domingo, 30 de septiembre de 2012


Facebook y la infidelidad en la pareja
Ps. Juan E. Barrera 
Las redes sociales han revolucionado la manera como nos comportamos. Crean una realidad que nunca antes conocimos y sus alcances y ventajas son infinitos. No obstante, su uso inapropiado contrae riesgos. A los peligros ya conocidos que enfrenta toda pareja, falta de comunicación, falta de dinero, problema con los hijos, etc, se debe agregar ahora el uso de facebook. Aprox. 400 millones de personas usan esta red social y Chile, de acuerdo a un estudio citado por el diario La Tercera, es el tercer país del mundo que más horas dedica a su uso, superado solo por Filipinas y Malasia, con una cobertura de 90, 3 %. Es decir casi cada persona que usa internet en Chile tiene una cuenta en facebook o en otra red social. Esto se ha convertido en otra oportunidad para la infidelidad. Es una tendencia que es posible comprobar en la práctica clínica. Son muchos los hombres y mujeres que consultan porque han iniciado una relación a través de internet. Al inicio es solo un juego. La mayoría de las veces con alguien con quien se tuvo una relación en el pasado, los “ex”. Esos fantasmas que muchas personas no logran espantar de sus vidas. Comienza con una amena conversación que luego va derivando en conversaciones más íntimas, recuerdos, imágenes, bromas, etc. Después deriva en una conversación de carácter más afectivo y que puede terminar en temáticas sexuales. Desde ahí solo hay un pequeño paso a la infidelidad real, basta una cita y esta se materializa. ¿Por qué ocurre esto? Hay varias respuestas, una de ellas es que el mundo virtual no tiene fronteras o barreras geográficas y es posible ubicar personas que de otra manera sería imposible hacerlo. Los límites y las formalidades, el pudor, y las distancias de la vida real se ven disminuidos frente a una pantalla. Resulta mucho más fácil escribir algunas cosas que decirlas mirando cara a cara a la otra persona. La falta de comunicación en pareja, la soledad, el aburrimiento, la falta de intereses comunes son otras razones de por qué muchas personas buscan esta compañía virtual, que como se ha dicho, muchas veces deja de ser virtual y se vuelve real. Ya es común oír testimonios de personas que se conocen a través de facebook o de otro medio en internet y abandonan sus parejas o las engañan. Ayudan a esta situación también algunas características; se puede comunicar desde la propia casa, en el trabajo donde el cónyuge está ausente, desde un teléfono móvil, etc. El “sabor” lo coloca el juego, lo clandestino, la curiosidad, la novedad. Las consecuencias son siempre las mismas, engaño, culpa, dolor, desilusión, vidas destrozadas por no saber parar a tiempo lo que puede convertirse en una adicción, en una seducción, estar permanentemente conectados. ¿La solución? Si se da cuenta que cierto tipo de comunicación o conversación se torna cada vez más frecuente y la intensidad de estas conversaciones va variando y cambiando de tono no siga adelante con eso. No pierda tiempo en facebook. Si lo abre desde el trabajo no lo haga, si estar conectado llega a convertirse en una conducta habitual y dañina, cierre su cuenta. Si usted es de las personas que no puede no estar conectado, que ventila su vida, que cuenta lo que hace y no hace, aunque a nadie le importe, usted tiene un problema importante ¡Cierre su cuenta! Cuide su relación de pareja, no abra su intimidad a otras personas, mantenga límites claros. No hay que olvidar las palabras del Maestro en el evangelio de Marcos “…no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido que no haya de salir a luz”. Que no nos cubra la vergüenza si no la luz y el arrepentimiento.

lunes, 3 de septiembre de 2012

La soledad


La soledad
                 Ps Juan E. Barrera
Era casi un adolescente cuando leí el libro de Nicky Cruz Solitario pero no solo. Es un libro que narra distintas historias de vida, todas ligadas a la soledad. Ese estado por el que todas las personas pasarán alguna vez o más de alguna vez en su vida. Nadie desea estar solo, nadie desea perder a quienes ama, nadie desea ese estado mental de nostalgia y la desazón que esto produce, no obstante, la soledad es algo real y llega sin que se le llame. La soledad la sufre quien ve partir un hijo, quien deshace su matrimonio, quienes ven sus hijos crecer y marcharse, quien está privado de libertad, quien dedica toda su vida a ganar dinero y luego no tiene con quien compartirlo y también la padece quien está rodeado de personas con quienes no logra comunicarse ni comprenderse, que vive en medio del bullicio de la vida moderna y que sin embargo interiormente no tiene a nadie. Frente a la soledad se pueden tomar varios caminos, desde el desarrollo personal hasta el suicidio. ¿De qué dependerá el camino que se tome? Como muchas cosas en la vida dependerá de un sinfín de factores, pero básicamente de la elección que la persona haga. La soledad puede ser la ocasión para sufrir, para sentirse víctima, para la auto conmiseración, para mirar las circunstancias y no ver en ello contentamiento ni gozo. ¡Cuántas personas optan por el suicidio! ¿Se le puede juzgar? La soledad es mala compañía si se toma la decisión errada. Una persona sola se puede ensimismar de tal manera que pierde contacto con la realidad, deja de socializar, se centra en sí misma, en la introspección, en la amargura, en la pena. Podemos hacer tanto llevando una palabra de aliento a quienes se encuentran solos. Están esperando una palabra, un gesto, un amigo, una mirada. La otra elección es aprovechar la soledad como un tiempo de crecimiento personal y espiritual. Esta elección eleva a la persona por sobre sus circunstancias y le permite dar un sentido a la soledad. Los hechos pueden ser idénticos o similares al caso anterior, pero la persona que opta por el crecimiento aprovecha el tiempo a solas para hacer aquello que siempre quiso hacer y por una u otra razón no lo consiguió. Dedicarse a la lectura, a aprender una actividad manual, pintar, aprender un instrumento musical, ejercer actividades de servicio con otras personas, realizar actividad física, etc. Esta segunda opción no evitará del todo las emociones propias de la soledad, pero el poner la atención en otras actividades, en otras personas, en otros proyectos, en otras expectativas obliga a la persona a salirse de sí misma y poner su mirada no en lo inmediato, en lo circunstancial, si no que en el futuro. De esa manera la soledad se transforma en la energía necesaria para la creación. Cuantas obras de arte preciosas no han salido de un corazón solitario que optó por imaginar, crear, crecer. Hay un tercer camino que no se debe obviar, el camino ofrecido por un hombre que supo de soledad, que colgado de un madero llegó a decir “Padre, Padre ¿por qué me has desamparado?” En esa soledad y en ese sufrimiento podemos vencer hoy, victoria que es el fruto de la aflicción del precioso Hijo de Dios, Jesús, nuestro tesoro, aquel que la soledad nunca nos podrá quitar.

viernes, 31 de agosto de 2012

El almendro de mi patio


El almendro de mi patio
                                                         Juan E. Barrera
Hubo un tiempo en mi casa de niño en que cada día de primavera nevaba. Nos levantábamos con mi hermana y por las mañanas veíamos el suelo cubierto de copitos pequeños, blancos, o rosáceos, frágiles, breves y aromáticos. Sí aromáticos porque no eran copos de agua nieve si no que eran las flores blancas del almendro de nuestra casa. Era un árbol gigante, inmenso. Mucho más alto que el techo de nuestra casa, aquel techo que para nosotros era un misterio ¿Qué habría allá arriba? Era un árbol enorme, chueco, despeinado por el viento y que extendía sus largos brazos sobre nosotros y nos tocaba y abrazaba y al mismo tiempo se dejaba acariciar y despojar pasivamente por nosotros, que devorábamos ávidamente sus pequeñas crías, nuestras más queridas golosinas. Mudo y tranquilo nos vio nacer y crecer y el tiempo pasó por su cuerpo sin que lo notara o le afectara. A sus pies nos revolcábamos, nos columpiábamos y coleccionábamos sus hojas angostas y alargadas, verdes, cafés o amarillas. Hacíamos marcas en su tronco y él, cosquilloso se reía a carcajadas y dejaba caer sus productos pequeños y deliciosos, los que con una piedra rompíamos y comíamos a destajo o almacenábamos enteros en un tarro de nescafé y contábamos las almendras una y otra vez como un gran tesoro. Muchas veces también se dejó apedrear por nosotros con tal de conseguir sus frutos. Lanzábamos la piedra a lo alto de sus ramas y arrancábamos para que no nos cayera encima y nos alegrábamos si este era un buen tiro. Acto seguido volvíamos y el suelo plagado de pequeñas estrellas verdosas y ovoides alimentaban nuestra codicia y llenaban nuestros tarros.
Mi almendro también nos vio reír y llorar. Enojarnos y desenojarnos, huir y escondernos después de alguna travesura. Estaba en nuestro patio desde antes que naciéramos, él llegó primero que nosotros y permaneció allí por muchos años después que nos marchamos. En las tardes estivales solíamos oírlo dialogar con el ciruelo o con la higuera, sus compañeros y cuando había viento hasta los veíamos acariciarse y retozarse mutuamente a la vista de abejas sedientas y envidiosas de esa amistad y muestras de cariño.
Recuerdo su piel áspera tocando mis piernas de niño desnudas. Piel de color café y arrugada como la de un viejo querido y respetado. Lo miraba con deferencia cada mañana y a su sombra verde y fresca en verano inventé muchas cosas. Sentado en el suelo, sobre restos de su cabello amarillento en otoño, y bajo su atenta mirada salieron de mis manos y de mi alma de niño, un botellófono sacado de una revista de historietas, volantines, baterías musicales conformadas de ollas viejas (y algunas nuevas de mi mamá) autos y camiones de madera, pelotas de cuero pintadas y chorreadas a mano y un sinfín de cosas de niño. Mi almendro se inclinaba y miraba todo aquello sonriendo suavemente y a veces el muy travieso dejaba caer una almendra sobre mi cabeza, para regocijo de ambos.
Pero no solo yo amaba nuestro almendro. Los gorriones y los zorzales lo adoraban. Cada mañana y cada atardecer venían a juntarse con él y la algarabía que se oía indicaba que lo pasaban muy bien, eran pajaritos de todos portes y variados tonos. Los gorriones se cobijaban entre su seno, y él generoso los abrazaba a todos. Incluso algunos pasaban la noche con él y eran estos los que lo saludaban temprano al nacer el día con alguna nueva canción.
Un día de mi niñez, con el aroma de sus copos dulces y tibios entrando en mi nariz, miré hacia arriba y lleno de admiración, vi como se movía de un lado a otro y como sus descomunales brazos levantados al cielo se agitaban al viento. La clara luz del día, el ruido que hacían sus hojas, el olor a tierra y miel y mi curiosidad fueron más que suficientes. No resistí ese espectáculo y sin demorarme ni saber cómo me encaramé en mi almendro. Agarrado a sus ramas y troncos pequeños, poco a poco fui subiendo por lo que en aquel entonces me parecía un largo y principal tronco. Me raspé varias veces los brazos y los codos y una que otra vez, el almendro, jugando conmigo me golpeaba la cara o me pinchaba la espalda o el trasero y se hacía el indiferente. Con un poco de miedo llegué hasta lo más alto que se podía y mi corazón de chiquillo quedó embriagado por el perfume que mi almendro expedía a esa altura. Era un aroma suave y acaramelado, deleitoso, que hasta el día de hoy recuerdo. Desde la rama más alta se veía todo. Se veía el techo de mi casa, el misterio fue develado. Era un techo viejo y parchado, con ladrillos y piedras, con pelotas de plástico desteñidas por el sol y el tiempo. Pero se veían también los techos de las otras casas, ¡qué descubrimiento! Algunos eran tan feos y divertidos como el mío. Otros eran elegantes, lisos, pintados, se veían hermosos, simétricos. La vida se veía diferente desde mi almendro. Veía los vehículos pasar por las calles aledañas, veía a las personas caminando en las veredas, podía ver la copa de otros árboles, agudizaba mi mirada intentando observar lo más lejos posible, pero de lo que nunca me olvidé es del viento. La sensación que este provocaba sobre mi cara, ¡Qué alegría! ¡Qué libertad! me puse a cantar y a gritar de gozo. ¡Mi corazón de niño rebozaba de vida subido en aquel árbol!Desde aquella vez mi almendro pasó a formar parte habitual de mis aventuras de niño. Me subía, de memoria, trepando por su tronco rugoso y tosco y allá arriba, en lo más alto ya no era yo. Algunas veces era un pirata navegando contra el viento y surcando mares desconocidos. Despeinado y muy agarrado a alguna de sus ramas, el palo mayor, para no caer al agua. Yo era también un capitán que avanzaba penosamente sobre las aguas y sacudiendo violentamente sus ramas simulaba las olas que querían hacer naufragar mi embarcación. Cada pájaro que volaba cerca de mi cabeza era una gaviota que me anunciaba que estaba a salvo, que la costa estaba cerca. Otras veces era el conductor de una locomotora que viajaba por el aire y cada sacudida del viento era el tirón de uno de los vagones. Entonces doblando sus ramas avanzaba a toda máquina para llegar a destino, jalando de un cordel imaginario y haciendo sonar la bocina a muy alto volumen, casi hasta quedar afónico. Mi almendro nunca se quejó de eso. Disfrutaba a rabiar con mis locuras sobre sus ramas. Me miraba serenamente y participaba como el mejor de los cómplices.
En mi almendro se me fue la niñez. La vida y sus compromisos me fueron comiendo y me quitó la fantasía. Largas horas de estudio, de fútbol, de amores adolescentes y de preocupaciones me hicieron olvidar por completo a mi almendro, aunque estoy seguro que él nunca se olvidó de mi, y a pesar de mi indiferencia, cada vez que yo visitaba la casa paterna. Él se inclinaba hasta el suelo, viejo y desmembrado como estaba y me saludaba. Si yo hubiera sido un poco más sensible me habría dado cuenta que me quería abrazar, como antes, como cuando yo era un niño y cada día le robaba algo y el disimulaba y hasta se alegraba de que lo hiciera.
Cuarenta años después, mi madre anunció que iba a matar a mi almendro, que había otras prioridades, que este ya estaba añoso y molestaba. Que había que usar el espacio que él ocupaba. Me resistí a tal situación. Lo miraba en silencio pero él no decía nada. Estaba cabizbajo, sin cabello, sin dientes, desgajado y paralítico. Estaba solo, abandonado y resignado. Tenía sus días contados. Una mañana vi llegar a los verdugos, con sierras y hachas. Venían riendo como si nada. El corazón y las lágrimas me saltaron al unísono y no fui capaz de ver la escena y me fui. Ya no volvería a subirme a mi almendro nunca más, ni los gorriones harían nido entre su cabeza, ni sus copos aromáticos sembrarían más el patio. Esa mañana asesinaron a mi viejo almendro. Se quedó inmóvil, no se defendió, como un anciano resignado se entregó. No volví verlo nunca más y ni siquiera quise ver sus restos. Con su muerte algo de mí también murió.

viernes, 17 de agosto de 2012

El arte de hacerse cargo


El arte de hacerse cargo
                                               Pr y Ps Juan E. Barrera

¿Por qué “el arte de hacerse cargo”? Porque lo que hasta hace un tiempo atrás formaba parte de la formación cultural y valórica de las personas hoy se ha perdido y solo lo manejan algunas personas. Al hablar de hacerse cargo me refiero a esa actitud de asumir la responsabilidad por los actos cometidos, frente a sí mismo y frente a otras personas. Esta sana, poderosa y profunda cualidad moral escasea. Algunos ejemplos de esto lo vemos en los altos ejecutivos de empresas importantes que eluden la responsabilidad penal por sus actos ilícitos. En Chile, las cadenas de farmacias, los supermercados, las multitiendas, los contratos con letra chica, los edificios nuevos que se caen, las estafas legales y muchos otros. En lo judicial, gente que elude su responsabilidad y sigue delinquiendo, y que no siempre forman parte del grupo habitualmente caracterizado como delincuentes, son gente que veranea en el Caribe, que maneja un 4x 4 y tiene matriculado a sus hijos en un colegio caro, pero que roba energía eléctrica o no paga las imposiciones de sus trabajadores. Ni hablar del grupo delictual, del hampa. Todo el mundo tiene la responsabilidad por su fechorías; los padres, el contexto, los profesores, la escuela, el estado, la falta de oportunidades, etc, menos ellos. Es probable que alguno de estos factores influya y en algunos casos mucho, sin embargo todavía la persona mantiene el derecho y el privilegio de hacerse cargo y no lo hace. Es mejor jugar a ser víctima que asumir las responsabilidades personales. Del otro lado están los jueces que no hacen su trabajo, que evitan responsabilidades, que no se “queman” que por hacer carrera dejan de hacer lo que todos esperamos que hagan, pero no se hacen cargo y la puerta giratoria sigue funcionando, gente sensible, que a la menor crítica grita a los cuatro vientos su derecho a independencia, pero que sin embargo en el momento apropiado no siempre usa esa independencia para responsabilizarse.
En la escuela cuando se dan tareas y trabajos, con fortuna un tercio del curso cumple en la fecha que se solicita, nadie más lo hace. Al otro día suele haber un grupo de madres convenciendo al profesor de la imposibilidad de haber cumplido en el plazo con una y mil excusas y solicitando más plazo, para que el niño vuelva a hacer lo mismo la próxima vez. El otro gran grupo, de los que no cumple ni siquiera se toma esa molestia. Alumnos “flojos”, desobedientes, desmotivados, insolentes, de quienes nadie se hace cargo y si alguien lo hace es para ir a amenazar o golpear al profesor por “discriminar a mi hijo” pero no para corregirlo y enseñarle a ser responsable.
Lo mismo ocurre en la universidad, alumnos que no estudian, que viven para “carretear”, que no leen, no piensan ni reflexionan, llenos de tecnología y realities y que al ser confrontados responden con un desvergonzado “para eso estoy pagando” con lo que evita hacerse cargo de su situación o descuido.
La clase política es otro ejemplo, una élite resumida y hermética que no asume ni se hace cargo. Si al menos hicieran una pequeña parte de lo que dicen o prometen las cosas mejorarían sustancialmente en el país. Muchos proyectos de ley duermen por años en el congreso porque nadie se hace cargo, nadie asume la responsabilidad por ello, nadie quiere ser impopular, muchos quieren mantener el puesto y los privilegios. Gente que no se responsabiliza por sus actos, que corre a exceso de velocidad, que declaran fumar mariguana (y tal vez haya otras drogas que no declaran abiertamente), que trafican influencias, que hacen lobyy, que pactan secretamente, que incrementan explosivamente su pecunio, gente a quienes viven “sacando de contexto” son tristes ejemplos de servidores públicos que no se hacen cargo.
En los trabajos sucede lo mismo, habitualmente hay errores que nadie asume. Errores que son propios de cualquier quehacer laboral y que probablemente no tendrían mayores consecuencias, sin embargo nadie asume. Es mejor figurar y ser “chupa medias” que reconocer los errores, es mejor estar bien con el jefe, aunque esto dañe a terceros. Ocurre en los hospitales, donde los errores sí cuestan una vida, en las escuelas, en las construcciones, en las oficinas, etc.
Pero tampoco nos hacemos cargo de nuestros matrimonios. Cuantas parejas se distancian y se quiebran porque uno o ambos cónyuges no se hacen cargo de los errores cometidos. Uno de ellos sigue empecinado en cierto tipo de conducta nociva y no asume su responsabilidad ni reconoce sus defectos hasta que el matrimonio llega a su fin: mal uso del dinero, abuso del alcohol, compras compulsivas, abandono de sus hijos, conducta violenta, prioridad por el trabajo, etc ¿No mejoraría la relación si alguno de los cónyuges se hiciera cargo?, pero es más fácil defenderse que hacerse cargo, es más fácil culpar que asumir la responsabilidad.
Finalmente hay personas, individuos, que no son capaces de hacerse cargo de su propia vida, consumidores de auto ayuda, de las últimas terapias alternativas, seguidores del cura o del pastor para que les diga lo que tienen o no tienen que hacer. Individuos inseguros, indecisos, que no son capaces de asumir la responsabilidad de vivir, de pararse frente a sus circunstancias, de evaluarse y ver el equilibrio entre las cosas positivas y negativas e ir al frente.
Hacerse cargo, reconocer los errores, tomar conciencia de las consecuencias que ellos traen es un antiguo arte que hay que recuperar. Aunque pareciera que un pequeño grano de arena no hace playa, junto a otro y otro y otro grano lo consiguen y será bueno es esfuerzo, por nuestra propia salud emocional y la de la próxima generación.

martes, 14 de agosto de 2012

Superando la vergüenza


SUPERANDO LA VERGÜENZA
                       Pr.y Ps Juan E. Barrera

“y él respondió: oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí”
Génesis 3:10

Las dos primeras emociones del hombre caído fueron temor y vergüenza, ambas desconocidas para el hombre antes de su caída. Estaban al alero de Dios y eran los muy amados de Dios ¿De qué tendrían temor? Y vivían en la perfección humana ¿de qué tendrían vergüenza?, pero luego de la tentación y caída el entorno cambió, su mundo interno se vio revolucionado incluyendo sus emociones. Dejemos de lado, por ahora, el temor y centremos la atención en la vergüenza. ¿Qué es la vergüenza? Todos conocemos esta desagradable sensación. Se nos turba el ánimo, no sabemos como reaccionar, actuamos torpemente, se nos enciende el rostro, nos ponemos rojo y el sudor nos corre rápidamente, sin que podamos evitarlo. Esta emoción tiene al menos los siguientes aspectos:
  1. Sentimos vergüenza ante una falta que hemos cometido
  2. Sentimos vergüenza por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena.
  3. Sentimos vergüenza cuando pensamos que nuestra honra ha sido dañada y nos sentimos menoscabados
  4. Sentimos vergüenza ante no poder o no saber ejecutar algo
  5. La vergüenza es sinónimo de deshonra, deshonor.
Como muchas emociones esta es una de aquellas que no nos gusta vivir, pero que de cuando en cuando la vida nos expone: siente vergüenza el niño con los zapatos rotos, siente vergüenza la mujer sin piezas dentales, el hombre pobre, la mujer fea, el trabajador mal pagado, el hijo de un padre alcohólico, el despechado, el rechazado, el padre de un niño con retardo, el adúltero cuando es sorprendido, el mentiroso al ser confrontado, etc. Todos tenemos algo de que avergonzarnos, algo que hicimos o que nos hicieron, algo que debimos hacer y no fuimos capaz de hacer o algo que no hicimos y que todos esperaban que hiciéramos. La vergüenza nos hace sentir menos personas, nos humilla, nos denigra, nos bota. La vergüenza puede dejar marcas dolorosas en el alma que impulsarán cierta conducta, a veces inexplicable en nosotros. Conductas extremas frente a situaciones triviales pero que tienen su origen en aquellas vergüenzas pasadas que no hemos superado.
Este es uno de los aspectos terribles de nuestra humanidad, es como dice la Biblia sentirse desnudo. Dios no agrega nada más a la ya embarazosa condición del hombre tratando de esconderse y no mostrar su desnudez, al contrario, busca una solución, les da túnicas de pieles para que se cubran. Un inocente murió, para cubrir la vergüenza de Adán y Eva, ¡qué símbolo de lo que vendría!
Esta situación se vuelve a repetir cada vez cada vez que nos sentimos avergonzados por algo y la solución a nuestras vergüenzas sigue siendo la misma, Dios, que nos cubre con su manto de gracia y nos dice "no te avergüences yo llevé tu vergüenza en la cruz, yo llevé tu desnudez, tus fallas, tus errores, tus pecados, aquello que eres incapaz de confesar y aun de reconocer". No hay vergüenza que el Señor no cubra y sane, podemos vivir tranquilos, sin aparentar, sin esconder la cara, sin bajar la cabeza, sin bajar la mirada. Podemos recurrir a Dios y su gracia nos volverá a cubrir una y otra vez. El salmista nos recuerda que para no sentir vergüenza otra vez podemos recurrir siempre a la Biblia “ No tendré que pasar vergüenzas cuando considere todos tus mandamientos” (119:6)

Cierta incomodidad


Cierta incomodidad

Pr y Ps Juan E. Barrera
Hace tiempo que vivo con una incomodidad que se ha agigantado en el último tiempo. Una incomodidad que ni bien puedo explicar. Por un lado veo un tipo de vida cristiana tipo fiesta donde se celebra al Señor. Hay abundante música y buena música, una producción audiovisual de primera categoría, aunque muchos cantantes cristianos latinos ya pronuncian la T como “Ti” como los gringos. Se crean grandes eventos y se trae o lleva a algún cantante famoso del mundo evangélico o a algún predicador que promete a todos volverse ricos si “siembran y cosechan”. Se presenta con su mejor traje para convencer que lo que dice es verdad y cuenta un sinfín de anécdotas todas relacionadas al dinero, habla de dólares, autos caros, casa gigantescas y predica con fervor algo que no es el evangelio, que es muchas cosas pero no el evangelio de Jesucristo. ¿Se necesita ser salvo para ser rico? No, la persona se puede hacer rica sin tener a Cristo. Este falso evangelio ofrece aquello de lo cual no se necesita a Cristo.
Todo el mundo salta y baila, aplaude a Dios, alza los brazos y adora, grita, hace sonidos con la boca, canta y se emociona. Y comienza mi incomodidad. Muchas veces me pregunto qué hay de malo en eso. Personalmente me gusta mucho la música y disfruto largas jornadas escuchando cds de variados estilos musicales, sin embargo cuando veo imágenes de este tipo de eventos cristianos musicales masivos hay algo que me desagrada.  Tengo la impresión que siempre que hay cámaras hay algo artificial, que se crea otra realidad, una para la televisión, que algo ocurre cuando se enciende la luz de la cámara y se hace público aquello que es tan privado, la comunión con Dios. Tal vez la incomodidad se deba también al hecho de que se use como sinónimo de la vida cristiana un evento público, a veces ya grabado y editado. Muchas personas se van a sus casas convencidos que han adorado a Dios y dado el alto nivel de las emociones hasta se llegue a confundir todo ese ambiente con la presencia de Dios. Esto hace que muchas personas vayan de evento en evento buscando cada vez más emociones y esta no es la crítica típica del fundamentalista contra las emociones, pues estas tienen y deben tener un lugar apropiado en la vida de las personas. Quien no se emociona y quien no vive las emociones no es una persona sana. La crítica es a la búsqueda de la emoción por la emoción, una emoción sin Dios, sin el fundamento de la preciosa palabra de Dios. En este tipo de vida cristiana no hay sacrificio, no hay renuncia, no hay arrepentimiento.
La otra molestia y creo que la de mayor peso es que cuando uno lee el nuevo testamento completo, una o varias veces descubre que la iglesia no se fundamente ni crece en un ambiente de fiesta, sino que lo hace en medio del sufrimiento. Muchas de las cartas del NT están dirigidas a personas que sufren en diferentes lugares del mundo. La vida cristiana neotestamentaria no refleja un ambiente de fiesta sino de sufrimiento. Jhon Piper, con la profundidad que le caracteriza intentando dar una explicación al por qué del sufrimiento humano, dice que en la forma como el cristiano vive el sufrimiento refleja la gloria de Dios, porque lo vive de una manera distinta. Y es verdad, en el sufrimiento Dios revela su amor, su consuelo, su fidelidad, su Espíritu Santo, la eternidad, la esperanza. El cómo vivamos todas estas revelaciones le dice al mundo la clase de vida que llevamos. Siguiendo el argumento de Piper se puede concluir que la gloria de Dios en el mundo está difusa porque la imagen del cristiano típico de clase media no refleja ningún sufrimiento por Cristo, al contrario es una clase media cada día más parecida a los no creyentes, tecnologizada, endeudada, secularizada. El mundo de hoy no necesita un ambiente de fiesta para revelar a Dios, las superproducciones internacionales de cantantes famosos ya hacen eso y recorren el mundo entero haciendo fiestas, cantando sus canciones y ganando dinero. El mundo de hoy necesita otra cosa. Queremos ignorarlo, pero hay un grupo importante de cristianos en el mundo, que por mantenerse fieles a Cristo, que por ser discípulos de Jesús pagan un alto precio, hasta la muerte. Son hombres y mujeres que tienen puesta su mira en el más allá, que consideran en poco su vidas con tal de ser fieles. Ellos no viven de fiesta cristiana en fiesta cristiana. Son hombres y mujeres que sufren y para quienes la vida cristiana requiere el todo, no solo una parte de ellos. Saquemos la mirada de occidente y aprendamos como viven la verdadera vida cristiana en otras latitudes, sin cámara, sin luces, sin ruido, sin gritos de júbilo, pero con el corazón radiante de felicidad, llenos de gracia de poder y de eternidad.

miércoles, 1 de agosto de 2012

La cultura flaite


La cultura Flaite.
                                                                        Ps. Juan E. Barrera

No hay que hacer un gran esfuerzo para descubrir que lo flaite se ha tomado gran parte del entorno. Por “flaite” nos estamos refiriendo a esa cultura que exalta lo marginal y que se ha hecho tan común, más que una moda. La vestimenta, la música, el lenguaje, los gestos, los tatuajes, el modo de ser vulgar se ha tomado los espacios públicos. Resulta común ver grupos de adolescentes con el pantalón a medio caer, grandes polerones tipo raperos norteamericanos y las ya clásicas zapatillas de basquetbol haciendo gestos extraños con sus manos y hablando una jerga que muy pocos pueden entender. ¿Se trata solo de otra moda adolescente más o hay algo de fondo? Al parecer las modas habitualmente traen algo bajo la manga, no son casuales. La cultura flaite ha encontrado refugio en discursos sobre la no discriminación, el respeto a la diversidad, de la marginalidad como expresión artística y otros temas y ha llegado a diferentes medios. Al cine, a la música, a la literatura, a la publicidad y a la televisión que es su vehículo de propagación por excelencia a través de programas, entrevistas, y video clips de un sin número de grupos que se mueven al límite de la delincuencia, incluso muchos de ellos delinquen abiertamente y pertenecen a pandillas. Esto se refleja en la letra de las canciones que hablan de sexo, drogas, suicidios, homicidios, abandono, venganza, depresión. Lo flaite abandonó hace tiempo el mundo del rap o del hip hop y se ha internalizado en otras áreas, incluso ha penetrado en las iglesias cambiando el modo de vivir de muchos jóvenes que nunca han conocido la marginalidad y hacen suyo un discurso que no es propio. Hay muchas explicaciones para este fenómeno, principalmente sociológicas: marginalidad, transgresión, desesperanza, protesta, descontento, etc. Es probable que todas tengan algo de razón, no obstante quiero llamar la atención en un punto de este fenómeno. La pérdida de la belleza. Lo flaite pierde o esconde la belleza. Cada cultura se esmera por mostrar lo bello de sí. Un ejemplo de esto fue la presentación de los Juegos Olímpicos en Londres donde los organizadores, en poco tiempo hicieron un repaso de lo más bello de su cultura, terminando con Paul Maccartney y su música como broche de oro. La cultura flaite en cambio es el reemplazo de lo bello por lo grotesco. De lo estético por lo voluptuoso. De lo fino por lo tosco. De la creatividad por la repetición y la monotonía. De la armonía por el carnaval. De la valorización por la cosificación. De la sencillez por la ostentación. Finalmente lo flaite es el reemplazo del amor por la sensualidad, por la urgencia. Todo esto, por contradictorio que parezca, se combina o se conjuga en un estilo de vida donde ser flaite es motivo de orgullo, ¿será resignación? ¿Será falta de motivación? Lo cierto es que los modelos flaites mediáticos ganan mucho dinero explotando este orgullo. Tienen un mercado cautivo que los sigue y copia cada gesto que hacen, cada palabra que dicen y van repitiendo sus canciones como una letanía. Egos pequeños que se creen grandes, transgresores, pero que son frágiles e influenciables. ¿Cómo llegamos a este punto? Es el abandono de Dios que trae importantes consecuencias sociales. En Dios está la belleza, la hermosura, la perfección. Cuando nos olvidamos de Él no nos queda más que la deformidad, que la fealdad disfrazada de música o de moda. Volvamos a Dios y recordemos las palabras del Salmista  "Una cosa he demandado y esta buscaré, que esté yo  en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová"