domingo, 24 de abril de 2011

La iglesia evangélica chilena: Sus etapas



La Iglesia Evangélica Chilena en el siglo XX: Sus etapas
Juan E. Barrera *
El presente trabajo surge de la reflexión personal acerca del quehacer de la iglesia evangélica y de manera especial de la iglesia evangélica chilena. Reflexión que surge de inquietudes, de anhelos, experiencias, de lecturas, de testimonios, y de muchas horas de estudio. No pretende ser un resumen histórico, ni hacer un análisis sociológico de cada etapa, es simplemente la mirada de un creyente que observa el devenir y la dinámica de la iglesia a partir de la segunda mitad del siglo veinte, a partir de los años 60. Por esa misma razón, por ser una mirada, se ha dejado de lado la bibliografía, pues el propósito no está en probar tal o cual dicho, este u otro hecho. Dejemos esto para un desarrollo más profundo de este mismo trabajo, por ahora centremos la atención en la dinámica de la iglesia chilena en el siglo veinte.
Esta ha pasado por diferentes etapas y énfasis, resultado de muchos factores que se irán mencionando en el transcurso del trabajo. Cada década se desarrolló y se ha conformado como una etapa de la iglesia, y en ellas podemos ver como cada uno de estos períodos pretendió, de alguna manera traer lo nuevo y con ello trató de convencer que eso era lo verdadero, aunque ya sabemos, esta antigua asociación sigue siendo falsa, lo nuevo no es necesariamente lo verdadero.
La idea general es mirar cada una de estas etapas y destacar los aspectos más importantes ocurridos en ese período y sobre las cuales no tiene por qué haber acuerdo. Luego reflexionar acerca de ellos. Este trabajo es sólo una mirada y en este mero acto no se puede observar todo a la vez, la mirada es selectiva. Cada período observado tampoco tiene límites rigurosos. Los años son solamente una aproximación, los hechos se superponen y se enlazan. Algunos parecen terminar en alguna fecha, sin embargo renacen varias décadas después, con rostros y diálogos distintos, pero se pueden identificar a pesar de ello.
Se ha partido de la década de los sesenta porque es en esta década que la iglesia se fortalece y toma forma como tal, aunque su presencia en la sociedad chilena, como se sabe, ya existía aun antes del 1900 y a inicios de siglo ya estaban presentes la iglesia Metodista Pentecostal, que a fines de los años 20 ya tenía personalidad jurídica, y también estaban presentes misioneros extranjeros de algunas denominaciones históricas, muchos en la zona sur del país.

DÉCADA DE LOS 60: Los inicios
Esta década marca la partida del momento más alto de las misiones extranjeras, especialmente norteamericanas, en el continente y en Chile, que coincide históricamente con la expansión de Estados Unidos al mundo después de la guerra de Corea y en plena guerra de Vietnam. En este tiempo fueron muchos los misioneros y sus familias que llegaron a Chile. La gran mayoría eran hombres de campo, sin mucha preparación formal, algunos tenían serios problemas para aprender el idioma, pero muchos tenían unas ganas inmensas de compartir el evangelio. A este período pertenecen las clásicas fotos de hombres jóvenes o de mediana edad con impecable camisa blanca, corbata y anteojos. Mujeres rubias con cuidados peinados y muchos hijos. Llegaron misioneros bautistas, de la alianza Cristiana y Misionera, presbiterianos y surgen o toman forma, entonces las denominaciones históricas. Las iglesias presbiteriana y luterana ya estaban presentes especialmente en el sur de Chile. Es en esta región del país donde florece todo el trabajo misionero. Es poco el trabajo en las ciudades, el énfasis estaba en los campos.
Políticamente, este es el período de la guerra fría, por lo que el mensaje del evangelio traído por los misioneros tenía además un fuerte agregado anti comunista, de asepsia política, de fundamentalismo y de muchos dólares.
Lo positivo de este período es el ejemplo de muchos, aunque no todos, de estos misioneros. Su tesón y su perseverancia por compartir el evangelio de Jesucristo entre los nacionales, especialmente en los campos del sur de Chile es algo que hay que destacar. Muchos de estos hombres y mujeres dejaron sus sueños, su juventud, su vida y sus fuerzas en Chile. A estos misioneros les debemos gratitud eterna por el tesoro del evangelio que nos trajeron y por el ejemplo de sus vidas. Con este trabajo surgen los primeros pastores nacionales, muchos de ellos mapuches, ligados al trabajo agrícola y que continúan desarrollando un ministerio en los campos.
Este es el período de inicio del liderazgo chileno. Un liderazgo vigilado de cerca por los norteamericanos, vigilancia-control que alcanzaba no solo la forma de gobierno, sino además a la forma de culto y otras costumbres. Se replica un modelo norteamericano de iglesia y de templos, de himnos, de “coritos”, ¡que incluso algunas iglesias todavía cantan! Esta mímesis se produjo en los campos y también tiempo después en las ciudades. Hombres con corbatas un domingo en la mañana a pleno sol. Misioneros con ternos a cuadros en una gran camioneta y esposas de misioneros preparando postres entre personas pobres era una escena común en estos años. No hubo reflexión alguna sino pura imposición.
La iglesia pentecostal, la tradicional, de alguna manera se mantuvo un tanto alejada de esta influencia y se desarrolló de manera autóctona, hasta el día de hoy. Sus líderes siempre han sido nacionales, el dinero para sus proyectos habitualmente proviene de los propios nacionales y su forma de culto también incluye muchos aspectos criollos. Tal vez ese sea un factor importante en su crecimiento.
En este período se produce además un “vasallaje” entre misionero y obrero nacional. Un servilismo que ha retrasado, en algunos sectores, hasta el día de hoy, el desarrollo de un liderazgo nacional fuerte y sólido. En muchos círculos más tradicionales los norteamericanos todavía mantienen puestos de liderazgo, y por reglamentos de sus propias instituciones misioneras les está prohibido someterse a un líder nacional ¡Una aberración! Esta situación no se da en otros países del continente como Brasil, Argentina o Perú, donde los obreros nacionales gozan de total independencia desde hace años y donde los extranjeros están sometidos al liderazgo nacional, que es el precepto bíblico, o están en franca retirada. En esos años no había prácticamente divisiones, salvo las denominacionales, que eran estrictas y se limitaban o a ser pentecostales o de alguna denominación histórica como Bautistas, Presbiterianos, Alianza Cristiana y Misionera u otra, pero se compartía abiertamente entre las que eran afines.
El poder, tema siempre importante estaba en manos de los misioneros quienes pontificaban acerca de todo y los nacionales solamente obedecían. Muchos de los pastores recibían su sueldo del bolsillo del misionero a quien ayudaba, lo que hacía imposible una forma de trabajo simétrica y basada en el respeto. Quien no estuviera de acuerdo era tildado fácilmente de rebelde o de comunista. Esta situación continuó por muchos años y se acrecentó en la década de los 80 con el gobierno militar.

DÉCADA DE LOS 70: Renovación y Ecumenismo
¡Renovación! ¡Ecumenismo! Estos eran los mensajes que se oían por doquier. Aunque la iglesia chilena llevaba sólo algunas décadas desarrollándose, y madurando, y era una iglesia nueva, recién echando raíces y estructurándose, ya muchos pensaban que había que renovarla, que había que avivarla, abrirse a los dones espirituales, permitir la obra del Espíritu Santo y hacer todo nuevo.
Este período de la iglesia chilena coincide ¿Coincide o había influencia?, con el movimiento de renovación carismática al interior de la iglesia católica, y que tendría gran impacto. En el día de hoy el movimiento carismático católico alcanza a varios millones de seguidores. En este tiempo todo era carisma y más carisma. El Espíritu Santo atraía la atención de evangélicos y católicos por doquier.
Por su parte las iglesias evangélicas tradicionales preparan todo tipo de estrategias para resistir este movimiento y evitar que las personas abandonaran sus iglesias. Reaccionando una vez más de la misma forma que lo habían hecho una década atrás frente a los excesos y las manifestaciones emocionales, que dio origen al fundamentalismo.
El modus operandi de este movimiento consistía en infiltrar las iglesias. Quienes lo hacían eran personas “muy espirituales” con un tono de voz melindroso, que tomando citas bíblicas de un lugar y de otro convencían a alguno de los miembros de la iglesia local de lo seca, vacía y muerta que estaba su congregación, y de lo esencial que era volver a los inicios de la iglesia, a la primera iglesia, levantar las manos y hablar en lenguas y dejarse guiar por el Espíritu Santo. Este hombre o mujer abandonaba su comunidad y se iba con ellos o comenzaba a predicar acerca de la renovación al interior de su congregación y producía la división.
Se reunían en casas, porque no tenían pastores y porque la primera iglesia, que era la que ellos anhelaban no se reunía en templos, sino en los hogares. Algo muy común, era citar los primeros capítulos del libro de Hechos.
Todo este movimiento tenía como música de fondo otro gran énfasis en la iglesia, de forma especial entre determinadas denominaciones, algunas pentecostales, metodista, luteranos: El ecumenismo y su llamado a la unión de la cristiandad teniendo como foco central la iglesia católica romana. El Concilio Mundial de Iglesias institución que agrupa hasta el día de hoy a las iglesias ecuménicas ofrecía ayuda monetaria y unirse a un movimiento internacional que acabaría con las diferencias y barreras interdenominacionales, que tanto daño causaban a la iglesia. La unidad de la iglesia era el lema que se repetía por doquier. Renovación y ecumenismo, estas dos tendencias despertaron entre los círculos fundamentalistas una feroz oposición convirtiéndose en uno de los ejes de sus ministerios. Era muy común escuchar a pastores y líderes conservadores predicando en contra de estos movimientos y como un caza bruja identificando a cada personaje evangélico conocido como ecuménico o no ecuménico, carismático o no carismático, actitud que permanece hasta el día de hoy. Se gastaron muchos pesos creando e importando materiales norteamericanos en contra de estas tendencias.
En el día de hoy todavía es común escuchar entre estos grupos referencias constantes al movimiento carismático. No les deja indiferentes, o lo miran con resentimiento o con envidia. Siempre está presente en sus agendas. Lo rechazan pero no pueden vivir sin él.
Lo positivo de la época, la consolidación de la iglesia chilena con pastores nacionales, aunque con liderazgos débiles todavía, y la confianza, fruto de la libertad que existía, para predicar el evangelio. Se destacan en este período algunos pocos pastores nacionales con un trasfondo más refinado y gran capacidad de liderazgo, de quienes somos deudores eternos.
Lo negativo, el clima político beligerante que vivió el país a inicios de la década y que llevó al quiebre de la democracia y que alcanzó a algunos sectores de la iglesia. Hubo movimientos cristianos a favor del socialismo, ideología reinante en la época y muchos pastores profanaron sus púlpitos sirviendo a partidos políticos de izquierda. Mientras en otros países el marxismo reprimía fuertemente al cristianismo, en Chile algunos pastores e iglesias se comprometieron con esta ideología. Los misioneros norteamericanos por su parte descargaban toda su artillería anti marxista, movidos por el temor de lo que había pasado en otros países. Criticaban abiertamente el compromiso con la izquierda pero no criticaban su propio compromiso con los Estados Unidos y su política hacia América Latina. La gran mayoría de ellos se fue del país, cuando Salvador Allende fue electo presidente, huyendo aunque nunca sufrieron persecución alguna.

DÉCADA DE LOS 80: Gobierno militar-misiones
El aspecto más importante sin duda, en estos años fue la situación política en el país. Esta década dejó en deuda a la iglesia evangélica chilena en relación a mucho de lo que pasaba en el país en estos años. Han transcurrido apenas siete años del golpe militar y estos años son los más duros en el país, especialmente para la gente más pobre, la gran mayoría de los evangélicos en el país. La crisis económica de los primeros años de la década alcanzó ribetes desesperados para la gran mayoría del país. La falta de trabajo, la inseguridad, la violación a los derechos humanos, el control de los medios de comunicación, el nulo trabajo de los jueces, la represión y muchas otras situaciones hacía muy difícil la vida para millones de chilenos.
La iglesia evangélica no solo guardó silencio frente a la violación de los derechos humanos, sino que un amplio sector adhirió abiertamente al régimen militar. Hubo excepciones a esto, pero estas confirman la regla de lo que pasó. Una vez leí estadísticas, que en ese tiempo, al interior de la iglesia católica, revelaban que un tercio estaba a favor del régimen militar, obviamente el sector más adinerado y ligado a la derecha más dura, y que tuvieron participación activa en el gobierno militar. Que otro tercio de la iglesia fue opositora al régimen, quienes se preocuparon de la protección frente a los abusos y casos de encarcelamiento y tortura. Ligados a la izquierda política o no ligados pero profundamente preocupados por los que sufrían la represión del régimen militar. Un último tercio, permaneció indiferente. Participaba de la iglesia pero la situación política no era de su incumbencia. No puedo citar unas estadísticas respecto de la participación de la iglesia evangélica en ese período. Nunca las he leído o escuchado. Solo puedo reproducir lo que observé, lo que escuché y lo que leí o no leí en ese tiempo. Tal vez solo hubo dos grandes grupos al interior de la iglesia y una pequeña excepción. Un gran grupo, conformado por iglesias pentecostales, lideradas por la Iglesia Metodista Pentecostal, adhirió cabalmente al gobierno militar, de manera especial cuando este necesitó legitimarse y tras el rechazo de la iglesia católica buscó el apoyo de los evangélicos pentecostales. Estas iglesias gozaron de prebendas y privilegios de todo tipo que el gobierno les ofreció, por lo tanto difícilmente levantarían la voz.
El otro gran grupo estuvo formado por aquellas iglesias que tienen como doctrina y dogma la no participación en política, denominaciones históricas, muchas de trasfondo fundamentalista y norteamericana, para quienes el marxismo representaba una amenaza y por ello justificaban los hechos escudándose en la idea de sumisión a la autoridad. Guardo entre mi biblioteca la declaración de un pastor chileno presbiteriano fundamentalista diciendo “que sacan con hablar tanto de los derechos humanos si sus almas van a ir al infierno si no aceptan a Cristo”, que eso era lo único importante. Pasaron muchas cosas frente a sus ojos pero no dijeron nada. Los misioneros americanos disfrutaban de un nivel de vida muy por sobre el promedio de cualquier chileno común y se daban lujos que quizá nunca tuvieron en sus propios países, por lo cual no tenían motivos para alzar la voz. Una minoría, la excepción, se atrevió a alzar la voz en contra de las violaciones a los derechos humanos y pagó el precio por ello, sin recibir el apoyo del resto de las iglesias, obviamente. Este grupo estuvo formado por algunas iglesias metodistas y luteranas. El caso emblemático es el del obispo luterano Helmut Frenz quien fuera expulsado del país por Pinochet en al año 1975 por abrazar la defensa de los derechos humanos. Una vez re establecida la democracia son muchas las iglesias que han querido participar en política y muchos conocidos, aunque no sé si fieles representantes de los evangélicos quienes se han comprometidos con diferentes partidos políticos, los mismos tal vez que guardaron silencio cuando había que hablar exigen ahora sus derechos y piden regalías.
Esta fue además la década de las misiones, principalmente en los últimos años y quizá hay una relación entre el retorno a la democracia y el hecho que había algo para decir, entre la libertad y la apertura del país internacionalmente. Muchas denominaciones, aún las más antiguas y conservadoras se abrieron al movimiento misionero nacional, algunas a regañadientes.
Juventud con una Misión, Operación Movilización, Comibam, seguidas de otras organizaciones más pequeñas iniciaron toda una campaña efectiva para crear en las iglesias locales una visión misionera. El lema en este tiempo era: orar-dar-ir. Fue un tiempo fructífero, especialmente para el liderazgo nacional, encabezado en su gran mayoría por jóvenes, quienes bombardeaban sus iglesias ¡y a sus pastores! con el tema de misiones. Se abrieron agencias misioneras, se crearon cursillos, se capacitó a mucha gente, se preparó material audiovisual, se organizaron viajes misioneros breves y se enviaron jóvenes al campo misionero en diferentes lugares del mundo, y tan lejanos como África o la ex Rusia. La guerra entonces era entre los que pastores y líderes que tenían visión misionera y los que no la tenían. Los pastores con “corazón misionero” y “sin corazón misionero”.
El naciente movimiento misionero se enfrentó a dos grandes escollos, que tal vez nunca venció. Uno de ellos era la resistencia ofrecida por los propios misioneros extranjeros que trabajaban en Chile. Se esperaba de parte de ellos todo el apoyo, el entusiasmo, y la experiencia. Sin embargo sucedió todo lo contrario. Salvo excepciones muy honrosas la gran mayoría de los misioneros extranjeros miraba con recelo a este grupo de jóvenes orando por la China, por África, por Europa y por países y etnias que jamás se habían escuchado. Fueron muchos los misioneros que en lugar de apoyar intentaron por todos los medios posibles abortar este movimiento. ¿La razón? Defendían su status. Por años los misioneros anglosajones disfrutaron de un status basado puramente en la tradición y en cuestiones sociales, de manera especial entre los sectores más pobres, que fue habitualmente donde trabajaron y algunos pocos levantaron iglesias. El idioma, el aspecto físico, el dinero, el trabajo que ofrecían eran características que la gente pobre no podía resistir. En el trabajo de la iglesia “misionero” era superior a pastor, aunque cumplieran el mismo oficio. Muchos misioneros pagaban el sueldo al pastor por lo que el poder y todo lo que ello implica, estaba en manos de los misioneros. ¿Cómo soltar todo aquello? ¿Cómo renunciar a los privilegios? Hay que agregar además que este movimiento misionero en su gran mayoría estaba impulsado por jóvenes universitarios, profesionales, más educados, muchos bilingües que contrastaba con el trasfondo cultural de muchos misioneros. También defendían el derecho a cierta información privilegiada. Información que nunca llegó a oídos de los nacionales con anterioridad. Datos acerca de los sueldos misioneros, de estatutos, de requisitos y exclusiones, de informes médicos, de las relaciones misionero-iglesia, del ambiente y los informes que los misioneros extranjeros enviaban a sus propios países, forma de recaudar sustento, etc. Toda esta información se abrió a los nacionales que eran candidatos a misioneros y desagradó a muchos.
El segundo escollo fueron los propios pastores nacionales. Si los misioneros defendieron su status, y la información, los pastores defendieron su billetera, su dinero ¡Hasta el día de hoy! La gran preocupación pastoral en este período no fue el desarrollo de la iglesia, o el entrenamiento a los futuros candidatos, ni la preparación al ministerio de muchos jóvenes, si no la posible desviación de fondos de la iglesia a las misiones. Muchos pastores no adhirieron al movimiento misionero porque tenían miedo de ¡quedarse sin sueldo! Sin sueldo y sin líderes. Jamás entendieron que su mejor y más alta contribución a misiones eran los líderes mejor capacitados en sus iglesias locales. En esto mostraron un egoísmo tremendo, tal vez con base también a lo anterior, temor a perder su sustento.
Fueron muchos los jóvenes que se desilusionaron, con razón, del actuar de los pastores nacionales en este período. Además del temor a quedarse sin dinero, y del egoísmo, el liderazgo nacional mostró una tremenda falta de visión respecto de su trabajo. La forma natural de encausar todo esa energía juvenil era la creación de equipos de trabajo al interior de la propia iglesia local y salir y fundar nuevas iglesias en la ciudad. Que estos futuros misioneros aprendieran al alero de su pastor a trabajar, a plantar una iglesia, en un ambiente que muchas veces, sería mejor que lo que enfrentarían al salir. El tiempo diría finalmente quienes eran los llamados y quienes quedarían al lado del camino. Pero al parecer eso era mucho pedir. Simplemente el liderazgo reprimió o ignoró a muchos de estos jóvenes futuros misioneros. Sería interesante hacer una evaluación detenida de cuanto de este trabajo ha permanecido hasta el día de hoy.

DÉCADA DE LOS 90: Retorno de la democracia -la Unción
El inicio de esta década corresponde con el retorno a la democracia luego de años de gobierno militar. En general el ambiente de las iglesias se contagió con el espíritu que reinaba en política y fueron muchos los que comenzaron a sacar la cabeza, a hablar, a identificarse con uno u otro partido político y a intentar participar en el nuevo proceso que se iniciaba, el de la transición política. De esta manera se comienza a discutir abiertamente sobre la participación de los evangélicos en la vida pública y aparecen voces a favor y en contra. También se comienza a hablar de la reivindicación de los evangélicos, de sus derechos, se comienza a oír acerca de una ley de culto, de igualdad, de no discriminación, etc. Se forman algunas instituciones, no siempre representativas del pueblo evangélico y se inicia un diálogo con los gobiernos democráticos. Muchos políticos intentan, a veces con éxito, utilizar a la iglesia con fines partidistas, pero en general la iglesia adquiere un status que antes no tuvo. Se elijen capellanes evangélicos, se dan la facilidades para crear escuelas y algunos pocos políticos confiesa ser evangélicos o identificarse plenamente con la iglesia. Nacen también alguno intentos, especialmente entre los jóvenes por participar abiertamente en política. Este debate sigue abierto y se reabre en cada período eleccionario.
Este ánimo festivo, de “la alegría ya viene” coincidió con un movimiento protestante, aunque no sé si evangélico, igual de festivo y que tuvo su inicio, como todos los movimientos, en los Estados Unidos, pero que rápidamente llegó a Chile ¡La unción!
Fuertemente influenciado por los modelos carismáticos televisivos norteamericanos, de la mano del canto nuevo, y de modelos de tele predicadores como Benny Hinn y sus seguidores se instaló en Chile La Unción. Entre los cantantes cristianos la voz que más se escuchaba era la de Marco Witt, pero estaba también Marco Barrientos y otros. Este movimiento llego a Chile vía Argentina donde tuvo su réplica en hombres como Claudio Freidson, Carlos Anacondia y toda la escuela que ellos crearon. De Chile viajaron varios pastores y se podía saber quienes habían hecho el viaje porque inmediatamente en sus predicaciones comenzó a aparecer un lenguaje nuevo: “esta nueva palabra”, “unción”, “unción fresca”, “visitación”, “prosperidad”, “Espíritu Santo” etc. El Espíritu Santo era nombrado cientos de veces en cada reunión. Junto con este nuevo lenguaje aparecieron nuevas prácticas, de dudosa legitimidad, caerse de espalda, reír a carcajadas, rugir como un león, solo por citar algunas. La Biblia perdió su importancia y la liturgia tradicional desapareció tras una novedosa y hollywoodezca manera de realizar los cultos. “Las celebraciones”. El orden tradicional desapareció para dar lugar a predicadores agitando sus chaquetas, gritando, soplando, “enviando el Espíritu Santo” a través de las manos y por multitudes emocionalmente deseosas de experimentar algo nuevo, multitudes que caían de espalda, gritaban, se volvía a parar eran botadas al suelo nuevamente. ¡Un show nunca visto antes! Todo esto acompañado por una música nueva, música bonita y de buena calidad que a pocos años se tornaría en la himnología de miles de iglesias. Esta música renovó los cultos y muchas de sus letras son realmente inspiradoras, pero fue utilizada como manipulación emocional. En esta década, no hay dudas, que la iglesia chilena perdió su norte y por supuesto se instaló la división una vez más, esta vez, entre lo que tenían la unción y aquellos “secos” o “muertos” que no la tenían. De la mano de la música y del show religioso vino el interés monetario y la recolección de importantes cantidades de dinero, se levantaron mega iglesias por doquier. Los antiguos teatros se convirtieron en iglesias gigantes llenas de personas, pero que no buscaban a Dios, buscaban experiencias emocionales y espectáculos, por predicadores que no anunciaban el evangelio sino un humanismo optimista y experiencias emocionales exacerbadas.
Los fundamentalistas una vez más, fieles a su modo de ser, reaccionaron con dureza frente a estas distorsiones del evangelio y desde sus trincheras gritaban que todo eso era una herejía, aún hoy lo hacen, sin embargo no se oyó de parte de ellos ni de ningún sector, una auto crítica ni un análisis apropiado acerca de la condición de la iglesia chilena que permitió que este movimiento anti bíblico llegara y se extendiera por Chile, ¿O es que la globalización hace imposible mantenerse alejado de este tipo de fenómenos? No hubo reflexión teológica, no hubo quien dijera algo. ¿Será que los líderes de la iglesia, encargados de velar por ella fueron los primeros que participaron de este movimiento? ¿Por qué las personas buscan este tipo de iglesias? Tal vez están cansadas de la aridez, de la rutina de muchos de los cultos tradicionales. Cuándo vamos a un culto cualquiera ¿Vamos con expectativas de que algo va a pasar o entramos y salimos de nuestros cultos sin que nada ocurra por años?
Lo positivo de este movimiento fue la expectación de que algo ocurriría en los cultos. Esta sensación desapareció hace muchos años de las iglesias tradicionales.
Este período es también el auge de las comunicaciones evangélicas, comenzado algunos años antes. En esta década la radio y la televisión cristiana parecen gozar de todo su esplendor. Muchos ministerios radiales expanden sus ondas por todo el país. Aparecen algunos programas de televisión y en el aire ronda una idea de que “algo grande viene para Chile”. De la mano de las comunicaciones vienen los grandes eventos. Esta década fue todo evento. Parecía que la vida cristiana se jugaba toda en un congreso o un seminario. Cada denominación grande organizaba un evento millonario y traía a quien consideraba su profeta. Los recintos se hicieron pequeños para recibir a tanta gente, y como suele pasar en Chile, en todo ámbito, eran todos extranjeros, muchos argentinos. Muy pocos chilenos lograron congregar multitudes, pero los hubo. Templos repletos cada domingo y la recaudación de mucho dinero. La sensación de que algo grande iba a llegar descontrolaba y llenaba de ansiedad a otros.
Los grandes ministerios de comunicaciones no estuvieron exentos de dificultades y algunos problemas serios y su auge fue decayendo con el pasar de los años. La sensación de que algo grande venía para Chile desapareció junto con los profetas que lo vaticinaban.

DÉCADA DE LOS 2000: La Prosperidad
Estos años son la década del movimiento de La Prosperidad que vino de la mano con el movimiento de la unción, y de la industria de la música evangélica. El movimiento de la Prosperidad está vigente todavía entre muchas iglesias, y tiene su origen en una tergiversación caprichosa de algunos pasajes del Antiguo Testamento que supuestamente dan pie a la idea de “Dios te quiere prosperado en todo”. Eso quiere decir que Dios desea que cada cristiano sea rico económicamente. Tiene su origen en Estados Unidos donde pastores y tele evangelistas millonarios instan a sus fieles a dar dinero, mucho dinero, convencidos que Dios les devolverá con creces lo que den. En los Estados unidos este movimiento alcanza niveles insospechados para nosotros. Son cientos los pastores que se han vuelto millonarios solo con las ofrendas y diezmos de sus congregaciones y viven como tales; con mansiones, automóviles, servidumbre y con los escándalos, inmoralidades y excentricidades propias de los millonarios. La lista de este tipo de personas es increíble. Como increíble es que también este tipo de herejía materialista crezca en nuestra América Latina donde existen millones de pobres, porque está claro que estos millones de pobres nunca se volverán prósperos, solamente los pastores que lo predican. Con mucho temor me atrevo a decir que estas doctrinas y estas prácticas son la vergüenza de la iglesia en estos años y no es más que el amor al dinero disfrazado, caricaturizado como enseñanza bíblica.
Junto a esta herejía de la prosperidad le acompaña otro movimiento, también de dudosa legitimidad teológica y que cada día prende más entre nuestras iglesias el Movimiento Apostólico y profético. Hoy en día en nuestras congregaciones ya no hay pastores, ya no hay siervos sólo hay apóstoles y profetas. Todo gira en tormo de los nuevos apóstoles y profetas. Debe haber entre ellos muchos hombre íntegros y que buscan la santidad, sin embargo hay otros apóstoles y profetas de pública mala reputación. En estos años todo es profético: discipulado profético, evangelismo profético, campañas proféticas, escuelas proféticas, etc. Todo es trabajo apostólico: escuelas apostólicas, visión apostólica, discipulado apostólico, etc.
En una sola ciudad tenemos más apóstoles que los que el mismo Señor llamó, capacitó y envió. Si hacen la misma labor, tienen la misma efectividad, manifiestan el mismo fervor, santidad y devoción, ¡qué sean bienvenidos! Si no es así, volvamos a los siervos de antes, a los anónimos, a los desconocidos pastores que con su ejemplo han influenciado tanto nuestras vidas.
La música cristiana también sufrió un cambio importante en la práctica de la iglesia, cambio que ya había comenzado la década anterior. Ya no es la música que uno escuchaba en la iglesia y que tocaba la esposa del misionero sentada en el piano. Ahora se puede llevar donde quiera que vaya, en un Cd, en mp3 o cualquier otro tipo de almacenamiento. A pesar de que prácticamente toda la música tiene como supuesto básico adorar a Dios, en la práctica mucha de esta música es usada como entretención y va dirigida a un público joven.
Detrás de los cantantes cristianos hay una industria cada vez más pujante y con ello sumas millonarias de dinero para apoyar a estos ministerios. Los cantantes también cobran sueldos millonarios y exigen una serie de regalías, igual que las estrellas de la música pop, que son su fuente de inspiración: hoteles de lujo y una serie de caprichos como los artistas estrellas. Luchan por ganar un premio Gramy y por ser escuchados por un público masivo. Se visten como estrellas para sus shows y hasta dan conferencias de prensa, todo en el nombre del Señor, claro. No es casualidad que este movimiento naciera en Méjico, cuna de la producción musical popular.
La siguiente anécdota ilustra este cambio. Un buen amigo fue con su familia, su esposa y sus dos hijas pequeñas a ver a uno de estos cantantes cristianos famosos. Primero tuvo que pagar las entradas y una vez dentro, inocentemente sacó un queque para dar a sus hijas. Uno de los guardias contratados para el espectáculo lo vio y le dijo que tenía que botarlo. Mi amigo se negó. Se lo escondió entre las ropas e intentó pasarlo otra vez. El guardia, que no le quitó los ojos de encima, lo siguió y lo obligó a botarlo a la basura para permanecer en el establecimiento. ¿Por qué? La respuesta era obvia, el consumo de alimentos estaba concesionado y sólo se podía consumir lo que se vendía al interior. La música cristiana dejó de ser lo que era y hoy es un gran negocio, con un mercado cautivo que son las iglesias y de manera especial los jóvenes. El día de hoy la adoración es con una cámara de televisión, con luces, con efectos especiales, con muchísimo marketing y con muchísimas ganancias. Hoy es posible ver en Internet a Marco Witt predicando acerca de ser un campeón y de cómo Dios desea que sus hijos sean millonarios. Él les enseña a sus hijos que deben ser millonarios.
Esto afecta a la iglesia de muchas maneras, una de ella es que un grupo pequeño, llamado “los músicos de la iglesia” descuida misiones, descuida a sus viejos, descuida la enseñanza y descuida muchas otras cosas, pero gasta, por ejemplo tres millones de pesos en un bajo electrónico o en un equipo de sonido. El culto se vuelve más un mini recital de unos pocos y la música pasa a ser lo más importante del culto, si a eso se le agrega el temperamento de los “músicos cristianos” hay todo un problema.
¿Reflexión o desarrollo teológico a poco más de una década del nuevo siglo? Nada, existen unos pocos institutos bíblicos denominacionales y algunos de ellos infiltrados con la Alta Crítica, ¡Todavía!
El retorno de la democracia, años atrás trajo una dificultad, presente en esta década: la de la instrumentalización de algunos sectores de la iglesia por parte de los partidos políticos. Ya es común, a pesar de los años de democracia, débil democracia, que en tiempo de elecciones los partidos políticos se preocupen mucho de los discriminados, entre quienes se habla de los evangélicos, solo de los evangélicos pobres, por el prejuicio que existe y que no ha cambiado con los años y a cambio de los votos, por supuesto. Muchos líderes se han prestado para este juego a cambio de un poco de popularidad, dinero, cargos y otras prebendas. Esta década, bajo la agenda vanguardista de los gobiernos de la Concertación ha puesto en el tapete y ha legislado sobre varios temas de carácter moral: pena de muerte, divorcio, discriminación, aborto, etc pero la iglesia no ha dicho nada y si algunos sectores ha dicho algo no ha sido precisamente una postura bíblica, sino más bien se han comprometido con el gobierno de turno y hasta han apoyado alguna de estas causas. La gran mayoría guarda silencio. Esta década presenta una iglesia disgregada, dividida, débil, sin rumbo.
La educación fue otro de los caballitos de batalla de la iglesia en esta década. Se levantaron algunos expertos en educación y otros no tan expertos y comenzaron a hablar de la necesidad de que la iglesia desarrollara una visión referente a la educación. Esta década fue, tal vez, el tiempo histórico más importante para que la iglesia evangélica se consolidara como un referente en un área crucial como esta. Se habló mucho, como ha ocurrido otras veces en otros campos, se escribió algo, se fundaron escuelas cristianas, muchas particulares, pero se hizo poco. Al evaluar el trabajo realizado en educación durante estos años vemos que no hay grandes avances, la educación no es un tema que interese a la iglesia chilena y sobre el cual existan planes a corto, mediano o largo plazo, salvo algunas excepciones. Al parecer resulta fácil hablar, pero a la hora de actuar no existen planes corporativos y el secularismo avanza más, aquí, frente a nuestros ojos, sin que el liderazgo de la iglesia lo note. ¿No hay doctores en educación evangélicos? ¿No hay técnicos en el tema? De seguro los hay, lo que falta es captar la visión a cerca de lo imprescindible de una visión cristiana para el mundo de hoy, no solo en la educación sino en todas las áreas del mundo moderno.

Década del 2011: Lo que viene
¿Qué vendrá para la década que vivimos? No lo sabemos, sin embargo podemos vislumbrar dos aspectos importantes que se perfilan claramente. El primero una fuerte división que se viene acentuando cada vez más y que ya no se relaciona con aspectos bíblicos teológicos sino con otras situaciones extra eclesiásticas como el deseo de poder, posturas políticas, discusiones respecto de ética y moral. Cada vez cuesta más mirar una sola iglesia. El número de denominaciones ha crecido, y sin un trasfondo teológico se hace difícil clasificarlas y más difícil agruparlas. Como ha dicho un sociólogo de la religión, vivimos un tiempo de supermercado espiritual donde se ofrece de todo.
Respecto de la sociedad el gran desafío es enfrentar de la manera apropiada la secularización, que es el enemigo secreto pero muy eficaz de la iglesia en el día de hoy. Este fenómeno ejerce su influencia desde aspectos teológicos fundamentales hasta la práctica de la vida cristiana.
Algunas conclusiones
¿Cuál será el rumbo que seguirá nuestra iglesia? Esta iglesia que Jesús tanto ama. Es imposible saberlo. La década está comenzando y tenemos todavía varios años por delante. El rumbo que seguirá la iglesia es desconocido, pero sin lugar a dudas será el que camino que ella decida tomar. A través de sus líderes y de las personas influyentes.
A modo de conclusión se pueden mencionar algunas cosas que aparecieron en esta breve mirada: la iglesia desde sus inicios ha sido víctima de la división, los motivos han ido cambiando con los años, sin embargo cada década presenta algún motivo para la división. Al parecer siempre estas divisiones son resultados de movimientos extranjeros, de tendencias o énfasis que surgen en otros lugares y los cuales la iglesia chilena acoge sin ninguna reflexión. Las ocasiones en que la iglesia ha tenido que alzar la voz no siempre ha tenido el valor para hacerlo, ni ha mantenido tampoco una imparcialidad, o se ha comprometido con gobiernos de turno o se ha auto marginado. Su participación en la vida pública y el devenir de la sociedad no ha sido satisfactoria, su quehacer se ha centrado más bien en las prácticas locales, que en la cosa pública. Es una iglesia muy permeable a los fenómenos foráneos y sin ninguna reflexión acerca de ellos. Reflexión que no ha llegado tampoco a una visión acerca de la educación pública ni de una educación teológica.
El liderazgo, en general es un liderazgo débil, marcado más bien por el individualismo que por una visión de cuerpo, no es un liderazgo que marque rumbos, si no más reactivo, partido, dividido.
Esta es la iglesia que el Señor tanto ama. Ha avanzado mucho desde que aquellos primeros y valientes hombres y mujeres, los primeros canutos gritaran en las calles que en Jesús, y sólo en Jesús hay salvación, y “que así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado”. Somos deudores a esos hombres y mujeres radicales, que enfrentaron oposición abierta, burlas, desprecios, discriminación, pero que supieron llevar adelante el evangelio, el único y verdadero evangelio de Jesucristo. Por delante nos quedan grandes desafíos y muchas tareas ¿Responderemos como el profeta “heme aquí Señor envíame a mi”?

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