viernes, 9 de mayo de 2008

Barquito de papel


EL BARQUITO DE PAPEL
Juan E. Barrera

H
acía frío esa tarde, era invierno y mi viejo y gastado abrigo negro me parecía más confortable que otros días. Me paseé mirando la enorme charca de agua que la lluvia de la noche anterior había dejado sobre el patio de nuestra escuela y estaba llena de piedras, ramas, trozos de ladrillos y envases de colaciones que los niños habían arrojado en el recreo y de pronto me fijé en él. Allí estaba, de papel un barquito hundido, herido en medio de la rada formada por el desnivel del suelo. Era blanco y estaba manchado, casi destruido y a lo lejos pude divisar parte de su popa totalmente hundida. El contrario viento lo había vencido, tal vez. A su lado había otro barco, imponente, majestuoso, entero, un orgulloso acorazado proa al frente. Me acerqué y vi que estaba fabricado con una hoja de matemáticas, en algún astillero de alguna de nuestras salas de clases y por algún ingeniero de primero o segundo básico. Por lo que pude ver, al parecer hubo un combate a muerte, donde el barco más pequeño tocó la peor parte, la de la derrota y la humillación. Estaba rodeado de piedras que los niños más grandes lanzaron al agua, eran verdaderas rocas donde encalló en su huida el barquito. Nave de papel, creación de un ingeniero de segundo básico que alguna vez soñaste con surcar los siete mares de mi escuela y conquistar el amor de una sirenita o ser cómplice de algún pirata fiero y que sin embargo viniste a morir en las turbulentas aguas del charco de mi escuela, abandonado por tu dueño y despreciado de todos. No conquistaste nada, excepto mi corazón de eterno niño, barquito de papel.

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