sábado, 14 de mayo de 2011

De por qué dejé de escuchar música cristiana


De por qué dejé de escuchar música cristiana
Juan E. Barrera
Siempre, desde niño he estado vinculado a la música, primero como auditor escuchando y observando en la oscuridad el ojo verde poderoso de la radio Gianinni de mi abuela. Sonaba en ese entonces, mediados de los sesenta, Doménico Modugno, Roberto Carlos y otros que se me escapan. Luego, ya adolescente como consumidor de música,oía a los italianos, los españoles, los mejicanos, los gringos, etc y después como un muy mal músico aficionado,torturando el piano de la iglesia, para volver otra vez a convertirme en un buen consumidor de música, especialmente brasileña y de jazz.Tengo además, el privilegio también de ser un cristiano desde niño pero crecí con esa dicotomía culpable y patológica entre la música cristiana y la música mundana. Dicotomía de la que sólo me libré una vez que pasé los treinta. Dejé de sentirme culpable por escuchar buena música aunque esta no fuera cristiana. Lo mismo me pasó con la literatura. Recién a los treinta, y por una serie de circunstancias largas de narrar, me sumergí en la literatura clásica, la mundana; los rusos, la literatura latinoamericana, los clásicos americanos, los autores chilenos, la filosofía. ¡Bendita literatura mundana! Cuánta belleza, cuanta sensibilidad, cuánto placer, cuánto compromiso, cuánta crítica y cuánta realidad he encontrado en ella. Con la música me pasó lo mismo, después de años de escuchar música cristiana, en un tiempo donde no había mucho donde elegir y todo era importado, eso no ha cambiado nada, pasé por Bonilla, los cantantes del Doulos, Danny Berríos, a quien rindo un pequeño homenaje en mi primera novela, aunque él jamás se entere, Rabito, El trío Mar del Plata, Rescate, Alejandro Alonso y los pocos chilenos como Vera Esfigie, que locos y que buenos eran, Intercant, y su Sinfonía de mi ser, que canté muchas veces para terror de los hermanos de mi iglesia, Raíces Cristianas, Charly Bustos y otras pocas bandas que llevaba a mi iglesia para espanto de muchas personas. Otros temas eran traducciones gringas y música góspel, en inglés o traducida, viene a mi mente por ejemplo “Pronto sí muy pronto veremos al Señor” “Viste tú cuando murió mi Señor” y otras canciones preciosas.
En épocas posteriores hubo todo un boom de música cristiana, de la que también disfruté pero quien sabe por qué, desaparecieron. Muchas de estas bandas estaban al alero de Capilla Calvario, otras era independientes. Había nombres como INRI, AZ o los recordados Perniles con papa y toda la música del Canto Nuevo. Fueron muchos los que aparecieron y desaparecieron en la época de los noventa. ¡Es el signo de nuestro protestantismo, explosiones de corto alcance!
El tiempo ha pasado y los jóvenes cristianos de hoy tienen bastante donde elegir, en apariencia. Hay muchas bandas, solistas, agrupaciones musicales, pero a mi, ahora con más de cuarenta en el bolsillo y con algunas heridas a cuestas me resulta difícil escuchar música cristiana, me aburre, tal vez me he vuelto más selectivo, lo que no es malo, más crítico, ¡quizá! O más exigente ¡Tiene que ser eso! Pero no es puro capricho, tengo mis razones de por que dejé de escuchar este tipo de música y las voy a exponer y voy a argumentar.
En primer lugar la música cristiana de hoy se ha vuelto, sin lugar a dudas monotemática y no hay diferencia entre una y otra banda. La música es monotemática en sus letras y en su estilo. Todas dicen los mismo y con el mismo ritmo.Suenan igual, a veces cuesta diferenciar entre un cantante y otro. Adoración y baladas pop o rock suave, eso es lo que escuchamos.
La adoración, la glorificación de Dios es, nadie lo puede dudar, la razón principal del hombre sobre esta tierra, así lo expresa la Biblia y el catecismo de Westminster, ¡y no hay que invertir ese orden! Estamos en la tierra para adorar a Dios, para destacar y reverenciar su carácter y su naturaleza. Maravilloso, misterioso e incognoscible Dios que revela sólo lo que Él desea de sí mismo y que se guarda velado y aparte. Esta bendita verdad no se puede dejar de lado, sin embargo es distinto a aplicar esta verdad solamente a la música. Esta, y en especial la música cristiana tiene mucho, pero muchísimo que compartir y no debe encerrarse en un estilo que algunos han llamado apropiadamente de música “amén aleluya”. Tal vez no basta colocar una base grabada, un saxo y comenzar a repetir con los ojos cerrados que el Señor es Santo, Digno, que reina y que estamos rendidos ante Él, aunque todo esto es ciertísimo. Este estilo de música es incompleto, es reduccionista, si podemos aplicar la palabra en este contexto es minimalista. ¿Qué hace un artista? Habitualmente interpreta la realidad, el pintor, el escultor, el escritor, el cineasta toma una parte de la realidad y la plasma en su obra. Lo que vemos no es el todo, es sólo una parte, la que él tomó y nos quiere mostrar y por las razones que él mismo considera válidas y necesarias. ¿Cuál es la realidad en la que se desenvuelve el músico cristiano? ¿La iglesia? ¿La subcultura evangélica? Tal vez ese ya sea parte de las dificultades. Si el músico cristiano tiene contacto con la realidad, con lo cotidiano, con el día a día, le costará poco trabajo descubrir que en ella el hombre moderno, no creo en el pos moderno, está vacío por una parte, pero lleno de desesperanza, de dolor, de crisis, de desilusión, de sufrimiento, de sinsentido, de una existencia sensorial, de corto alcance y corta satisfacción, un hedonismo desechable, de culpa, de ruptura, de abandono, de miedo, de muerte ¿Están estas temáticas presentes, reflejadas en la música cristiana actual? ¿Se cuentan historias? ¿Hay reflexión? ¿Hay alegría? ¿Hay compromiso? Si uno recorre en forma rápida, se esté o no se esté de acuerdo con la ideología del cantante descubre que la música que queda no es la de mejor rima o la más repetitiva, o la más pegajosa, la más oreja, si no es la música que dice algo y deja algo. Pensemos en la música en español, por ejemplo, en las historias simples de Alberto Cortés, en las eróticas de Arjona, de reflexión de Serrat.Ideológicas de Rodríguez. No he escuchado canción más sensible que “Ala de colibrí” o “De vez en cuando la vida”, que recordábamos hace poco con un querido amigo o el compromiso social de Illapu o los Fabulosos Cadillac, o el optimismo de Lerner o la sensibilidad de la Sosa y podemos seguir...
¿Dónde están las historias en la música cristiana? ¿Dónde está reflejada la pobreza, el sufrimiento, la esperanza, la paz, la eternidad, el amor? La música cristiana no es reflejo de la realidad, ni de una reflexión de ella, es poesía religiosa, que suena bien, a veces muy bien, que rima bien pero que no tiene peso.
La música cristiana de hoy es una némesis de otra música. Hace solo unos días iba en el metro y en el televisor que ponen para distraernos de la incomodidad e indignidad que significa hoy el uso del transporte público, comenzaron a sonar unos acordes idénticos a uno de los temas de Ron Kenoly, con el bajo y la batería característicos de su estilo. Moví la cabeza hasta dar con la pantalla, era Phil Collins y su banda. Entonces recordé estas reflexiones que hace tiempo traigo guardadas con un clip mental. Podemos identificar otros cantantes en la música cristiana: Luis Miguel, José Luis Perales, Ricardo Arjona. Imagino que en inglés debe ocurrir lo mismo.
No hay creatividad, no hay originalidad. Todos los músicos beben de otras fuentes, eso es indiscutible, pero existe un trabajo constante en muchos por buscar un camino propio, buscar su propio estilo. No veo eso en la música cristiana. Habitualmente todos hacen lo mismo, cantan lo mismo, tocan lo mismo, se mueven igual, se visten igual, repiten lo mismo. Una vez en una iglesia en Santiago donde me invitaron a predicar, el solista de la banda invitada hablaba igual que Marco Witt, con acento mejicano y antes de empezar dio gracias a Dios porque en el camino habían tenido “un accidente de carro” y no les había pasado nada.
Hay copia de artistas cristianos de los no cristianos y de los cristianos menos famosos a los más famosos. ¿Dónde está la originalidad? Una vez más, sin reflexión no hay originalidad, sin análisis no hay comprensión ¿Un poco de nacionalismo no nos haría bien? Sibelius era nacionalista y hoy disfrutamos a rabiar de su sinfonía Finlandia, incluso uno de nuestros himnos es un fragmento de su música ¿No será bueno dejar de copiar lo que otros hacen y comenzar un camino musical propio? Dios, el Señor es el creador de la belleza, de la originalidad, de la sensibilidad, de la gracia. Todo eso se resumió y se vivenció en Jesús, en su encarnación ¿No tenemos acceso a esos dones de gracia mostrados por Él? ¿Dónde están los compositores? ¿Arreglistas? ¿No hay letristas que reflejen nuestra realidad? ¿O la música cristiana está desconectada con lo cotidiano, es de puertas adentro? No tenemos que dejar de mirar al cielo, a lo perfecto, a lo sublime, a lo eterno, pero tenemos que hacerlo afirmados en la tierra, desde el dolor, desde el sufrimiento, desde la desesperanza y desde allí sacar los acordes más hermosos, más consoladores, más refrescantes. Los músicos cristianos no tienen que cerrar sus ojos al cantar, por el contrario deben abrirlos muy bien y mostrarnos en cada creación un poco de lo que observan y de cómo Dios puede cambiar aquello a los que creen y confían en Él.
Otra razón por la que ya no escucho música cristiana es que se ha convertido en un gran negocio, con abultadas cifras que pocas personas conocen. Una industria que incluye sellos discográficos, carreras musicales, olfato comercial, marketing, que incluye premios internacionales y muchos millones de dólares. Todo esto no se puede llevar acabo sin la fama. Muchos de los cantantes cristianos han cedido a la tentación de la fama y se creen el cuento. Se alojan en hoteles de cinco estrellas, hacen requerimientos especiales, andan con guardaespaldas, dan conferencia de prensa, que risa me da todo esto. Raúl Álvarez Torrico de Alábenle producciones escribió:”Hay por ejemplo quienes, y esto puede ser paradójico, firman contratos con compañías de música seculares como BMG o Sony Music. Sin mencionar nombres citaré algunos casos anónimos como ejemplos: Cierto "artista de música cristiana" cobra por una presentación de 2 horas más de 50.000 dólares americanos; hubo otro que firmó un contrato con una disquera por 5 millones de dólares; y otro que gastó más de 1 millón de dólares en la grabación de su álbum; este dato da al mismo tiempo una idea de la cantidad de ingresos esperados por la venta de ese álbum. Y estos no son casos aislados, sino ejemplos de varios casos similares. Compañías disqueras seculares están reclutando a músicos cristianos y firmando contratos millonarios con ellos, obviamente no con el propósito de contribuir a la predicación del mensaje del evangelio, sino porque han visto en el público cristiano una gran fuente de ganancias. En la música cristiana el motor que debería mover a compositores, cantantes, músicos, productores y disqueras, es la predicación del mensaje de salvación de Dios, no la fama ni el dinero. Si decimos que queremos hacer música cristiana y de manera abierta o disimulada buscamos lograr gran fama y dinero, estamos totalmente confundidos y equivocados. Por supuesto que es legítimo vivir de la música cristiana; la Biblia misma lo legitimiza cuando dice (parafraseando) "no podrás bozal al buey que trilla" y "el obrero es digno de su salario", pero una cosa es vivir de un ministerio musical y otra muy distinta es enriquecerse a costa de un ministerio musical. Por definición la palabra "ministerio" se enmarca dentro del significado de "dar", no de buscar ganancia personal abundante y menos de hacerse rico. La Biblia también menciona en otra parte que (parafraseando): "Nadie puede servir a dos señores, porque amará a uno y aborrecerá al otro, o amará al otro y aborrecerá al primero, nadie puede amar a Dios y a las riquezas".
¿Es eso apropiado? Al parecer no, que los músicos cristianos digan abiertamente que detrás de la música hay lucro, porque hace bastante tiempo que occidente confundió fe y dinero, hoy resulta difícil hacer esa separación. Si Paul McCartney, Sting o Madonna cobran cantidades estratosféricas por cada presentación en vivo no es extraño, pues sabemos que ese es su negocio, que forma parte de las reglas del juego, Tampoco se puede dudar de la calidad artística de su trabajo. Son personas dedicadas a tiempo completo a su labor, gente que vive y respira música y cuando los fanáticos concurren a estos conciertos se encuentran con una producción a un alto nivel, con tecnología audiovisual de punta y con un artista que deja todo en el escenario. Lo mismo ocurre con sus grabaciones. Escuchar los cds es toda una delicia. Si el equipo es de buena calidad es posible escuchar hasta los sonidos más delicados. Cada arreglo, cada acorde, cada nota llega al corazón. No puedo escuchar Nem um día de D´javan sin llorar y sin pensar en mi hijo o a Cesaria Évora y sus aires de libertad o la tristeza de Home de Bublé, o Tears in heaven de Eric Clapton. No ocurre lo mismo con la música cristiana, siempre es más de lo mismo. Y cuando hay un trabajo de calidad, como hemos visto en la cita anterior no se debe a que se desea glorificar a Dios con ello, sino que existe una industria que quiere recuperar su inversión. Muchas veces lo que vemos es un show donde se recauda dinero por las entradas, se venden cds, hay merchandising, pero todo se hace en nombre de Dios, se habla de Dios, y se adora a Dios, que no nos sigan pasando gato por liebre por favor. Rara costumbre de nosotros los cristianos occidentales que en lugar de adorar al Señor en lo privado de nuestra habitación pagamos dinero para adorar a Dios públicamente, aunque el Señor repudió públicamente esta práctica. Adoración con cámaras de televisión ¿Es adoración? Adoración levantando los brazos, cerrando los ojos y repitiendo una u otra vez las frases de una canción ¿Es adoración? ¿No es rara la mezcla de música, cámaras de televisión, entretenimiento, adoración, dinero, luces, emoción, éxtasis?
En un espectáculo cristiano cualquiera ¿buscamos calidad y arte? Tal vez nos parezca frívolo reconocer el valor de la música en sí y separarla de su uso como instrumento de adoración, tal vez aún no vemos a Dios en la esfera de las artes y nos parece poco prudente el hacer arte sólo por hacer arte, como si eso no glorificara a Dios, por lo que hay que teñirla de algo que parezca cristiano, que suene a cristiano. En los conciertos actuales pareciera se sigue un patrón ya repetitivo, se comienza con canciones alegres para ir luego bajando el ritmo hasta llegar a las canciones más suaves y melodiosas “las de adoración” hasta llevar a las multitudes al éxtasis y catarsis emocional. Todos levantando los brazos y con los ojos cerrados cantando y adorando. Cuando eso ocurre, se acabó el espectáculo.