miércoles, 13 de julio de 2011

Predicación con lágrimas


Predicación con lágrimas
Juan E. Barrera
Estoy leyendo con mucho cuidado al profeta Jeremías y como me suele ocurrir de forma seguida estos últimos años quedo sorprendido por la veracidad, crudeza y honestidad de la Palabra de Dios y al mismo tiempo no puedo dejar de hacer algunas comparaciones. Jeremías predica en una ciudad, muy similar a las ciudades en que vivimos hoy. En el texto se descubre el tipo de vida que las personas llevaban; sensualidad, injusticias de todo tipo, indiferencia por Dios, idolatría, una elite política y religiosa que hacía mucho tiempo había perdido su rumbo, crisis moral, etc. Los sacerdotes, en lugar de advertir al pueblo acerca de las consecuencias de tales conductas formaba parte de ella. Los mensajes que se oían eran de paz, de bienestar, de prosperidad, todo lo contrario al verdadero mensaje de Dios. Mensaje que era transmitido a través de un hombre que tuvo el duro privilegio de compartirlo en esas circunstancias. Ese mensaje era muy sencillo, Israel al abandonar a Dios y abrazar la idolatría se hacía culpable de juicio. Si se arrepentía Dios los perdonaría. No hacerlo significaba al pueblo caer bajo el juicio divino, un juicio terrible de la mano del invasor, de Nabucodonosor. Estremecen las palabras del profeta al pueblo cuando les habla acerca del castigo. Los que no cayeran bajo la espada morirían de hambre o de pestilencias. Muchos serían llevados al exilio y los más jamás volverían a ver su tierra. Morirían en un país extraño. Todo esto no consiguió hacer cambiar de rumbo al pueblo y en lugar de arrepentimiento mostraron dureza de corazón y arremetieron en contra del profeta de Dios, quien ya estaba cansado de anunciar y predicar juicio y se niega a hablar en nombre de Dios y maldice el día en que nació, sin embargo él mismo confiesa que había un fuego en sus huesos que le impelía a hablar. Este solo acto introduce a Jeremías en la galería de los hombres excepcionales. Va llorando y gritando por las calles la verdad de Dios, indiferente al sufrimiento o a las consecuencias personales que esto le trajera. Recibe la burla, el escarnio público, la indiferencia, la soledad y es fiel hasta el final. Cuando todo lo anunciado por él se hace realidad se queda allí, en la ciudad, entre los más pobres, los despreciados hasta por el invasor ¡Qué ejemplo de predicador y de pastor! Necesitamos ese tipo de hombres y mujeres. Predicadores que no cedan a la tentación del dinero o la fama, sino que escojan, como Jeremías quedarse con los pobres y consolarlos. Es de seguro que nadie quisiera en el día de hoy un ministerio como el de este profeta sin igual, que con su ejemplo vívido nos revela el tipo de predicador que Dios está buscando: escogido, fiel, leal, bondadoso, sensible, obediente, apasionado, rendido. Que recibe un mensaje de Dios, aunque no es el más popular, y que lo entrega con entusiasmo, en el poder del Espíritu, sin importar las consecuencias y sin esperar fruto, que hace lo que se le pide hacer y nada más. El Señor nos de más profetas Jeremías porque las condiciones de las ciudades no han cambiado mucho y el mensaje del Señor sigue siendo el mismo, arrepentimiento.

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