lunes, 25 de marzo de 2013

El carnicero de mi barrio


El carnicero de mi barrio
Juan E. Barrera
El carnicero de mi barrio es un hombre muy común y corriente, moreno, sonriente, bajito, de grandes dientes, ya entrado en canas. Abre su carnicería, un tanto desmantelada cada mañana y bien temprano, y mientras afila los cuchillos con ese ruido metálico chillón e insoportable al frotar uno con otro, espera que las señoras lleguen a comprar. Son señoras gordas y risueñas, flacas muy divertidas, rubias altivas y engreídas, morenas interesantes. Descuidadas, desprolijas, cuidadosas, voluptuosas, atractivas, desgarbadas, todas llegan donde don Mario, el Marito a comprar la carne para el almuerzo de ese día. Él las recibe a todas con una sonrisa y alguna broma pícara.
Afuera, en la vereda, en el frontis de la carnicería y en un letrero despegable de cholguán desclavado, apenas se lee “Carnicería don Mario” Carnes categoría V. Esta V apenas se distingue, está desteñida por el paso del tiempo, de la lluvia, el calor y la contaminación. Adentro, en la pared desteñida también y de frente a las clientas cuelga la fotografía de un joven de unos veinte años, sonriente, apoyado en una motocicleta de alta velocidad, es su hijo.
Don Mario se pone cada mañana el delantal de hule amarillento roído y con él se cuelga la vida. Cual superhéroe con el delantal puesto, enfrenta todos los ataques y embestidas de la vida y es que don Mario tiene una doble vida que solo algunos conocen y respetan. Por las noches, sin su delantal-capa-superhombre, cuando ya no hay señoras comprando ni conversando y ya el sol se ha escondido rojo en el lejano mar y no tiene más compañía que la radio o el televisor, don Mario deja ver su verdadera identidad. Hombre vulnerable, sensible, quebrado, herido, se sienta en la cama, en medio de sus recuerdos, se tapa la cara con ambas manos y entre sollozos y rezos y reclamos, mira otra foto en la pared y a gritos llora el nombre de su hijo y se pregunta ¿Por qué? El muchacho ya no está, don Mario está solo y el recuerdo de su hijo le traspasa el alma ¡¡ ¿Por qué Dios?!! Grita nuevamente y su grito rompe el silencio de la noche pero no tiene respuesta. El muchacho ya no volverá más y era lo único que tenía, y las lágrimas brotan a raudales, yo lo amaba, solloza, mi hijo, mi Marito. Las amargas y calientes lágrimas que cada noche brotan de sus cansados ojos son la única respuesta y el dolor que le parte el pecho y se arroja boca abajo sobre la cama y don Mario llora hasta que el sueño y la tristeza lo vence casi a la salida del sol.
Al rato el despertador lo hace saltar, se levanta apenas, se ducha, se toma un café sin azúcar y enciende la radio, mira la foto del joven en la pared, otra vez lo mismo. A las 8:30 en punto abre la carnicería, sonríe, se coloca su delantal-capa-superhombre y comienza a recibir a las señoras del día; señoras gordas y risueñas, flacas muy divertidas, rubias altivas y engreídas, morenas interesantes…para todas tiene una palabra amable y una sonrisa-buenos días mi señora linda-buenos días Marito-responde una trigueña. Es don Mario, el carnicero de mi barrio.

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