Parte final
Las decisiones de otros
La gente buena sufre por la decisión
de otros, por ejemplo ir a la guerra. Mucha gente buena muere en conflictos bélicos
o queda mutilada para siempre. Son la gran mayoría, jóvenes ajenos al conflicto
que por razón de su edad o condición social son obligados a ir a la guerra o
formar parte de grupos guerrilleros o paramilitares. Jóvenes que no tienen
opción.
“La razón es
que cuando la Revolución Mexicana estalló en 1910 el número de niños y niñas en
México era de aproximadamente 6 millones, lo que representaba más o menos el
40% de la población mexicana de aquel entonces.
Los infantes
estaban por todos lados, en el campo, cumplían un rol de trabajo, sobre todo
ayudando a sus padres explotados por los dueños de las tierras, mientras que en
las ciudades vivían vidas más desahogadas.
Son pocas
las referencias bibliográficas sobre la infancia en la Revolución Mexicana, acaso
uno de las más conocidas, es el libro autobiográfico del tabasqueño, Andrés
Iduarte Foucher, quien describió cómo cuando era niño sus padres, hermanos y
él tuvieron que salir de su casa durante
la noche para poder salvar su vida.
Cuenta que
se fueron de casa sin poder llevar un solo juguete consigo, pasaron por calles
oscuras con focos volados a balazos, sintiendo el terror que proyectaban sus
padres, escuchando bombazos y presenciando fusilamientos en la calle.
En el México
rural fue normal, para miles de campesinos que se unieron a los campamentos
nómadas de la Revolución, llevar a la familia consigo y replicar la
organización familiar que tenían en donde los niños jugaban un papel
determinado.
Fue así como
los varones fueron dotados de fusiles y cartucheras que les venían demasiado
grandes y pesadas, mientras que las niñas ayudaban a sus madres a hacer
alimentos para los combatientes.
El destino
de la mayoría de los niños que participaban directamente en combate era morir
en la línea de fuego, pero sobre todo fallecían por infecciones producto de
habitar en vagones insalubres.
Sobre la
pérdida de vidas de infantes durante la Revolución Mexicana no hay cifras, ni
tampoco de aquellos que terminaron desamparados en las calles o bajo la tutela
de hospicios luego de haber perdido a ambos padres.”[1]
A pesar de que son muertes dolorosas,
quizás la bondad o inocencia de estos niños soldados en medio de un conflicto hace
que la guerra sea menos cruel y su sacrificio beneficie a muchos, aunque tiempo
después nadie los recuerde.
La dicotomía bueno-malo
Mirar el sufrimiento desde la
perspectiva bueno-malo, sin darnos cuenta nos vuelve en jueces de las personas
y lleva el sufrimiento a un plano moral. Si alguien sufre entonces es una mala
persona, porque solo las personas malas sufren. El que sufre, y es bueno, tal
vez no es tan bueno como parece, porque como sufre tanto y en lugar de empatizar
con él o ella lo miramos desde la sospecha, “quizás que cosas hizo que ahora las
está pagando”. Acercarnos a la vida desde el juicio moral nos vuelve
legalistas, duros, inflexibles y muy pronto comenzamos nosotros mismos a
decidir quien es bueno y quien es malo. ¿Cómo deberíamos acercarnos a los que
sufren? Desde el amor, desde la compasión. Son muchas las personas “malas” que
sufren dos veces, una vez por lo que padecen y una segunda vez por el juicio de
los “buenos”: enfermos de VIH, personas con enfermedades psiquiátricas y en
general los “intocables” de cada cultura.
Un mundo justo-injusto
Pensar el sufrimiento desde la
perspectiva bueno-malo también presupone que vivimos en un mundo justo y que
las circunstancias deberían ocurrir de manera equitativa. Las cosas buenas le deberían
ocurrir a las personas buenas y cosas malas les deberían ocurrir solo a las
personas malas, pero hay evidencia suficiente para aseverar lo contrario, la
vida no es justa y no se puede esperar
que lo sea. Ocurren tragedias,
descuidos, negligencias, olvidos, catátrofes y estas afectan a todos. La vida no
es justa.
El Chapecoense era un club de futbol
brasileño pequeño que viajaba para jugar contra el equipo colombiano Atlético
Nacional por la final de la copa sudamericana. Era la primera vez que jugaban
una final de importancia. Llenos de alegría y muchas ilusiones abordaron un chárter
un lunes por la noche desde Santa Cruz, Bolivia, a Medellín. Eran 77 personas
entre los jugadores, dirigentes, periodistas y algunas personas invitadas. El
sueño de ser campeones nunca se realizó, pues el 28 de noviembre de 2016 a las
10:15 de la noche, hora de Colombia, el vuelo 2933 de LaMia se estrelló en
Cerro Gordo, una colina ubicada en La Unión, a cinco minutos del aeropuerto
José María Córdova de Medellín.
Al aproximarse a su destino, justo
cuando el avión estaba descendiendo, sonó la alarma para avisar a los pilotos
que tenían 20 minutos para aterrizar antes de que se terminara el combustible.
En ese momento, la controladora aérea
del aeropuerto autorizó continuar el descenso con dirección la pista 01. Sin
embargo, un A320 de Viva Colombia pidió prioridad de aterrizaje debido a que
presentaba una fuga de combustible. Después, los pilotos de LaMia reportaron
que tenían una emergencia de combustible. Entonces la terminal aérea dio la
preferencia al vuelo del equipo brasileño para que aterrizara.
Desafortunadamente el motor 3 se apagó, luego pasó lo mismo con el motor 4. Los
pilotos no informaron de estas dos situaciones a la controladora.
A los pocos minutos sonó la alarma
"Master Warning" y ocurrió una reducción de potencia en el motor 1,
después se apagó el motor 2 y finalmente el motor 1 dejó de funcionar. El
piloto reportó una "falla total, sin combustible". Hacia las 21:58:42
se escuchó la última comunicación del piloto quien ya no respondió a los
siguientes llamados del aeropuerto.
Brasil y el mundo enteró se conmovió
al saber la noticia, los seguidores del club y quienes vimos las imágenes por
la televisión no pudimos contener las lágrimas. La vida no siempre es justa,
solo es.
Desde la perspectiva del hombre.
Nunca tendremos toda la información
necesaria para emitir un juicio acertado en aspectos difíciles de entender como
el sufrimiento. Nunca obtendremos una panorámica de la situación, nuestra
mirada nunca será objetiva porque estamos implicados en el tema, no hay nadie
que no haya sufrido y con justa razón nuestro juicio es emocional. No podemos
preguntar a un pez ¿Qué es el agua?, no puede respondernos. Nunca tendremos la
visión total de las circunstancias.
Hace unos años, mientras era profesor
de Educación Básica, asistí con mi curso, un cuarto básico a un ensayo de la
orquesta sinfónica de la Universidad de Chile. Sentado al lado de una de mis
alumnas, la hermosa Jael de entonces 9 años, me preguntó ¿Profesor Juan, por
qué los músicos están vestidos de forma tan distinta, algunos se ríen tanto y
todos tocan sus instrumentos de manera desordenada? Le respondí que era solo un
ensayo, que en el momento de la presentación oficial los músicos se pondrían
ropa elegante y estarían muy ordenados y atentos a las órdenes del director de
la orquesta. Luego que le respondí esas palabras sentí en mi corazón que eso
era, de alguna manera, un símil de la vida. La sinfonía final y perfecta
todavía no se ejecuta. Vivimos el ensayo. Un día el Director dirigirá la
orquesta a su manera y el orden y la belleza saldrá de en medio del aparente
desorden.
La pregunta ¿Por qué sufre la gente buena? está haciendo una separación con la gente mala. Es decir, da por sentado que hay gente buena y gente mala, que hay una moral. Zacharías[2] escribe “Además, existe una dimensión moral en las preguntas que formulamos sobre este tema (el sufrimiento de los buenos) Todas las religiones, de manera explícita o implícita, procuran explicar el dolor. ¿Por qué formulamos preguntas sobre el sufrimiento en el contexto de la moralidad? ¿Por qué hemos conectado el dolor físico con una demanda por una explicación moral? ¿Quién decidió que el dolor es inmoral?
En esta manera de hacer la pregunta
surge la idea de que si la gente es mala, entonces tiene derecho a sufrir o que
su sufrimiento no es importante, porque no lo decimos pero pensamos que de alguna
manera se lo merece, es un pago, un castigo a su transgresión moral. Si la
gente mala sufre no nos importa tanto como si lo hace la gente que consideramos
buena. La sabiduría popular recoge algo de esto en sus refranes “el que roba a
ladrón tiene mil años de perdón”, “el que la hace la paga”, “murió en su ley”.
El sufrimiento en estos casos se convierte casi en una especie de venganza
justa, de parte de Dios, de los hombres, de las circunstancias o de la vida.
¿Qué sentimos al ver, por ejemplo las detenciones ciudadanas a los delincuentes?
Tal vez rechazamos esos actos violentos, pero interiormente pensamos que se lo
merecen, otras veces miramos hacia un lado y hacemos como que no vemos.
Surge entonces el problema de quien
define quiénes son buenos y malos ¿Los terroristas son malos? ¿Los delincuentes
son malos? ¿La gente común que hace pequeños robos o defrauda a otros es mala? ¿Las
faltas morales hacen acreedor de esta etiqueta, gente mala, a quien las
transgreda?
¿Y cómo definimos a la gente buena,
con qué criterios? Buenos serían los moralmente intachables, padres y madres de
familia dedicados a sus hogares, buenos trabajadores, ciudadanos irreprochables
¿Ellos no merecen sufrir? Esto nos trae otra dificultad, ¿Cómo asegurarnos de
que esa bondad no es solo apariencia?
Muchas veces estas personas que
consideramos buenas ocultan un pasado atroz, y arrastran secretos, historias
terribles que ellos mismos quisieran borrar y olvidar.
Uno de muchos ejemplos es el del
escritor británico Derek Niemann[3]
quien colapsó al descubrir que su buen abuelo, padre de familia ejemplar había
sido un funcionario de las SS en los campos de concentración.
Así que necesitamos a alguien
superior, ajeno al bien y al mal para que defina quienes son buenos y quienes
son malos. Nuestros criterios no son objetivos, se basan apenas en lo que vemos
y no siempre es un buen criterio para definir lo bueno o lo malo.
Otro punto en relación a la pregunta desde
la mirada del hombre es ¿Qué nos hace suponer que ser bueno hace inmune a la
persona al sufrimiento o lo hace acreedor de solo lo bueno? ¿Ser bueno es una
especie de inmunidad frente al sufrimiento, una garantía? De ser así hagamos un
manual de cómo ser buenos ¿o ya está hecho? y evitaremos el sufrimiento. Creo
que esta idea de que la gente buena no debe sufrir es más bien un deseo de
justicia que todos llevamos, la idea que la gente buena debe ser retribuida por
su conducta, pero eso no equivale a una garantía de no sufrimiento. Como hemos
visto en un capítulo anterior la experiencia del sufrimiento es universal, no
hay excepciones entre quienes en apariencias han sido buenos o malos.
El salmista bíblico del siglo
1000-500 a. C. queda perplejo al mirar a su alrededor y ver como el impío sale
triunfante y logra todo lo que desea y el hombre bueno sufre privaciones e
injusticias. [4]Esa
sensación de sed de justicia al parecer es una conducta muy humana pero irracional.
Si una buena conducta, si “portarnos
bien” nos diera garantía de no sufrir, es muy probable que muchos de nosotros cambiaríamos
nuestra conducta y trataríamos por todos los medios de “portarnos bien”, pero vivir
en función de otra meta, nos obligaría a llevar una vida más observante, más
cuidada, más planificada y quizá eso ya no sería vivir.
¿Existen personas totalmente buenas o
totalmente malas? ¿Qué mantengan esta conducta de manera constante en el tiempo
para permitir recibir esta etiqueta y así recibir lo que merecen? Esta es otra
pregunta que hay que responder. Algunas personas cambian, los malos se vuelven
buenos y los buenos se vuelven malos.
La perspectiva de Dios.
Esto cambia un poco la pregunta de
por qué sufre la gente buena a por qué Dios permite que la gente buena sufra.
Esta segunda postura eleva la discusión desde el nivel horizontal, desde la
mirada del hombre hacia el hombre y la eleva hacia Dios y su manera de obrar,
pero también tiene algunos sesgos, que voy a tratar de dilucidar.
En esta segunda mirada hay una
crítica velada hacia Dios. Está oculta la idea que si yo fuera Dios haría las
cosas de otra manera, es decir que cuando Dios permite que la gente buena sufra,
no lo está haciendo bien. Dios haría las cosas bien solo si permitiera el sufrimiento
de la gente mala pero no el de la gente buena. Es decir en esta perspectiva el
hombre se torna juez de Dios o se hace “más bueno” que el propio Dios. Cuando
Él permite o castiga al malo lo hace bien, cuando también hace o permite sufrir
al bueno, lo está haciendo mal. Sin embargo Dios es libre de obrar como él lo
desea en su toda sabiduría y no está sujeto a la opinión del hombre. Él es el
juez, no el acusado.
El sufrimiento es un castigo,
impuesto por Dios y que este castigo es apropiado si lo recibe quien es
culpable, y no lo es si quien lo recibe no es, a nuestros ojos culpable, pero tal
vez el sufrimiento no es un castigo, sino que forma parte de la vida. No sufrir
no es un premio por ser bueno que venga de parte de Dios, y sufrir no es un
castigo de Dios por ser malo.
Muchos de estos argumentos pueden
reducirse a la idea de “la ley de la retribución” una mirada de la vida que
surge del judaísmo antiguo o quizás sea previa, que dice que las personas deben
recibir recompensa o castigo según las obras que hayan hecho[5]
En el Nuevo Testamento cuando los
discípulos de Jesús encuentran a un hombre ciego y le preguntan ¿Quién pecó,
este o sus padres?[6]Jesús
acaba con esta idea respondiendo que nadie pecó, que muchas veces el
sufrimiento tiene otras razones, en este caso mostrar la obra de Dios y en ese
momento lo sanó. Henry[7]
escribe “suponer que los grandes sufrimientos son justo castigo de grandes
malhechores tiene un fondo pagano supersticioso”
Hemos abordado en el capítulo una de las preguntas más recurrentes entre las personas y hemos dicho que las personas buenas sufren debido a sus altas expectativas frente a una vida que no es justa, que solo es, con sus paradojas y sus incertidumbres. Hemos visto que el sufrimiento es ciego, no tiene leyes, que tal vez si supiéramos por qué sufre la gente buena ya no empatizaríamos con ellos y que la genética juega un papel importante en el sufrimiento de miles de personas y también sufrimos por las decisiones y por las acciones que terceras personas realizan hacia la gente buena, lo que demuestra que la vida no siempre es justa y no se debe mirar el entorno a esta dicotomía justo/injusto, finalmente vimos que el por qué sufre la gente buena depende si lo vemos desde la posición humana o divina. Esto nos plantea otro tema de gran interés, Dios y el sufrimiento.
[2] Zacharías R. LA
LÓGICA DE DIOS: 52 FUNDAMENTOS CRISTIANOS PARA EL CORAZÓN Y LA MENTE
Edición
en español publicada por Editorial Vida – 2020 Nashville Tennessee © 2020
Editorial Vida
[5] Crowder Bill.
¿Por qué la vida es tan injusta? Sufrimiento. ¿Por qué Dios lo permite?.....
[6] NT Juan 9
[7] Henry M.
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