esa mañana.
Nos partió el corazón y soltó nuestras lágrimas como un río desconocido, tibio,
salino y desbocado. De manera imprevista, inesperada y dramática nuestro hijo
más pequeño partió de este mundo esa mañana, con apenas nueve años.
Comenzaba a
disfrutar de sus vacaciones y, junto con unos amiguitos, salió a andar en
bicicleta. Nunca más volvió a su casa, ni almorzó en ella ese día, ni comió sándwiches
de lechugas que sacaba del refrigerador, ni se acostó en su cama azul con su
colcha de caricaturas, viendo Los Simpson o escuchando a Shakira o a su Dulce
María.
El alegre y
divertido Joaquín, se fue ese día dejándonos el rostro desfigurado por la pena
y el corazón partido en dos, a nosotros sus padres, a su hermano, a sus
abuelos, a sus tíos y tías y a sus amiguitos.
En la noche de
ese día 19 de enero lloramos hasta la madrugada, abrazados con mi esposa,
repitiendo una y otra vez entre sollozos: “¿Qué vamos a hacer sin el Joaco?”
Por la mañana
del día 20, al salir el sol, oí el canto de los pájaros en el árbol de mi
vecino y una tristeza profunda me inundó. “Mi hijo, nunca más va oír
esto”, pensé. Lo sentí tan bello y tan
ajeno a mi pesar que comencé a llorar. Le pedí a Dios que me diera las fuerzas
para vivir ese día; el canto de los pájaros me dolió hasta el alma, esa mañana
del 20 de enero de 2009.
Me costaría un
tiempo volver a pasar por la esquina aquella sin estremecerme y, cuando lo
hago, aún, a veces, siento el corazón y la garganta apretados. Muchos recuerdos
en forma de imágenes vinieron a mi mente; por un buen tiempo, cada vez que
pasaba por ese lugar repetía: “Desde este lugar, mi hijo partió al cielo”. ¡Qué
contradicción! Como si el cielo fuera un mal lugar; debo aceptar como muchas
veces lloro por mí, y no por él. Nuestro Joaco está feliz, nosotros, débiles y
humanos lloramos su ausencia.
¿Por qué suceden
tragedias que alteran nuestra vida para siempre? Esa pregunta no tiene una
respuesta completa, conocemos parte de ella y su completitud forma parte del
misterio y como todo misterio no nos es develado, no por ahora, al menos.
Una fecha
precisa, una hora precisa, las personas, las circunstancias, un olvido, un
descuido y las cosas cambian para siempre. Los que estaban, ya no están y nos
dejan estelas de su presencia para que no olvidemos que fueron reales y para
pedirnos que no dejemos de recordarlos y amarlos; para recordarnos que fueron
parte de nuestra vida, y que parte de ella se ha marchado también con ellos.
Mi hijo, mi
querido, precioso y sonriente hijo de nueve años ya no está más con nosotros,
aunque eso es solo en el plano físico, pues siempre está presente. Si pudieran
abrir mi corazón, allí encontrarían la imagen de un niño gordo con pómulos
colorados que me sonríe y la imagen de una tosca pero poderosa cruz que me
sostiene y me anima cada día.
Visitando la
tumba del poeta chileno Vicente Huidobro, en Cartagena, leímos en su lápida:
“Abrid esta tumba, en el fondo se ve el mar”. En cambio la lápida mía debería
decir: “Abran esta tumba, en el fondo se ve el cielo” y un niño lindo que me
espera.
Nosotros, mi
familia y yo, sin saber vinimos a formar parte de una lista importante de
personas en el mundo que han pasado por esta misma experiencia.
Qué tienen en
común las siguientes personas
Los
medios de comunicación nos presentan las vidas de muchas personas que, aunque
muy distantes a nosotros, las sentimos como cercanas. Entre ellos se incluyen
actrices, escritores, deportistas, políticos. La gran mayoría es presentada
como gente de éxito, con mucho dinero y glamour, ¡gente feliz! Sin embargo, hay
aspectos de sus vidas que permanecen desconocidas o poco conocidas para el
común de nosotros. Son esos aspectos íntimos los que los hace comunes y
corrientes. La humanidad de estas personas, que casi parecen divinas, está en
lo que no se cuenta y es eso lo que nos vuelve iguales.
¿Qué tienen en común Sylvester Stallone, Gérard Depardieu, Paul Newman, John Travolta, Kirk Douglas, Marlon Brando, Eric Clapton, Lily Alen, Bill Cosby, Mia Farrow, O. J. Simpson, Myke Tyson, Sigmund Freud, Melany Klein, y otras muchas personas públicas a quienes conocemos a través de los medios de comunicación?
¿Qué tienen en común Sylvester Stallone, Gérard Depardieu, Paul Newman, John Travolta, Kirk Douglas, Marlon Brando, Eric Clapton, Lily Alen, Bill Cosby, Mia Farrow, O. J. Simpson, Myke Tyson, Sigmund Freud, Melany Klein, y otras muchas personas públicas a quienes conocemos a través de los medios de comunicación?
Hay algo que los une, aunque ellos no se conozcan
personalmente.
También
nos preguntamos ¿qué tienen en común estas otras personas, chilenas, como
nosotros? Por ejemplo, Daniela Campos, Susana Roccatagliata,
Christián Warnken, Pedro Carcuro, Maricela Santibáñez, Alejandro Jodorowsky,
Benjamín Vicuña, Coco Legrand, Javier Margas, Pedro Carcuro y muchas otras
personas más, no conocidas, pero muy reales, como tú y como yo.
La
respuesta es que todos han pasado por la experiencia de haber visto partir un
hijo. Algunos de ellos los vieron partir antes de que estos nacieran; otros se
fueron siendo pequeños, en un accidente, de muerte súbita, por una enfermedad.
Muchos vieron partir sus hijos, cuando estos eran adolescentes y otro grupo
cuando sus hijos eran adultos. No importa la edad de los hijos, su partida
siempre deja una huella indeleble en la vida de los padres, de los hermanos y
del resto de la familia. Nuestros hijos parten de este mundo, jugando,
divirtiéndose, en desastres naturales, por consumo de drogas, asesinados y
otros prefieren dejar este mundo de manera voluntaria. Son muchas las formas, y
algunas difíciles de explicar y entender de la partida de nuestros hijos.
Qué difícil es para cualquier persona, hombre o mujer, enfrentar esta situación. Es una experiencia devastadora, que arrasa con las defensas emocionales, aún de los más fuertes.
Qué difícil es para cualquier persona, hombre o mujer, enfrentar esta situación. Es una experiencia devastadora, que arrasa con las defensas emocionales, aún de los más fuertes.
Hay
muchos artículos y libros sobre el tema y en diferentes medios, cuando alguna
persona conocida pasa por esta situación, cada cierto tiempo se habla de ello.
Sin embargo, escuchar personalmente los
testimonios de padres que han pasado por esta situación es mucho más duro, vivirlo
personalmente es desgarrador, y no tiene parangón con otra experiencia que no
sea, tal vez, la muerte de otro ser muy querido.
Prácticamente,
todos los testimonios dicen que la muerte de un hijo deja un dolor y un vacío con
el que se ha de vivir toda la vida. Esto es cierto, no obstante, hay caminos
que los padres y demás familiares pueden tomar para sanar de esa profunda
herida. En caso contrario, a estas personas les costará mucho volver a re-estructurarse
y seguir con su vida.
Es
ya común la expresión: “Ese es un dolor que dura toda vida”; y brota muchas
veces en labios de personas que no lo han experimentado, y es una verdad; pero
no se debe usar como una razón o una especie de excusa para sufrir toda la
vida. La partida de un hijo es muy fuerte, pero en la vida de los padres quedan
otras personas importantes: Cónyuges, hijos, padres y hermanos; quienes no
tienen responsabilidad en la partida de ese hijo o la hija y no se merecen
vivir con alguien atrapado en el pasado y que no se esfuerza por seguir
adelante y vive como si ellos no existieran. Para estos familiares, tal vez,
eso es morir en vida.
Recuerdo
a una niña, casi adolescente todavía, que había visto partir a su hermana un
poco mayor que ella. Un día, en una conversación muy íntima, me narró que su
madre, en pleno período de dolor, había dicho: “Se murió mi mejor hija”. ¿Se
puede dimensionar el impacto emocional y la herida que esas palabras provocaron
en ella y sus hermanos? Ella, de un corazón noble, entendía que esas palabras
habían surgido del dolor de su madre y la había perdonado. No sé si la madre,
alguna vez le pidió perdón a ella.
La
partida de un hijo es dolorosa, pero se debe elegir, sin otra opción, la de
continuar viviendo y ser feliz, volver a amar y reír con el mismo entusiasmo de
antes. Justamente, este libro pretende ser una ayuda para conseguir eso.
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