martes, 21 de enero de 2014

El Barredor de tristezas

El Barredor de tristezas
Ps. Juan E. Barrera

Es 19 de enero, me levanto tarde, con pocas ganas. Miro por la ventana y el sol ya está alto. Siento la opresión en el pecho y el nudo en la garganta. Todo mi cuerpo se resiste y tu imagen risueña se apodera de mi mente. Escucho tu voz, tu risa suena muy fuerte y tu figura se me pega a las pupilas y,me pregunto ¿Por qué tengo que ir a verte a ese lugar?
Son solo cinco cortos años desde que esa mañana calurosa como hoy, te marchaste, de manera sorpresiva y dramática. Me ducho, me visto lentamente y te tengo en mi mente. Me tomo un café y tarareo algo y enciendo la tv y hojeo un libro y no sé qué hacer y te tengo en la mente. Siento profundamente la tristeza que me produce ir a verte a ese lugar. Se me vienen a la memoria las imágenes del parque, el portón de entrada, los árboles, el estacionamiento, los cerros, el sol, la vegetación y la gente triste con gafas, cabizbajos, enlentecidos.
Tomo el metro, leo el diario, me distraigo como si nada pasara, aunque voy desecho. Observo unos niños, me fijo en las parejas, leo el Arte y Letras, me trago la tristeza. Sé que nos acercamos al lugar porque de pronto cierro el diario y guardo silencio y sin ver las estaciones se que estamos llegando porque siento la angustia, esa pesadez en el estómago me avisa que ya estamos llegando y me callo, y se me seca la boca y la respiración se me hace corta y me arreglo el sombrero, y salgo del carro sin ganas, de los últimos, casi al límite del cierre de las puertas. Subo la escalera corta lentamente y luego la larga escalera resistiéndome, apoyado en la huincha, como cansado. Aparece pronto la luz brillante del sol, el calor, el ruido de los vehículos, la gente que se dispersa en diferentes caminos. Miro en todas direcciones, subo la pasarela y la cruzo y miro los automóviles que pasan debajo a toda velocidad, miro los colores, como adormecido, como hipnotizado, como en un sueño y miro el cielo, los cerros, los pájaros y siento otra vez la tristeza, la pena de no tenerte, de no vivirte, de no disfrutarte durante estos cinco años, hoy ya tendrías catorce.
Camino en silencio las disparejas cuadras que nos separaran y pienso entre suspiros, “Barredor de tristezas, llévate la mía” y camino y me acerco al lugar y la tristeza se vuelve húmeda e inunda mis ojos y hace brotar de ellos aguas salinas profundas, redondas, tibias, espontáneas en medio de la sequedad de enero. Me detengo jadeando y compro tres girasoles gigantes, amarillos, indiferentes, impasibles. Uno por tu madre, otro por tu hermano y otro por mí. Me veo a mi mismo, pequeño, quebrado, incompleto, con un ramo de girasoles en la mano y caminando lentamente, suspirando profundo y me pregunto ¿Barredor de tristezas, hasta cuándo durará esto? ¿Cuándo vendrás y con tu escoba en forma de cruz y te llevarás toda la pena?
Entro al corredor largo, pavimentado, transitado, lleno de remolinos, flores, aves y lágrimas a los costados, con el Acacio al fondo y entonces recuerdo… y recuerdo y recuerdo. Camino y recuerdo, se me agita la respiración y recuerdo, me tiemblan las piernas y recuerdo, enfrento y recuerdo, me resigno y recuerdo…
Piso el camino de piedrecillas y llego. Me detengo frente al letrero de mármol en el suelo, entre el césped. Hay unas flores, las trajo tu abuela, hay unos remolinos, tal vez los trajo tu tía. Guardo silencio eterno, inclino la cabeza, me saco el sombrero. Me siento, aunque sé que me va a costar trabajo pararme y sollozo y la pena me asfixia. Leo tu nombre una y mil veces, sin prisa, sin tiempo, sin límites. Noto que una curiosa hormiga marrón recorre tu nombre una y otra vez, impasible, insensible, descuidada. Me causa una sensación que no identifico, extraña, desconocida ajena. La miro sin apuro y dejo que lo haga una y otra vez J-o-a-q-u-í-n A-n-d-r-é-s  B-a-r-r-e-r-a T-o-r-r-e-s. Cada letra me trae un recuerdo y dejo que fluyan, que emanen, que se derramen hasta que me ahogan, me sumergen y desbordan, allí parado frente a tu recuerdo último, ese que mira al poniente, al ocaso, esperando el amanecer, el nuevo y glorioso día final .

Desde lo más hondo de mí vuelvo a hacer una oración, “Barredor de tristezas, llévate mis tristezas, mi nostalgia, mi pena y desconsuelo. Limpia mi corazón y en lugar de la tristeza déjame alegría, esperanza, paciencia, confianza, ternura”. Levanto la cabeza, veo como el viento mece las ramas de los árboles cercanos y recuerdo que el Barredor de tristezas es el viento divino que sopla y que hace todo nuevo y que sus hijos son así también, como ese viento. Entonces agudizo el oído e intento oír su sonido y siento que el Barredor de tristezas escuchó mi oración. Respiro hondo y trato de sobreponerme. Me pongo de pie, me inclino y arreglo las flores, los remolinos, las piedras de colores. Limpio el mármol y leo por última vez, repetidas veces tu nombre y llorando hago una oración. De renuevo, de fe, de certidumbre, de ilusión. Adoro y me marcho sin ti, pero contigo.

3 comentarios:

  1. muy bueno,
    profesor oscar romero

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  2. Hermosas palabras, sentidas y profundas revelaciones de tu corazón...
    Dios te Bendiga!!!

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  3. El llorar es de ser humano y la despedida es un saludo con esperanza, muy difícil de digerir, pero se visualiza a través del prisma celestial. La vida es corta, muy corta, algunas veces, demasiado corta, pero siempre se llega a un final de etapa con distintos matices. En tu caso Juan, SEGURO que con la mejor de las espectativas. Un gran abrazo para tu familia, amigo.

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