sábado, 16 de agosto de 2008

El abandono

El abandono
Juan E. Barrera
Desde hace ya muchos años que venimos escuchando la expresión “Aldea Global” o la tan repetida ya expresión “Vivimos en un mundo globalizado”. Se supone que todo y todos están conectados, una suposición muy sistémica. Estamos conectados por la internet, por el satélite, por los medios de transporte ultra moderno o por los medios de comunicación masiva y quizá eso es cierto en algunos niveles, pero no en todos. En el plano individual llama la atención el abandono y el aislamiento en que viven muchas personas. La soledad que experimentan y de manera especial los niños. Tal vez toda esta globalización nos ha quitado o ha impedido que nos relacionemos de la manera apropiada. Ha trastocado o invertido la prioridad de algunas cosas fundamentales.
El abandono que sufren muchos niños. Tristemente es habitual ya en las escuelas contar en cada curso con un número importante de niños que viven solos. La gran mayoría, abandonados por el padre. Resulta sorprendente la facilidad con que muchos hombres forman una familia, para luego abandonarla con la misma facilidad. Niños que nunca han conocido a su padre, hijos de relaciones donde nunca hubo vínculos, por lo tanto no hay sentimientos parentales de por medio. Son niños nacido de aventuras, de experiencias pasajeras, de relaciones en que hubo de todo menos amor. Son niños y niñas para quienes el mundo es distinto, niños que experimentan desde el momento mismo de nacer esa terrible experiencia que es el rechazo. No saberse ni sentirse amado, ser echado de menos, sentirse la alegría y el orgullo de alguien. De un hombre, de un padre.
Muchos presentan algunas características identificables, fragilidad, vulnerabilidad, ira, rechazo, se cuestionan, presentan un imagen pobre de si mismos, etc.
Algunos logran con esfuerzo salir “enteritos” de estas experiencias. Suelen tener adolescencias duras, pero lograr salir adelante. Se esfuerzan, lloran, gritan, se resienten, se sobreponen a sus circunstancias y van al frente. Se reconstruyen. Son los padres amorosos y comprensivos que no desean que sus hijos propios pasen sus mismas experiencias. Son los resilientes. Quizá no son famosos, no tienen mucho dinero, no tienen grandes títulos, aunque tienen el más importante y que nadie se los puede arrebatar y que es su gran tesoro son padres. Tienen una familia.
Hay otros, un gran número, que no logra dejar atrás ese pasado de carencia afectiva y crece resentido. Con su familia, con la sociedad, con la vida y con Dios. Son los adolescentes sin límites, violentos, vulnerables, duros por fuera, muy blandos por dentro. Que se refugian en las adicciones o en el ostracismo. Personas que sin desearlo repiten sus historias familiares. Los que fueron abandonados, vuelven a abandonar. Los abusados vuelven a abusar. Los que lloraron hacen llorar. Los que sufrieron hacen sufrir, en un libreto que se repite por generaciones. A no ser que…algo pase, o mejor dicho alguien pase y se quede con ellos.
Jesús de Nazaret es el modelo de sufrimiento y rechazo, quien cuando le maldecían no maldecía. Quien perdonó y amó a quienes nunca lo hicieron con él.
Su promesa es que él va estar para siempre al lado de quienes lo llaman y lo buscan. De quienes abren su corazón y reciben su sanidad. El sabe bien lo que es sentir el rechazo y el odio de las personas. No olvidemos el desprecio con que fue tildado de “huacho” por los fariseos. El huacho más lindo que ha cambiado la historia de tantos niños y niñas sin papá.

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