martes, 12 de julio de 2011

Un cristianismo sin cielo


Un cristianismo sin cielo
Juan E. Barrera
En estos días estuve viendo en la internet los mensajes de un predicador brasileño, y escuchando la música de Paul Wilbur. Esto sumado a algunas reflexiones personales me hicieron notar algo. En el día de hoy no se predica acerca del cielo. Nuestro cristianismo ya no tiene cielo. No se escucha hablar, no se estudia ni se predica acerca de esta bendita verdad. ¿Existe un cristianismo sin cielo? Es una tragedia pero eso es lo que sucede. Tampoco se canta acerca del cielo, que era una de las fuentes de inspiración de la himnología clásica y de la música Gospel. Esto, creo, trae varias consecuencias y todas graves.
Un cristianismo sin cielo es una fe sin trascendencia. El espíritu moderno ha influenciado de tal manera la fe de hoy que hablamos de un mundo donde no hay ventanas. Donde todo ocurre aquí, ahora, en este plano del tiempo y el espacio. No hay futuro, no hay intervención divina para después de esta vida. Lo que se predica guarda relación solamente con las cosas de esta tierra: el dinero, el sentirnos bien, el ser felices, el ser ricos y prósperos, como hacer buenos negocios, como sembrar para cosechar. Toda la predicación es terrenal, no hay lugar a lo trascendente. Toda la mirada está puesta en las necesidades presentes del hombre. En la satisfacción inmediata de lo que le apremia y en este apremio no se consideran las necesidades espirituales, sino más bien las materiales. Es el amor al dinero el que lo tiñe todo. Es una religión utilitarista, sin Biblia, sin autoridad, vacía.
Este énfasis ¿no será el culpable de la tristeza que inunda a los cristianos en el día de hoy? Claro, porque una de las consecuencias de esta predicación sin trascendencia es el dolor. Ante la pérdida el cristiano de hoy no mira al cielo ni tiene la seguridad ni el gozo de la vida futura. Frente a la muerte, salvo las excepciones, el cristiano ha perdido la esperanza del cielo, el gozo de la nueva vida y si él la ha perdido también el resto lo ha hecho, porque quiere decir que frente al sufrimiento que experimentan las personas tenemos muy poco que ofrecer, no hay diferencia. Volvamos a esta doctrina y a esta realidad fundamental en la vida cristiana. Esta vida no lo es todo, es el paréntesis de la verdadera vida, la vida eterna. El cielo existe, es una realidad. Es una de las promesas de Jesús. Él partió a preparar un lugar para los que creen en él. Es un lugar nuevo, con características nunca antes vistas, sin lágrimas, sin dolor, sin enfermedad, sin muerte, un lugar de luz y de paz, ¡oh si pudiéramos suspirar y anhelar ese lugar cada día de nuestra vida! Esta tierra, a pesar de su caída en pecado es hermosa, Dios muestra su misericordia cada día, disfrutamos de ella, de las personas, del amor, del arte, de la naturaleza, pero ese otro lugar es mejor. Es la compañía de Jesús, el Cordero que fue inmolado lo que lo hace especial, también lo hace la compañía de nuestros seres queridos que ya han partido. Ese es el súmmum del gozo. Hablemos, cantemos y prediquemos del cielo. No hacerlo es abandonar la fe. Un cristianismo sin cielo no es cristianismo.

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