Pocos, pequeños y débiles
Juan E. Barrera
Pocos, pequeños y débiles, tres son los adjetivos empleados por el profeta Isaías para describir la situación emocional del pueblo de Moab sobreviviente de la catástrofe enviada por Dios en el capítulo 16, verso 14. Cuán apropiados son para describir el estado emocional del que sufre. Cuando la vida presenta su mejor cara y parece que todo va muy bien el hombre de hoy se siente feliz, satisfecho, omnipotente, pero si estas circunstancias cambian, entonces la percepción frente a la vida y a la existencia también cambia. El hombre o la mujer ya no se siente parte plena de este mundo global y en apariencia lleno de todo, no, se siente disminuido, como si él o ella fueran las únicas personas a las que les ha pasado algo. Así se siente el enfermo de cáncer, solo en su habitación, mientras la vida continúa allá afuera. Así se siente el doliente que ha visto partir a alguien muy querido, está solo, sola, nadie puede entender lo que está sintiendo, y es verdad, nadie lo puede sentir, porque el dolor se vive de una manera especial y distinta según los recursos que tenga cada persona. El que sufre se siente parte de unos pocos, aunque en realidad los que sufren son muchos. Vivimos en un mundo que sufre a diario. La creación sufre esperando su redención final, el que nace lo hace llorando, el que crece no lo hace sin llanto, el que madura no lo hace sin llanto, el amor no está exento de llanto y finalmente nos vamos llorando. Los que sufren no son pocos, son muchos, es la publicidad la que nos crea una realidad plástica, falsa, de eterna alegría, sin embargo para muchos el desafío de cada mañana es vivir ese día. Pero frente al sufrimiento no existe solamente esta percepción de ser muy pocos, sino que también está la sensación de sentirse pequeño, disminuido, aplastado y con razón. No hay nada más aplastante que el dolor, no hay nada que nos empequeñezca más que el desconsuelo. ¿Cómo se siente el niño frente a la aguja que brilla al sol en mano de la enfermera? ¿Cómo se siente la mujer que trae un bebé sin vida en su vientre? ¿Cómo se siente el torturado, entregado en las manos del torturador? ¿Cómo se siente una mujer o un hombre que ve partir a su pequeño repentinamente? ¿Cómo se siente quien pierde todos sus esfuerzos en un incendio, o en una estafa? Pequeño, diminuto. Así se siente también el hombre de hoy cuando toda la optimista esperanza de la modernidad no le puede librar de lo inevitable, cuando llorando debe resignarse y adaptarse a una realidad que no puede cambiar, que se le viene encima, que lo aplasta, que lo abofetea, que se burla de él, la ruina, la enfermedad, el desprestigio, la soledad, la muerte.
Finalmente el tercer adjetivo usado por el profeta, débiles, expresa muy bien la sensación del que sufre. Este no sólo se siente, poco, pequeño, sino que también se siente débil. Esta debilidad es de todo tipo. El que sufre se siente débil físicamente. El cuerpo reacciona consumiendo, al parecer más energía de lo habitual, si a eso se le agrega que el apetito desciende frente a una situación de dolor, más débil se siente la persona. Esta debilidad lo puede llevar a la cama. El que sufre no siente fuerzas ni para levantarse de la cama. Pero esta debilidad es, también, sin duda una debilidad de ánimo. El que sufre una pérdida importante, real o imaginaria se queda sin fuerza anímica, se decae, de desanima, se deprime ¿Alguien podría reprocharle esto? El duelo es ese período donde la persona no tiene ganas de nada, se siente vacío, sin energía, se siente débil. Esta debilidad llega al punto donde el sufriente siente que ya nos es capaz ni de llorar y solamente emite gemidos, lamentos.
El mundo de hoy está lleno de hombres y mujeres que repletan nuestras calles, tiendas, trabajos, transportes, que se sienten sin fuerza, interiormente se sienten muy débiles, cansados.
Leyendo el libro de Isaías se descubre fácilmente que frente a la percepción o a los sentimientos de sentirse solo, pequeño y débil la solución sigue siendo la misma Dios. Dios se revela de manera especial y lo hace de la siguiente manera. El doliente puede sentir que forma parte de un grupo pequeño que sufre, sin embargo Dios se encarga de mostrarle que son muchos los que sufren y que su gracia es suficiente para cada uno de ellos. Ejemplo de eso tenemos en los apóstoles, y los reformadores, hombre que se sintieron formar parte de un grupo reducido, pero que con Dios eran mayoría, y de eso podemos dar testimonio siglos después. Dios usa a estos pocos, les muestra lo que él puede hacer por medio de ellos. Frente a la pequeñez producida por el dolor, Dios se nos revela como un poderoso gigante. Muchas veces silencioso, quieto, casi ausente, pero haciéndonos grande por su gracia y la esperanza que él implanta en el corazón del que sufre. Frente ala debilidad, la respuesta es la misma, el apóstol Pablo da testimonio de ello, bastaba la gracia divina para seguir al frente. Pocos, pequeños y débiles, es solamente una percepción, Dios está aquí.
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