martes, 21 de enero de 2014

El origen del sexo

El origen del sexo
(Extracto de mi libro Ahora que nos Casamos , pronto a publicar)
Ps. Juan E. Barrera
Lo primero que se debe recordar es que Dios es el autor del sexo. Independiente de toda aberración sexual que se pueda oír. Dios creó esta actividad como parte de la espiritualidad humana. El hombre distorsiona el sexo, pero eso no cambia la verdad primera. Dios, el Señor lo creó como parte de su diseño para la felicidad humana. La caída del hombre en pecado no se debió a la práctica de la sexualidad, como se escucha decir tontamente a algún académico desinformado. Se debió al orgullo humano, por lo tanto el sexo no es un mal necesario en el matrimonio, sino que forma parte del plan divino para las parejas. Para los no creyentes esta es una postura por demás metafísica. Ellos dirán que la sexualidad no es más que otro de los tantos procesos biológicos humanos, aunque vinculado a la afectividad. Se acepta la mitad de tal verdad, hay procesos biológicos y afectivos implicados, pero para el creyente, hay espiritualidad, hay trascendencia en la actividad sexual. La mirada oriental no cristiana comparte esta misma visión espiritual de la actividad sexual.
Propósitos del sexo
Dos son los propósitos del sexo en el matrimonio de acuerdo al plan divino, uno de ellos es el de la reproducción. El sexo fue diseñado para tener hijos. Este propósito lo encontramos en las primeras páginas del libro de Génesis el primer libro de la Biblia (Capítulo 2) y se repite a lo largo de la Escritura. Leemos que Dios envía los hijos, que los hijos son una bendición de Dios, que herencia de Dios son los hijos, etc.
El segundo gran propósito es la obtención de placer, del disfrute mutuo entre la pareja. El sexo está hecho para obtener placer por medio de una actividad profundamente íntima con el cónyuge, en un ambiente de plena confianza e intimidad. Tocar el alma del cónyuge a través de su cuerpo.
Son muchos los pasajes en las Escrituras que demuestran este segundo propósito. Ver por ejemplo el libro de Cantar de los Cantares. Una lectura detenida abrirá nuestros ojos a la gran cantidad de símbolos sexuales en estos pasajes.
Muchos autores hacen de este canto una interpretación metafórica del amor entre Dios e Israel, entre Cristo y la iglesia, no obstante son muchos quienes hacen una interpretación literal de estos bellos poemas orientales que exaltan el amor conyugal, las relaciones sexuales (Ver Pfeiffer, 1993, Utley 2013)
Utley (2013) Escribe: “Muchas de las palabras en este poema (Cantares 1) contiene connotaciones extendidas (doble entendimiento) de hacer el amor:”
 Aceite, verso 3
 Su cámara, verso 4
 Mi propio viñedo, verso 6
 Acostarse a medio media, verso 7
 Velo, verso 7
 Mesa, sofá verso 12
 Nardo, verso 12
 Mirra, verso 13
 “reposa toda entre mis pechos ” verso 13
 Ramillete de flores de alheña es mi amado para mí en las viñas de En-gadi, verso 14
 Nuestro lecho es de exuberante verdor, verso 16.

Otro autor (Murphey 2003) identifica los siguientes símbolos sexuales en el poema:
“Mi viña”- el cuerpo de la mujer (1:6)
“La sombra, su fruto El manzano” - los órganos sexuales del varón (2:3)
“Sustentadme con pasas” - interés sexual, pasión, excitación sexual
“enferma de amor” - embriagada de pasión, de deseo (2:5)
“Me abrace” - acaricie la zona genital (2:6)
“Él apacienta entre lirios” - tocar y besar las partes íntimas (2:16)
“Sobre los montes de Beter” - acariciar las curvas del cuerpo con las manos y la boca (2:17)
“Tus dos pechos, como gemelos de gacela”. Esa ternura que invita a ser acariciados (4:5)
“El vino” - símbolo de placer (4:10)
“Miel y leche hay debajo de tu lengua” - dulzura y la profundidad de los besos (4:11)
“Huerto cerrado” – la vagina, es virgen (4:12)
“Fuente de huertos, pozo de aguas vivas, que corren del Líbano” - la humedad vaginal resultante de la excitación sexual.” ( 4:15)
Levántate Aquilán (viento del norte), y ven, Austro (viento del sur), soplad en mi huerto-Estos vientos ayudaban al crecimiento de los huertos. Ella le está pidiendo a su marido que la acaricie en la zona genital para crecer/aumentar su excitación sexual (4:16)
“Venga mi amado a su huerto” – la penetración masculina (4:16)
“Coma de su dulce fruta” - bien podría indicar sexo oral o la penetración (4:16)
“Mi cabeza está llena de rocío” - el fluido pre eyaculatorio (5:2)
“Huerto, granados” - retrato de las zonas sexuales de la esposa (6:11)
“Tu ombligo como una taza redonda” – la vagina, habitualmente traducido como vulva (7:2)
“Como montón de trigo cercado de lirios” – el vello púbico
“Subiré a la palmera” –estar sobre la mujer, tiempo de la penetración (7:8)
“asiré sus ramas” – tiempo de la penetración, caricias en los pechos de la mujer.
“Han florecidos los granados” - imagen erótica (7:12)
“Las mandrágoras han dado olor” - símbolo erótico oriental (7:13)
(tomado de maranathalife.com)
Después de estos ejemplos nos preguntamos ¿Por qué entonces escuchamos repetidamente que el sexo es malo y se le atribuye al Cristianismo tal concepción? Es probable que se deba a cuatro razones: desinformación, una incorrecta hermenéutica, la cultura imperante y las creencias personales aprendidas.



El Barredor de tristezas

El Barredor de tristezas
Ps. Juan E. Barrera

Es 19 de enero, me levanto tarde, con pocas ganas. Miro por la ventana y el sol ya está alto. Siento la opresión en el pecho y el nudo en la garganta. Todo mi cuerpo se resiste y tu imagen risueña se apodera de mi mente. Escucho tu voz, tu risa suena muy fuerte y tu figura se me pega a las pupilas y,me pregunto ¿Por qué tengo que ir a verte a ese lugar?
Son solo cinco cortos años desde que esa mañana calurosa como hoy, te marchaste, de manera sorpresiva y dramática. Me ducho, me visto lentamente y te tengo en mi mente. Me tomo un café y tarareo algo y enciendo la tv y hojeo un libro y no sé qué hacer y te tengo en la mente. Siento profundamente la tristeza que me produce ir a verte a ese lugar. Se me vienen a la memoria las imágenes del parque, el portón de entrada, los árboles, el estacionamiento, los cerros, el sol, la vegetación y la gente triste con gafas, cabizbajos, enlentecidos.
Tomo el metro, leo el diario, me distraigo como si nada pasara, aunque voy desecho. Observo unos niños, me fijo en las parejas, leo el Arte y Letras, me trago la tristeza. Sé que nos acercamos al lugar porque de pronto cierro el diario y guardo silencio y sin ver las estaciones se que estamos llegando porque siento la angustia, esa pesadez en el estómago me avisa que ya estamos llegando y me callo, y se me seca la boca y la respiración se me hace corta y me arreglo el sombrero, y salgo del carro sin ganas, de los últimos, casi al límite del cierre de las puertas. Subo la escalera corta lentamente y luego la larga escalera resistiéndome, apoyado en la huincha, como cansado. Aparece pronto la luz brillante del sol, el calor, el ruido de los vehículos, la gente que se dispersa en diferentes caminos. Miro en todas direcciones, subo la pasarela y la cruzo y miro los automóviles que pasan debajo a toda velocidad, miro los colores, como adormecido, como hipnotizado, como en un sueño y miro el cielo, los cerros, los pájaros y siento otra vez la tristeza, la pena de no tenerte, de no vivirte, de no disfrutarte durante estos cinco años, hoy ya tendrías catorce.
Camino en silencio las disparejas cuadras que nos separaran y pienso entre suspiros, “Barredor de tristezas, llévate la mía” y camino y me acerco al lugar y la tristeza se vuelve húmeda e inunda mis ojos y hace brotar de ellos aguas salinas profundas, redondas, tibias, espontáneas en medio de la sequedad de enero. Me detengo jadeando y compro tres girasoles gigantes, amarillos, indiferentes, impasibles. Uno por tu madre, otro por tu hermano y otro por mí. Me veo a mi mismo, pequeño, quebrado, incompleto, con un ramo de girasoles en la mano y caminando lentamente, suspirando profundo y me pregunto ¿Barredor de tristezas, hasta cuándo durará esto? ¿Cuándo vendrás y con tu escoba en forma de cruz y te llevarás toda la pena?
Entro al corredor largo, pavimentado, transitado, lleno de remolinos, flores, aves y lágrimas a los costados, con el Acacio al fondo y entonces recuerdo… y recuerdo y recuerdo. Camino y recuerdo, se me agita la respiración y recuerdo, me tiemblan las piernas y recuerdo, enfrento y recuerdo, me resigno y recuerdo…
Piso el camino de piedrecillas y llego. Me detengo frente al letrero de mármol en el suelo, entre el césped. Hay unas flores, las trajo tu abuela, hay unos remolinos, tal vez los trajo tu tía. Guardo silencio eterno, inclino la cabeza, me saco el sombrero. Me siento, aunque sé que me va a costar trabajo pararme y sollozo y la pena me asfixia. Leo tu nombre una y mil veces, sin prisa, sin tiempo, sin límites. Noto que una curiosa hormiga marrón recorre tu nombre una y otra vez, impasible, insensible, descuidada. Me causa una sensación que no identifico, extraña, desconocida ajena. La miro sin apuro y dejo que lo haga una y otra vez J-o-a-q-u-í-n A-n-d-r-é-s  B-a-r-r-e-r-a T-o-r-r-e-s. Cada letra me trae un recuerdo y dejo que fluyan, que emanen, que se derramen hasta que me ahogan, me sumergen y desbordan, allí parado frente a tu recuerdo último, ese que mira al poniente, al ocaso, esperando el amanecer, el nuevo y glorioso día final .

Desde lo más hondo de mí vuelvo a hacer una oración, “Barredor de tristezas, llévate mis tristezas, mi nostalgia, mi pena y desconsuelo. Limpia mi corazón y en lugar de la tristeza déjame alegría, esperanza, paciencia, confianza, ternura”. Levanto la cabeza, veo como el viento mece las ramas de los árboles cercanos y recuerdo que el Barredor de tristezas es el viento divino que sopla y que hace todo nuevo y que sus hijos son así también, como ese viento. Entonces agudizo el oído e intento oír su sonido y siento que el Barredor de tristezas escuchó mi oración. Respiro hondo y trato de sobreponerme. Me pongo de pie, me inclino y arreglo las flores, los remolinos, las piedras de colores. Limpio el mármol y leo por última vez, repetidas veces tu nombre y llorando hago una oración. De renuevo, de fe, de certidumbre, de ilusión. Adoro y me marcho sin ti, pero contigo.

sábado, 14 de diciembre de 2013



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Los insectos y la primavera

Los insectos y la primavera
Juan E. Barrera
Sé que se acerca la primavera, y con ella una sensación de alegría, de libertad y renovación, porque sobre el techo de mi casa y en mi jardín comienzan a aparecer una serie de insectos. Bichos que cada año son bienvenidos porque forman parte de una antigua, nostálgica y bella tradición en mi barrio. El frío y la lluvia santiaguina han quedado atrás solo como un recuerdo tenue y brumoso y el ambiente en cambio se torna aromático, bullicioso, optimista. Tal vez estos insectos vuelan todo el año, pero es al inicio de la primavera donde sus vuelos se incrementan. Todos ellos tienen dos alas, la mayoría cortas, gruesas, firmes. Avanzan sobre el techo de mi casa en línea recta, a veces uno detrás del otro muy ordenados y disciplinados, como hormigas voladoras y laboriosas. Otros vuelan en grandes círculos y hay que mirarlos como se alejan hacia la cordillera. Son blancuzcos, plomizos, azulinos. Algunos tienen la nariz roja y una cola pequeña pero importante. De vez en cuando se dejan ver unos enormes que hacen un ruido sorprendente y de tanto en tanto una que otra libélula verde cruza mi jardín con su típico ruido que llama la atención de todos y deleita a todos. Vuelan tan bajo estas larvas, que dejan ver su panza sin pudor alguno. Vientres blancos, lisos, brillantes, ocupados. Hacen un ruido potente que muchas veces impide una conversación o ver la televisión, pero se extrañan cuando no están.
Por las noches se muestran coloridos, con luces pestañeantes, rápidas, pequeñas, como luciérnagas bulliciosas y roncas. Blancas, rojas, verdes y un ruido adormecido, casi monótono. Aparecen cuando la temperatura en Santiago de Chile es alta y por las noches estivales es posible ver las estrellas y dejar las ventanas abiertas, para que entre el viento, sin embargo ellos no entran.
Cada vez que aparecen, mi imaginación y mi memoria vuelan con ellos varias décadas atrás. Cuando mis mayores preocupaciones eran la pelota de futbol bajo la cama o la bicicleta estacionada junto el ropero alto y café, sin puertas, desordenado y con el espejo quebrado. Tantas veces, observándolos por ratos infinitos me quise montar en uno de ellos, y salir por la noche y observar Santiago desde el aire, y ver las luces encendidas y ver mi casa y ver a mi mamá, y ver a mi abuela. Esos insectos despertaban mi imaginación infantil y me producían cierta añoranza, deseos de volar, de despegar, de salir de mí.
Crecí con el ruido de estos insectos sobre mi cabeza. Crecí con el cuello hacia el cielo, y hacia el poniente, buscándolos con unos prismáticos de juguete. Identificándolos, disparándoles con pistolas de madera o escondiéndome de ellos, víctima de sus ataques imaginarios. Los observaba largo tiempo como giraban y se preparaban para aterrizar. Muchas veces los vi pasar muy cerca, encaramado en alguno de los árboles de mi patio y me hacían gritar feliz y eufórico.
Me fui lejos a otras latitudes. Otros jardines, otros barrios, otros soles, otras estrellas, otros atardeceres y otras primaveras sin insectos coloridos y ronroneros. Tal vez no volví a mirar al cielo en mucho tiempo, ni en mis noches se cruzó una luciérnaga ciega y parpadeante. Pero el tiempo pasó rápido, sin pedir permiso, impasible e implacable, sin perdonar. Volví a mi casa. Algunas cosas habían cambiado, no estaba mi abuela, ni mi perro, ni mi bici, ni mi pelota. Mi papá se notaba más triste y caminaba más lento y el cabello de mi madre había mudado de color, y mi hermana pequeña ya no era pequeña, sin embargo ¡ahí estaban los mismos insectos volando sobre mi cabeza! y recordándome un tiempo precioso que no volvería.

El tiempo ha seguido pasando, otras muchas cosas han cambiado, pero la base aérea El Bosque sigue ahí en Gran Avenida y mi barrio también.

martes, 10 de diciembre de 2013

Dios usa cosas quebradas

Dios usa cosas quebradas

                                                                     Juan E. Barrera


Hace unas décadas atrás, antes de cumplir los treinta años prediqué este mensaje que fue una adaptación de un artículo que leí en una revista cristiana. “Dios usa cosas quebradas”. En ese entonces no tenía plena conciencia de lo que predicaba y tal vez mis oyentes tampoco. No sé si alguien todavía recuerda ese mensaje, quizá mis oyentes no hayan prestado la suficiente atención a él, puesto que no recuerdo haber recibido comentario alguno en todos estos años.
Lleno de juventud y radiante de sueños no fue fácil sopesar lo que ese mensaje significaba aunque han pasado los años y todavía recuerdo los tres puntos: las teas quebradas por Gedeón con la cual se ganó una batalla. La aplicación era que hay muchas victorias que solo se logran a través del quebranto, que para que salga el fuego divino es necesario quebrar aquello que lo contiene, que hay situaciones inalcanzables de otra manera, ¡qué palabras estas!
El techo roto por donde los amigos bajaron al paralítico, texto que me ha llamado la atención desde que era un adolescente y del que escribí hace poco una breve narración en mi blog, representaba el quebranto y la fe. Muchas veces la fe surge solo cuando el creyente está quebrado, y esa fe lleva al milagro y ese quebranto, como el techo es la única manera de ver al Maestro de cerca y oír su voz y recibir de él lo que se pide. No hay milagro sin quebrar el techo.
El tercer punto era el frasco de alabastro, construido de una piedra preciosa y quebrado por la prostituta a los pies de Jesús. Aludía a la devoción, a la adoración que brota espontánea y sincera en medio del quebranto producido por el arrepentimiento y el perdón. A los pies de Jesús, quebrantados, hay redención y hay restauración. ¡Qué imagen esa! Una mujer hermosa pero herida mojando los pies de Jesús con sus lágrimas y secándolos con su cabello ¡Cuánta gracia! ¡Cuánto amor!
Prediqué ese mensaje varias veces, pero solo después de muchos años hizo sentido en mí, al ver a muchos de mis amigos enfermos, agobiados, quebrados o muertos. Sólo entonces entendí el peso de mis palabras. Dios usa a sus hijos quebrados y los usa para cumplir sus planes en esta Tierra. Este quebranto toma mil formas y todas se relacionan con el sufrimiento. Enfermedades, falta de dinero, desamores, muertes, ofensas, carencias de todo tipo, desengaño, persecución, calumnias, descrédito, desilusiones, etc.
Me ha costado aceptar, y tal vez todavía no lo haga del todo, la verdad que Dios quebranta a las personas y hay aquí un tema doctrinal importante ¿Es la vida la que produce dolor? ¿Las desgracias son una cuestión de probabilidades? ¿Es Dios actuando, interviniendo directamente en tal o cual hecho?, ¿Es Dios, en una voluntad permisiva quien deja que las cosas sucedan y luego usa esas circunstancias para llevar a cabo sus planes?

La cultura teológica imperante da la sensación de un Dios fabricante de la felicidad humana, un Dios al servicio del hombre, un Dios-siervo, sin embargo la Escritura nos ofrece ejemplos demás sobre el quebrantamiento de Dios a algunas personas. En el Antiguo Testamento encontramos pasajes desgarradores de Dios pidiendo a Israel arrepentirse antes de ser quebrantados y los pasajes más claros sobre el deseo divino de restaurar. Israel, el rey David, los profetas son ejemplo de ello. En el Nuevo Testamento encontramos quebrantamiento en Pablo, en los apóstoles, el autor del libro de Hebreos dedica todo un capítulo a aquellas personas que entraron al cielo en medio de gran quebranto. Personas de las cuales este mundo no era digno, dice el escritor. La historia de la iglesia rebosa de ejemplos de quebrantamiento, baste recordar a Bunyan, los primeros reformadores, Huss, por citar algunos. Todas estas historias están relacionadas de varias formas. Todos confiaban en Dios, todos amaban a Dios, todos tenían la vida eterna como una gran realidad, todos fueron usados por Dios grandemente y todos pagaron un gran precio por eso. Sufrimiento físico o emocional, desprecio, vergüenza, cárcel y hasta la muerte. ¡Todos fueron quebrados y usados por Dios para llevar a cabo sus propósitos!

viernes, 6 de diciembre de 2013

El niño rey

El Niño Rey
       
Ps Juan E. Barrera     

Cada vez son mayores las quejas que provienen del ámbito educacional y que guardan relación con la conducta de los niños. Los profesores suelen lamentarse ante los padres “su hijo no puede quedarse quieto”, “Su hijo no obedece ni respeta las normas”, “Su hijo desea hacer lo que él quiere”, etc. Los padres muchas veces no alcanzan a escuchar nada más porque comienzan a defender al niño rey. La mala conducta de los niños es multicausal y el abuso infantil transita desde el abandono hasta la sobre protección y es esta última causa la generadora de grandes estragos en la conducta y en la vida emocional de los niños. Chiquillos que hacen pataletas, estudiantes que no cumplen sus tareas y no tienen responsabilidad alguna son respaldados muchas veces por unos padres sobre protectores. ¿Qué hacer? Es difícil porque en la sobre protección se entretejen experiencias personales traumáticas de los padres, temores, emociones negativas muy fuertes, falta de límites y la negación como defensa psicológica, entre otras situaciones. Muchas veces es necesario un tiempo de terapia en la que se trabajará básicamente varios aspectos: -los temores de los padres - la cultura familiar a la base de la sobre protección. -Otro aspecto a trabajar en la terapia consiste en sacar al niño del centro de la familia y reubicarlo en el lugar que le corresponde, el de hijo, el de hermano, el de nieto, no el de amigo, ni el de consejero o de tirano o rey. El “niño rey” debe dejar de ser rey sin perder con ello el amor y la preocupación paterna. Muchas veces el “niño rey” es el que verdaderamente manda en la casa. Los padres le consultan todo, ¡y obedecen! Por culpa, por remordimientos, por una ley de compensación, etc. Finalmente, se deberían trabajar de manera especial las fronteras y límites familiares. Poner límites es preparar al niño hasta cuando sea un adulto. Poner límites es ordenar el hogar, establecer roles, responsabilidades, horarios, un sistema de disciplina, de esfuerzo, de perseverancia. El autor de los proverbios escribió hace casi mil años antes de Cristo: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (22:6) ¡Cuánta vigencia tienen estas palabras hoy para nosotros!