Juan E. Barrera
Transcurrían los
años setenta y yo debería haber tenido unos siete u ocho años y el profesor, en
la escuela decidió que el regalo para el día de la madre de ese año sería una
foto de cada uno de nosotros en un marco confeccionado por nosotros mismos. Esa
sería un trabajo con nota de Técnico Manual.
El marco de la
foto tenía que ser construido con palitos de fósforo. Era un rectángulo de
cartón piedra en forma vertical con nuestra foto al centro y con un recuadro
alrededor formado por palitos de fósforos. Yo no tenía fotos mía, excepto una
foto de estudio de cuando era bebé lo que despertó las risas y las burlas de
mis compañeros apenas la vieron.
Una vez a la
semana un montón de chiquillos sacaba una bolsa plástica llena de materiales:
tijeras, pegamento, regla, cartón, recortes, fotos y ¡un millón de palitos de
fósforos! Los más atrevidos, a escondidas del profesor encendían algunos
fósforos y simulaban fumar, otros estornudaban o tosían disparando los palitos
por el piso de la sala, otros a propósito movían el banco y botaban los palitos
al suelo. La algarabía comenzaba por noventa minutos que a nosotros llenos de
alegría y energía nos parecían nada. Algunos movían la cajita cerca del oído
recreando un ritmo de moda y la alegría era completa. Con paciencia íbamos
pegando un palito al lado del otro en el borde del cartón, todos con la cabeza
hacia arriba. Algunos bordes eran rojos pero la mayoría eran negros, ¿Serían
Copihue o Los Andes? algunos pegados chuecos, al revés, pegoteados, pero todos
hechos con mucho cariño y dedicación para la mamá ¡Qué tiempo ese! Nuestras
preocupaciones eran ¡jugar a la pelota, jugar a la pelota y jugar a la pelota!
Pasaron las
semanas y los retratos quedaron terminados, ¡Qué emoción! Entonces cada alumno
sacó su papel de regalo y una cinta de color. Hicimos un sobre y cada uno
colocó en su interior el tesoro ¡El porta retrato con la foto al centro!...
No recuerdo la
fiesta de la entrega de los regalos ni la cara de mi mamá cuando recibió su
regalo. Si recuerdo lo que pasó después. El portarretrato con mi foto de bebé
al centro fue a ocupar un lugar de privilegio en el “aparador” del living de la
casa. Un mueble negro y antiguo que siempre estuvo allí. En la parte superior
tenía unos adornos con barritas y bolitas negras. Allí, en una de sus
divisiones estaba el portarretrato, destacado, hermoso, orgulloso. Entonces, un
día en plena crisis del gobierno de la Unidad Popular se produjo una escasez de
fósforos. Mi madre, que era previsora, tenía guardadas varios paquetes de estos,
que rápidamente se convirtieron en diamantes, pero como estos mismos, se
hicieron escasos con el tiempo y llegó el momento en que en un apuro, alguien,
secretamente sacó uno de los palitos para encender la cocina. Luego fue otro
palito y luego otro y otro y otro…Un día miramos el portarretrato y de él solo
quedaba la foto al centro y unos palitos quebrados, los que se resistieron a
salir. Saqué una lección de mi portarretrato desnudo, la necesidad está por
sobre la belleza o el cariño.
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