D-2. 232-2. 4 años
Juan E. Barrera
Hoy se cumplieron cuatro años de tu partida y del
niño alegre y feliz que fuiste, además de tu recuerdo indeleble, me queda esta
clave. D-2. 232-2. Me parece tan increíble venir a verte aquí, a este lugar. Ya
es atardecer y entramos con un ramo de flores de todos colores en la mano, un ramo
alegre como tú, y, caminamos el trayecto hasta donde estás, en silencio,
mirando el cielo limpio de verano en enero, en Santiago y la paz del lugar
contrasta con la pena que todavía sentimos. Caminamos lentamente, tu madre, tu
hermano y yo. Avanzamos tomados del brazo, los tres, entrelazados, lentamente,
dándonos fuerza y valor interiormente, enfrentando lo que preferiríamos evitar
a toda costa. Avanzamos por la calle, paso a paso y me cuesta respirar. En el
claro cielo las aves se cruzan libres, hermosas e indiferentes a cuanto ocurre
abajo. Miro a lo lejos y veo cuerpos inclinados y sobrecogidos, frágiles,
anónimos, escarbando el suelo. Algunos pájaros cantan ruidosamente y sus picos amarillos
o anaranjados destacan en el césped. El suave viento mueve los árboles y los
remolinos de variados colores. Estos indican que no somos los únicos en estas
circunstancias. Cada remolino al viento es un niño en el cielo que te acompaña,
que te conoce, con los que juegas y paseas, mientras yo te echo de menos y te
añoro con toda mi alma, ¡oh quién me diera alas como de paloma! Volaría yo y
descansaría, pero esta es mi vida, nuestra vida y debemos aceptarla y vivirla.
Avanzamos hasta llegar al D-2 232-2 y allí, frente a nuestros húmedos ojos,
está el dibujo, la metáfora de lo que fuiste. Los zorzales se bañan en el agua
de tus flores y picotean impasibles en el césped. Tú no dices nada, estás
quieto, solito, y en silencio dejas que merodeen a su gusto. A pocos metros el
gran Acacio, testigo silencioso de nuestro encuentro, estira sus ramas delicadamente
e intenta tocarte, acariciarte, despertarte, pero no lo logra. Yo que estoy
parado frente a ti tampoco lo logro, aunque no imaginas lo difícil que es
eliminar o ignorar esas ganas de abrazarte. El sol amarillo lentamente va
cambiando su tono y ahora ya es más anaranjado y mi corazón, a poco frente a tu
placa, también va cambiando y deja de ser el corazón fuerte y creyente y se
torna débil e incrédulo, y me saco el sombrero y lloro y te recuerdo y lloro y
escucho tu voz y lloro y recuerdo tu cara y lloro, y recuerdo tu aroma y lloro
¡oh quién me diera alas como de paloma! Volaría yo y descansaría, pero es mi
vida y tengo que aceptarla y vivirla y ser feliz y ser alegre y consolar a
otros, aunque cada vez que vengo un nudo en la garganta casi me impide hablarte
y un dolor en el pecho me ahoga y me cuesta respirar y la belleza del lugar
pierde su relevancia.
Miro tu placa y pienso que falta tanto para volver a
vernos, recién han pasado cuatro años desde ese otro 19 de enero, pero me
engaño, siempre estamos a un segundo de volver a vernos, de reunirnos, de
abrazarnos. Mientras miro las flores junto a tu nombre recuerdo tu fotografía en
el comedor diario de nuestra casa, frente a mi parece decirme y reafirmarme
eso, que cada vez falta menos tiempo hasta que volvamos a ser cuatro nuevamente.
Respiro hondo e intento descansar del agobio que me significa llegar hasta aquí
y mientras repito tu nombre una y otra vez, bajito, casi susurrando y observo
las hormigas recorriendo tu nombre, vuelvo a pensar en tu foto y recuerdo que sin
darme cuenta he colocado junto a tu retrato una figura de cerámica de un
vagabundo, que alguien que me estima me regaló. Es un viejo con barba, de grandes
ojos, con cara triste, con ropa pobre, de chaqueta roja y pantalones grises,
con sombrero ,sentado en un baúl antiguo y que al activarlo toca la trompeta e
interpreta “When the saints go marching” y este acto inconsciente me llena de
esperanza, cada vez que el vagabundo interpreta en su vieja trompeta esta
melodía y mueve uno de sus pies con su zapato roto me vuelve la serenidad y
recuerdo que esta distancia es momentánea, que cuatro años son nada al
compararlo con el tiempo que tendremos juntos. Que un día cercano la Gran
trompeta sonará, que todo esto quedará atrás y que te levantarás de aquí.
Pensando en esto bajo la cabeza, suspiro profundo, me pongo el sombrero, te
digo –chao mi Joaco-y pienso en la resurrección. Me doy media vuelta y el sol agoniza
en Santiago y todavía algunos pájaros vuelan sobre mi cabeza cantando felices e
impasibles y comienzo el camino de vuelta por la larga calle. Llego a la
cafetería, pero está cerrada, subo al auto y me voy, miro hacia atrás y enciendo
la radio.
Querido Juan, Lupe y Juanito. Siempre estoy con ustedes en ésta situación. El recuerdo, la pena, sentimiento de ausencia, dolor de no hacer lo que se hacia juntos, el convencimiento que el escenario es distinto, y finalmente, aflora por sobre el ser humano normal, el cristiano, y la esperanza y seguridad, que actua como sedante del dolor, que es en ésta vida o escenario que no lo veremos más, pero en el escenario mayor, sí nos veremos por siempre y quedará la tristeza atrás. Querida familia, Dios les bendiga, consuele y les muestre el futuro que se viene incierto. Saludos cordiales, de su amigo, Luis Arriagada.
ResponderEliminarGracias amigo, seguimos en la lucha, pidiendo a Dios la posibilidad de usar nuestras vidas para su gloria.
ResponderEliminarUn abrazo