lunes, 3 de diciembre de 2012

El arte de ser pareja


                                               Ps. Juan E. Barrera 
Ser pareja, en la opinión de los expertos es un arte, es decir, que es una mezcla de técnica y capacidades “innatas”, como lo es la pintura o la música. Esto pudiera parecer una exageración dada la gran cantidad de parejas que existen en comparación con el desarrollo artístico, siguiendo el mismo ejemplo, pero no lo es. Ser pareja es algo que se aprende, pero que necesita construirse a partir de algunos elementos básicos. Elementos emocionales desarrollados en la niñez, en la familia, en una red emocional sana. Existen muchas parejas, pero no todas se llevan bien ni son felices. Algunas sobreviven por años a la rutina y el tedio. Otras viven peleando y este llega a ser el único vínculo que los une. Si dejaran de pelear verían que no tienen nada. Otras parejas jamás debieron casarse. ¿Pueden cambiar las personas? ¿Se puede esperar un cambio del cónyuge? Sí, el cambio es posible, no obstante éste se produce bajo ciertas condiciones elementales para su realización. La primera es que la persona desee cambiar. No porque el cónyuge desee que cambie este lo va a hacer. Hay parejas que llevan años esperando que su cónyuge cambie, sin embargo esto no ocurre. El cambio es un proceso profundamente interior, un deseo íntimo de renunciar a ciertos hábitos, conductas, pensamientos, actitudes que son los que están dañando a la otra persona. La bibliografía y la propia experiencia clínica revelan que las condiciones para el cambio son:
1. Hacerse cargo de uno mismo. Escribí sobre esto en mi blog (Contra el mundo a favor del mundo) Esto quiere decir, en pocas palabras, que la persona debe asumir la responsabilidad por sus actos. No escudarse en un “es que yo soy así” ni culpar al otro, sino que en un acto de reflexión debe reconocer aquello que está dañando la relación y buscar el cambio.
2. Calmarse ante la situación conflictiva. Dejar de enredarse en los conflictos, “bajarse” de ellos y en lugar de gastar tiempo y energía en conflictos repetitivos o circulares, centrarse en la búsqueda de un cambio verdadero, perdurable, restaurador. Dejar de pelear y centrarse en el cambio.
3. Ordenar el “desorden”. Determinar cuáles son las conductas o actitudes que están dañando la relación. Priorizar en esta lista negativa. Focalizarse en los verdaderos conflictos y no en el ruido que ha inundado a la pareja. Dejar de buscar responsables y centrarse en la relación conflicto-emoción-interacción, pues este es el verdadero origen de los conflictos. El tipo de interacción que la pareja ha forjado, la música con la que bailan y las emociones involucradas.
4. Ser preciso.Centrarse en un problema a la vez. Partir con aquella conducta-emoción-interacción que más daño causa y que requiere urgente un cambio. Reflexionar (lo que ya es un desafío para muchos) cuándo y cómo se inició esa interacción negativa y los caminos hacia el cambio. Centrarse en ello hasta ver resultados.
5. Escribir la historia de los intentos de las soluciones pasadas, las que en lugar de producir el cambio lo han perpetuado. Los conflictos no se resuelven solos, el tiempo no arregla los problemas, al contrario, si estos no se solucionan el conflicto crece hasta el punto en que ya no hay marcha atrás, por cansancio, falta de compromiso, desinterés, etc. ¿Cuáles han sido las soluciones planteadas para cambiar? ¿Han resultado?
Hasta aquí algunas sugerencias en la búsqueda del cambio en la pareja. Recordemos las palabras del profeta Amós en el capítulo tres de su libro “¿Andarán dos juntos si no estuvieren de acuerdo?” y las palabras de Salomón en el Cantar número 2  “Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas, porque nuestras viñas están en cierne”. Para ser pareja hay que caminar en la misma dirección, estar de acuerdo, caminar “enyugados”: El cambio es posible pero el yugo debe ser compartido. Las zorras pequeñas son aquellos conflictos, al parecer menos importantes y que si no se les toma en cuenta acabarán con el matrimonio. No cazarlas en el momento oportuno hará que el cambio se vuelva cada vez más difícil de realizar.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Hoy es tu cumpleaños


                                                            Hoy es tu cumpleaños 
Este 25 de Noviembre es tu cumpleaños, el tercero desde que ya no estás. Hoy cumplirías doce años, doce alegres y divertidos años. Muchas cosas han cambiado desde que te fuiste. Nuestra familia ha cambiado, yo he cambiado, tu madre ha cambiado, tu hermano ha cambiado y las circunstancias han cambiado. Muchas cosas no te gustarían y tal vez por eso te fuiste. Nada es lo mismo sin ti. Cuatro años es muy poco tiempo para olvidarte y dejar de llorarte y nueve años fueron muy pocos para amarte. Fuiste un ángel gordo que pasó por nuestras vidas, como un suspiro, como un aroma dulce pero breve. Recién había abierto mis ojos y ya no estás. Aunque en verdad no te has ido, no te puedes ir y nunca te irás. Todavía no recupero mi energía de antes y tal vez nunca la recupere. Lucho por rearmarme y seguir con el consejo de tu dedicatoria para mi cumpleaños “papito que seas feliz”. Muchas veces he dicho que tu partida apresurada me cambió. Quiero contarte algunas de las cosas en que tu partida me cambió.
Desde que tú no estás:
-no puedo andar en bicicleta
-no puedo ver a la Rupertina
-no puedo escuchar a “Los Rebeldes”
-no puedo escuchar a la Shakira
-no puedo pasar frente a los “Dos por uno”
-no puedo pasar frente a tu escuela
-no puedo no llorar al ver a tu amigo Marcelo
-no puedo comer pizza
-no puedo ver los Padrinos Mágicos
-no puedo ver el Gato Cósmico (te le pareces mucho con tu polerón verde con el cierre en el estómago y me recuerda tus carcajadas)
-no puedo hacer un asado sin recordarte con el rociador en la mano
-no puedo ir a Fantasilandia
-no puedo dejar de mirar a cada niño gordo que se te le parece
-no puedo ir a la casa de San Antonio
-no puedo jugar “al tiburón” ni a la “tormenta” en el agua
-no puedo pasar por la esquina aquella
-no puedo disfrutar de la navidad
-no puedo borrar tu foto del computador
-no puedo no extrañarte los sábados por la tarde
-no puedo no recordarte y entristecerme al ver a tu amiga Isidora
-no puedo ir a San Sebastián
- no puedo no entristecerme al ver niños jugando en la calle
-no puedo no llorar al ver tu puesto vacío en la mesa
-no puedo escuchar ni ver a la Dulce Roberta
-no puedo escuchar a Karen Paola
-no puedo ver ni deshacerme de tus juguetes
-no puedo cantar "Mueve el ombligo" de la Kristel
¿Seré el mismo después de tu partida?
Me preguntan -¿Cómo estás?- Yo digo -más o menos- y ellos me preguntan ¿por qué?
Te amo
El papá


lunes, 5 de noviembre de 2012


Se ha ido mi viejo. O el mundo en un dormitorio
Ps. Juan E. Barrera
Este fin de semana recién pasado se fue mi viejo, se llamaba Enrique, así a secas, un solo nombre, Enrique Barrera Sanhueza. Era un hombre pequeño de estatura pero de un gran aguante en el trabajo. Hizo muchas cosas en su vida. Fue repartidor de diarios, aprendiz de mecánico, chofer de micro, maestro, chofer repartidor de madera y todas estas actividades las realizó con mucho esfuerzo. Por sobre todo fue un hombre bueno, bebedor solitario, mezquino de amigos, quien no faltó un día al trabajo. Tomó el camino sin regreso el 27 de Octubre y lo hizo de forma inesperada. Su cuerpo debilitado no aguantó más ¡Qué sensación! Pena, resignación, dolor, vacío, nostalgia y muchas emociones más. A los 73 años murió mi papá y quedé huérfano. Me va a ser falta verlo sentado en el patio leyendo La Cuarta, con su sombrero café y el bastón sobre la mesa. Ya no reclamará más, ya no sufrirá más y no peleará más con la mamá. Hoy debe estar manejando su camión allá en el cielo, junto con sus nietos y algunos amigos. Debe andar repartiendo madera de morada en morada, con el volante frotándole la panza y tarareando algún viejo tango, con sus gafas negras chuecas y sus patillas a lo Elvis. La vida le tocó dura y no tuvo el tiempo suficiente para reflexionar y llorar. Él era alguien al que solo había que amar. Somos nosotros, su familia quienes lo lloramos y lo extrañamos. Partió el tata y se fue sonriendo, por primera vez en mucho tiempo. ¿Qué habrá visto al abrir los ojos en la eternidad que le hizo sonreír? ¡A Jesús el Hijo de Dios! ¡A sus nietos que le recibieron! Ya sin dolor, ni lágrimas, porque todo ha quedado a tras para él. La eternidad se le vino encima y se vistió de ella al terminar esa mañana de sábado. 
Una vez en casa, terminado todo el ajetreo de las exequias y de los abrazos y buenos deseos de los amigos, entré a su dormitorio y entrar allí fue descubrir otro mundo, su mundo. Me emocioné y sus imágenes vinieron automáticamente a mi mente. Su porte, su aroma, su bigote, el tono de su voz, su manera de toser, su postura. Allí estaba sobre el velador su vieja radio cassetera, uno de sus tesoros. El closet lleno de cachureos, el televisor, compañero en su soledad y algunas fotos, suyas, de nosotros, de mis hijos. Una Biblia deshojada abierta en el Salmo 121 y ropa tirada por todas partes. El mundo de mi viejo cabía en un dormitorio al que nadie podía entrar mucho tiempo. Se encerraba allí y nadie lo sacaba de manera alguna. Con la partida del papá se cierra para mí un ciclo importante. Ya nunca más seré el mismo, aunque hace ya algunos años que no lo soy. Con la partida de mi viejo se acabó el tiempo de la familia primera, la de los primeros recuerdos, la de la infancia, de la adolescencia, la de los conflictos y las alegrías, la de los almuerzos juntos, de las navidades y de unos pocos veraneos en Cartagena. Me vendrá a ver como él creía que hacían sus nietos ¿en una mariposa? ¿En una estrella fugaz? ¿En una brisa suave de atardecer veraniego y santiaguino? Tal vez sí, tal vez no, porque los que amamos y que se van, en realidad no se van, están aquí con nosotros, en nuestra mente y en nuestro corazón, en nuestras pupilas, en nuestras gargantas y salen y se dejan ver continuamente. Recordamos las palabras del escritor bíblico quien nos recuerda, por si lo olvidamos que “…¿Qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece”, eso somos, una neblina tenue que se deshace al sol, el Sol de Justicia, que nos espera. Hasta el re encuentro mi viejo, con un abrazo, ese que nunca quisiste darme aquí en la tierra.

domingo, 21 de octubre de 2012

Qué es el estrés y cómo combatirlo


Qué es el estrés y cómo combatirlo
Ps. Juan E. Barrera

Estrés es una palabra que viene del idioma inglés y quiere decir fatiga, en el contexto de una reacción fisiológica orgánica frente a cierto tipo de situaciones.
El estrés es una defensa natural del organismo frente a situaciones límites que se presentan a diario en la vida de cualquier persona. Estas situaciones pueden ser de variada intensidad. Las dificultades se inician cuando estas situaciones límites se extienden por mucho tiempo, porque entonces el cuerpo entra en un estado de tensión que no es lo habitual ni lo natural para el organismo. Este estado de tensión abarca a la persona completamente. El estrés tiene componentes cognitivos, emocionales, por supuesto, físicos y también sociales.
La persona bajo estrés se siente agotada, con dolores de cabeza, trastornos gastro intestinales. Emocionalmente se siente sobrepasada, con angustia, con ganas de llorar. Preferiría pasar el tiempo durmiendo. Se aísla socialmente, está irritable, siente que ha perdido el control de la situación y hasta de su vida.
Los factores estresantes son muchos. Los test evalúan aspectos relacionados con la salud, la relación de pareja, pérdidas, horas de descanso, satisfacción personal, expectativas, etc.
El estrés produce mucho daño a la salud porque pone en alerta a todo el cuerpo y si este estado de alerta o alarma se prolonga en el tiempo comienza a producir efectos nocivos en muchas áreas. Algunas enfermedades asociadas al estrés son: úlceras, gastritis, dispepsia, trastornos sexuales, migraña, hipertensión arterial, infarto al miocardio, entre otras.
Algunas estadísticas, como las realizadas por la Sociedad Americana de médicos clínicos dicen que el 70% de las consultas realizadas por la población norteamericana tienen su origen en problemas psicosomáticos y que tienen como origen el estrés. El 30% restante consulta por enfermedades orgánicas de tipo gastrointestinal.
A las enfermedades físicas producidas por el estrés hay que agregar los trastornos psicológicos como las neurosis, trastornos de ansiedad, depresión y otros.
La vida moderna en sí se ha vuelto estresante. Las largas distancias en la ciudad, los problemas de tráfico, la falta de dinero, el peligro de la delincuencia, jornadas laborales agotadoras, la ideología del consumo, etc. Estas situaciones no van a mejorar con el tiempo y se debe aprender a vivir con ellas. Algunas soluciones son los llamados Enfrentamientos al Estrés o Cómo manejar el estrés.
Algunas sugerencias útiles son las siguientes.
Eliminar actividades de la agenda. Quedarse con aquellas que son imprescindibles. Eliminar las actividades secundarias o prescindibles. La sobre carga de actividades produce estrés, la renuncia a alagunas de ellas trae tranquilidad, alivio.
Dormir la cantidad de horas apropiadas. Algunos llaman cura de sueño a aquellas ocasiones planificadas para dormir mucho. Acostarse temprano y dormir hasta tarde sin interrupciones. El dormir permite al cuerpo y a la mente, a través del descanso, recuperar la energía.
Manejar el diálogo interno. Todos hablamos con nosotros mismos. Habitualmente tenemos un diálogo interior. Frente a las tensiones, hasta verbalizamos ciertos pensamientos. Este diálogo puede ser negativo “no voy a ser capaz”, “No puedo hacerlo”, “de esto sí que no salgo”, etc. Este diálogo debería ser positivo “soy capaz, voy a terminar el trabajo en el plazo que me pidieron”, “es difícil pero lo puedo hacer”, “soy capaz, es cuestión de tiempo”, etc. La diferencia en el diálogo interno marca la diferencia en cómo se reacciona frente al estresor. Este diálogo también puede ser catastrófico lo que complica más la situación.
Resolver aquello que se puede resolver. Solucionar aquellas situaciones que están al alcance, baja el nivel de estrés. Esas cosas sencillas que si no se resuelven se vuelven una carga son las primeras que se deben resolver y se debe hacerlo una a la vez, no “chutear” estas situaciones. Esto devuelve la sensación de control, de ser el dueño de la vida. Muchas veces el estrés es la acumulación de cosas pequeñas no resueltas en el tiempo y no las grandes cosas sin solucionar.
Evitar el sedentarismo. Las salidas al aire libre, conectarse con la naturaleza coloca a la persona en contexto. Lo saca del ensimismamiento, le revela que no es el centro de todo, que las circunstancias cambian. La belleza del entorno reanima, reconforta. Junto con esto, el ejercicio físico apropiado es una buena forma de evitar el estrés. El esfuerzo realizado tiene un efecto sanador. Si a esto se suma una dieta apropiada la persona se sentirá mucho más saludable.
Evaluar el estilo y ritmo de vida que se lleva. El estrés es un aviso que le advierte a la persona
que hay situaciones que debe cambiar. El estilo de vida tiene que ver con el tiempo que se dedica al trabajo, al ocio, a la diversión. Se relaciona con los gastos que se tiene, con los valores que se tiene y se vive. El estilo de vida también se relaciona con el ritmo, con la intensidad con que se vive. Muchas personas viven de manera ansiosas, desean esto, lo otro, no termina algo y ya comienza otra, se llena de culpa, de ira, etc. A veces será necesario “sacar el pie del acelerador” y vivir mejor. No se trata solo del tiempo de calidad, la cantidad es importante, hacer las pausas, darse tiempo, ir más lento ayudará a mantener la salud.
Finalmente, el desarrollo de una espiritualidad apropiada funciona como elemento protector. Si la persona es creyente y acepta que Dios tiene el control y que toda circunstancia tiene un propósito, que la vida tiene un sentido, sentirá menos estrés que la persona que se considera víctima de las circunstancias, del destino o del azar. Además será capaz de mantener la serenidad, la esperanza  y la alegría frente a las situaciones que le toque enfrentar.



Bibliografía
Orlandini O.: El estrés. Qué es y cómo evitarlo. Ed. Fondo de cultura. U.S.A. 1996
Lush Jean.: Las mujeres y el estrés. Ed.Unilit, Miami 1997
Weiss Brian: Eliminar el estrés. Ed.Vergara.U.S.A 1994
http://remedios.innatia.com/c-remedios-sintomas-estres/a-definicion-de-estres.html
http://www.desestressarte.com/estres/estres-enfermedades.html
http://www.derf.com.ar/despachos.asp?cod_des=76039&ID_Seccion=52

domingo, 30 de septiembre de 2012


Facebook y la infidelidad en la pareja
Ps. Juan E. Barrera 
Las redes sociales han revolucionado la manera como nos comportamos. Crean una realidad que nunca antes conocimos y sus alcances y ventajas son infinitos. No obstante, su uso inapropiado contrae riesgos. A los peligros ya conocidos que enfrenta toda pareja, falta de comunicación, falta de dinero, problema con los hijos, etc, se debe agregar ahora el uso de facebook. Aprox. 400 millones de personas usan esta red social y Chile, de acuerdo a un estudio citado por el diario La Tercera, es el tercer país del mundo que más horas dedica a su uso, superado solo por Filipinas y Malasia, con una cobertura de 90, 3 %. Es decir casi cada persona que usa internet en Chile tiene una cuenta en facebook o en otra red social. Esto se ha convertido en otra oportunidad para la infidelidad. Es una tendencia que es posible comprobar en la práctica clínica. Son muchos los hombres y mujeres que consultan porque han iniciado una relación a través de internet. Al inicio es solo un juego. La mayoría de las veces con alguien con quien se tuvo una relación en el pasado, los “ex”. Esos fantasmas que muchas personas no logran espantar de sus vidas. Comienza con una amena conversación que luego va derivando en conversaciones más íntimas, recuerdos, imágenes, bromas, etc. Después deriva en una conversación de carácter más afectivo y que puede terminar en temáticas sexuales. Desde ahí solo hay un pequeño paso a la infidelidad real, basta una cita y esta se materializa. ¿Por qué ocurre esto? Hay varias respuestas, una de ellas es que el mundo virtual no tiene fronteras o barreras geográficas y es posible ubicar personas que de otra manera sería imposible hacerlo. Los límites y las formalidades, el pudor, y las distancias de la vida real se ven disminuidos frente a una pantalla. Resulta mucho más fácil escribir algunas cosas que decirlas mirando cara a cara a la otra persona. La falta de comunicación en pareja, la soledad, el aburrimiento, la falta de intereses comunes son otras razones de por qué muchas personas buscan esta compañía virtual, que como se ha dicho, muchas veces deja de ser virtual y se vuelve real. Ya es común oír testimonios de personas que se conocen a través de facebook o de otro medio en internet y abandonan sus parejas o las engañan. Ayudan a esta situación también algunas características; se puede comunicar desde la propia casa, en el trabajo donde el cónyuge está ausente, desde un teléfono móvil, etc. El “sabor” lo coloca el juego, lo clandestino, la curiosidad, la novedad. Las consecuencias son siempre las mismas, engaño, culpa, dolor, desilusión, vidas destrozadas por no saber parar a tiempo lo que puede convertirse en una adicción, en una seducción, estar permanentemente conectados. ¿La solución? Si se da cuenta que cierto tipo de comunicación o conversación se torna cada vez más frecuente y la intensidad de estas conversaciones va variando y cambiando de tono no siga adelante con eso. No pierda tiempo en facebook. Si lo abre desde el trabajo no lo haga, si estar conectado llega a convertirse en una conducta habitual y dañina, cierre su cuenta. Si usted es de las personas que no puede no estar conectado, que ventila su vida, que cuenta lo que hace y no hace, aunque a nadie le importe, usted tiene un problema importante ¡Cierre su cuenta! Cuide su relación de pareja, no abra su intimidad a otras personas, mantenga límites claros. No hay que olvidar las palabras del Maestro en el evangelio de Marcos “…no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido que no haya de salir a luz”. Que no nos cubra la vergüenza si no la luz y el arrepentimiento.

lunes, 3 de septiembre de 2012

La soledad


La soledad
                 Ps Juan E. Barrera
Era casi un adolescente cuando leí el libro de Nicky Cruz Solitario pero no solo. Es un libro que narra distintas historias de vida, todas ligadas a la soledad. Ese estado por el que todas las personas pasarán alguna vez o más de alguna vez en su vida. Nadie desea estar solo, nadie desea perder a quienes ama, nadie desea ese estado mental de nostalgia y la desazón que esto produce, no obstante, la soledad es algo real y llega sin que se le llame. La soledad la sufre quien ve partir un hijo, quien deshace su matrimonio, quienes ven sus hijos crecer y marcharse, quien está privado de libertad, quien dedica toda su vida a ganar dinero y luego no tiene con quien compartirlo y también la padece quien está rodeado de personas con quienes no logra comunicarse ni comprenderse, que vive en medio del bullicio de la vida moderna y que sin embargo interiormente no tiene a nadie. Frente a la soledad se pueden tomar varios caminos, desde el desarrollo personal hasta el suicidio. ¿De qué dependerá el camino que se tome? Como muchas cosas en la vida dependerá de un sinfín de factores, pero básicamente de la elección que la persona haga. La soledad puede ser la ocasión para sufrir, para sentirse víctima, para la auto conmiseración, para mirar las circunstancias y no ver en ello contentamiento ni gozo. ¡Cuántas personas optan por el suicidio! ¿Se le puede juzgar? La soledad es mala compañía si se toma la decisión errada. Una persona sola se puede ensimismar de tal manera que pierde contacto con la realidad, deja de socializar, se centra en sí misma, en la introspección, en la amargura, en la pena. Podemos hacer tanto llevando una palabra de aliento a quienes se encuentran solos. Están esperando una palabra, un gesto, un amigo, una mirada. La otra elección es aprovechar la soledad como un tiempo de crecimiento personal y espiritual. Esta elección eleva a la persona por sobre sus circunstancias y le permite dar un sentido a la soledad. Los hechos pueden ser idénticos o similares al caso anterior, pero la persona que opta por el crecimiento aprovecha el tiempo a solas para hacer aquello que siempre quiso hacer y por una u otra razón no lo consiguió. Dedicarse a la lectura, a aprender una actividad manual, pintar, aprender un instrumento musical, ejercer actividades de servicio con otras personas, realizar actividad física, etc. Esta segunda opción no evitará del todo las emociones propias de la soledad, pero el poner la atención en otras actividades, en otras personas, en otros proyectos, en otras expectativas obliga a la persona a salirse de sí misma y poner su mirada no en lo inmediato, en lo circunstancial, si no que en el futuro. De esa manera la soledad se transforma en la energía necesaria para la creación. Cuantas obras de arte preciosas no han salido de un corazón solitario que optó por imaginar, crear, crecer. Hay un tercer camino que no se debe obviar, el camino ofrecido por un hombre que supo de soledad, que colgado de un madero llegó a decir “Padre, Padre ¿por qué me has desamparado?” En esa soledad y en ese sufrimiento podemos vencer hoy, victoria que es el fruto de la aflicción del precioso Hijo de Dios, Jesús, nuestro tesoro, aquel que la soledad nunca nos podrá quitar.

viernes, 31 de agosto de 2012

El almendro de mi patio


El almendro de mi patio
                                                         Juan E. Barrera
Hubo un tiempo en mi casa de niño en que cada día de primavera nevaba. Nos levantábamos con mi hermana y por las mañanas veíamos el suelo cubierto de copitos pequeños, blancos, o rosáceos, frágiles, breves y aromáticos. Sí aromáticos porque no eran copos de agua nieve si no que eran las flores blancas del almendro de nuestra casa. Era un árbol gigante, inmenso. Mucho más alto que el techo de nuestra casa, aquel techo que para nosotros era un misterio ¿Qué habría allá arriba? Era un árbol enorme, chueco, despeinado por el viento y que extendía sus largos brazos sobre nosotros y nos tocaba y abrazaba y al mismo tiempo se dejaba acariciar y despojar pasivamente por nosotros, que devorábamos ávidamente sus pequeñas crías, nuestras más queridas golosinas. Mudo y tranquilo nos vio nacer y crecer y el tiempo pasó por su cuerpo sin que lo notara o le afectara. A sus pies nos revolcábamos, nos columpiábamos y coleccionábamos sus hojas angostas y alargadas, verdes, cafés o amarillas. Hacíamos marcas en su tronco y él, cosquilloso se reía a carcajadas y dejaba caer sus productos pequeños y deliciosos, los que con una piedra rompíamos y comíamos a destajo o almacenábamos enteros en un tarro de nescafé y contábamos las almendras una y otra vez como un gran tesoro. Muchas veces también se dejó apedrear por nosotros con tal de conseguir sus frutos. Lanzábamos la piedra a lo alto de sus ramas y arrancábamos para que no nos cayera encima y nos alegrábamos si este era un buen tiro. Acto seguido volvíamos y el suelo plagado de pequeñas estrellas verdosas y ovoides alimentaban nuestra codicia y llenaban nuestros tarros.
Mi almendro también nos vio reír y llorar. Enojarnos y desenojarnos, huir y escondernos después de alguna travesura. Estaba en nuestro patio desde antes que naciéramos, él llegó primero que nosotros y permaneció allí por muchos años después que nos marchamos. En las tardes estivales solíamos oírlo dialogar con el ciruelo o con la higuera, sus compañeros y cuando había viento hasta los veíamos acariciarse y retozarse mutuamente a la vista de abejas sedientas y envidiosas de esa amistad y muestras de cariño.
Recuerdo su piel áspera tocando mis piernas de niño desnudas. Piel de color café y arrugada como la de un viejo querido y respetado. Lo miraba con deferencia cada mañana y a su sombra verde y fresca en verano inventé muchas cosas. Sentado en el suelo, sobre restos de su cabello amarillento en otoño, y bajo su atenta mirada salieron de mis manos y de mi alma de niño, un botellófono sacado de una revista de historietas, volantines, baterías musicales conformadas de ollas viejas (y algunas nuevas de mi mamá) autos y camiones de madera, pelotas de cuero pintadas y chorreadas a mano y un sinfín de cosas de niño. Mi almendro se inclinaba y miraba todo aquello sonriendo suavemente y a veces el muy travieso dejaba caer una almendra sobre mi cabeza, para regocijo de ambos.
Pero no solo yo amaba nuestro almendro. Los gorriones y los zorzales lo adoraban. Cada mañana y cada atardecer venían a juntarse con él y la algarabía que se oía indicaba que lo pasaban muy bien, eran pajaritos de todos portes y variados tonos. Los gorriones se cobijaban entre su seno, y él generoso los abrazaba a todos. Incluso algunos pasaban la noche con él y eran estos los que lo saludaban temprano al nacer el día con alguna nueva canción.
Un día de mi niñez, con el aroma de sus copos dulces y tibios entrando en mi nariz, miré hacia arriba y lleno de admiración, vi como se movía de un lado a otro y como sus descomunales brazos levantados al cielo se agitaban al viento. La clara luz del día, el ruido que hacían sus hojas, el olor a tierra y miel y mi curiosidad fueron más que suficientes. No resistí ese espectáculo y sin demorarme ni saber cómo me encaramé en mi almendro. Agarrado a sus ramas y troncos pequeños, poco a poco fui subiendo por lo que en aquel entonces me parecía un largo y principal tronco. Me raspé varias veces los brazos y los codos y una que otra vez, el almendro, jugando conmigo me golpeaba la cara o me pinchaba la espalda o el trasero y se hacía el indiferente. Con un poco de miedo llegué hasta lo más alto que se podía y mi corazón de chiquillo quedó embriagado por el perfume que mi almendro expedía a esa altura. Era un aroma suave y acaramelado, deleitoso, que hasta el día de hoy recuerdo. Desde la rama más alta se veía todo. Se veía el techo de mi casa, el misterio fue develado. Era un techo viejo y parchado, con ladrillos y piedras, con pelotas de plástico desteñidas por el sol y el tiempo. Pero se veían también los techos de las otras casas, ¡qué descubrimiento! Algunos eran tan feos y divertidos como el mío. Otros eran elegantes, lisos, pintados, se veían hermosos, simétricos. La vida se veía diferente desde mi almendro. Veía los vehículos pasar por las calles aledañas, veía a las personas caminando en las veredas, podía ver la copa de otros árboles, agudizaba mi mirada intentando observar lo más lejos posible, pero de lo que nunca me olvidé es del viento. La sensación que este provocaba sobre mi cara, ¡Qué alegría! ¡Qué libertad! me puse a cantar y a gritar de gozo. ¡Mi corazón de niño rebozaba de vida subido en aquel árbol!Desde aquella vez mi almendro pasó a formar parte habitual de mis aventuras de niño. Me subía, de memoria, trepando por su tronco rugoso y tosco y allá arriba, en lo más alto ya no era yo. Algunas veces era un pirata navegando contra el viento y surcando mares desconocidos. Despeinado y muy agarrado a alguna de sus ramas, el palo mayor, para no caer al agua. Yo era también un capitán que avanzaba penosamente sobre las aguas y sacudiendo violentamente sus ramas simulaba las olas que querían hacer naufragar mi embarcación. Cada pájaro que volaba cerca de mi cabeza era una gaviota que me anunciaba que estaba a salvo, que la costa estaba cerca. Otras veces era el conductor de una locomotora que viajaba por el aire y cada sacudida del viento era el tirón de uno de los vagones. Entonces doblando sus ramas avanzaba a toda máquina para llegar a destino, jalando de un cordel imaginario y haciendo sonar la bocina a muy alto volumen, casi hasta quedar afónico. Mi almendro nunca se quejó de eso. Disfrutaba a rabiar con mis locuras sobre sus ramas. Me miraba serenamente y participaba como el mejor de los cómplices.
En mi almendro se me fue la niñez. La vida y sus compromisos me fueron comiendo y me quitó la fantasía. Largas horas de estudio, de fútbol, de amores adolescentes y de preocupaciones me hicieron olvidar por completo a mi almendro, aunque estoy seguro que él nunca se olvidó de mi, y a pesar de mi indiferencia, cada vez que yo visitaba la casa paterna. Él se inclinaba hasta el suelo, viejo y desmembrado como estaba y me saludaba. Si yo hubiera sido un poco más sensible me habría dado cuenta que me quería abrazar, como antes, como cuando yo era un niño y cada día le robaba algo y el disimulaba y hasta se alegraba de que lo hiciera.
Cuarenta años después, mi madre anunció que iba a matar a mi almendro, que había otras prioridades, que este ya estaba añoso y molestaba. Que había que usar el espacio que él ocupaba. Me resistí a tal situación. Lo miraba en silencio pero él no decía nada. Estaba cabizbajo, sin cabello, sin dientes, desgajado y paralítico. Estaba solo, abandonado y resignado. Tenía sus días contados. Una mañana vi llegar a los verdugos, con sierras y hachas. Venían riendo como si nada. El corazón y las lágrimas me saltaron al unísono y no fui capaz de ver la escena y me fui. Ya no volvería a subirme a mi almendro nunca más, ni los gorriones harían nido entre su cabeza, ni sus copos aromáticos sembrarían más el patio. Esa mañana asesinaron a mi viejo almendro. Se quedó inmóvil, no se defendió, como un anciano resignado se entregó. No volví verlo nunca más y ni siquiera quise ver sus restos. Con su muerte algo de mí también murió.