martes, 31 de marzo de 2015

Gloria en lugar de ceniza

                                                  


“a ordenar que a los afligidos de Sion se les de gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar de espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya” Isaías 61:3


Hermosas palabras proféticas de Isaías que nos refieren de manera poética a uno de los temas más difíciles de abordar en el mundo moderno, el sufrimiento. Tema también complicado de abordar desde una postura bíblica ¿Por qué existe el dolor? ¿Por qué las personas tienen que sufrir? Si en la percepción del observador se cree que tal persona merece el sufrimiento, al parecer la interrogante pierde cierto poder, se lo merece, dice alguien y hay una especie de satisfacción en esas palabras, pero si el que sufre a los ojos del observador es una persona buena, la pregunta adquiere otro agregado más difícil de responder ¿por qué sufre la gente buena?
El pasaje citado no revela explícitamente el por qué de la ceniza, del luto, del espíritu angustiado, todos símbolos de sufrimiento, pero al leer el libro completo se descubre el por qué: decisiones propias, alejamiento de Dios, desobediencia, orgullo ¿Todo el pueblo de Israel se comportó así? Tal vez no, no obstante las consecuencias del castigo divino fueron para todos. Eso ya nos lleva a una primera conclusión, el sufrimiento alcanza a todas las personas, “buenas” y “malas”, es un hecho universal, el dolor existe. Hoy se oculta, se disfraza, se niega. Pocas personas quieren reconocer abiertamente que sufren, que lo pasan mal. La vida moderna considera vergonzoso sufrir. Se exalta la alegría, la algarabía, la felicidad, aunque para ello se deba recurrir a lo extremo, a lo adrenalítico y hasta el uso de químicos.
Otra conclusión de este pasaje es que es Dios mismo quien puede ser el causante del sufrimiento. Eso revela claramente el libro de Isaías. El cautiverio, la vergüenza, la muerte, el horror fue la consecuencia del castigo divino sobre un pueblo altivo, idólatra, infiel, y la mano de Dios se dejó sentir sobre ellos. Esta manera de obrar de Dios tampoco es muy popular en el día de hoy donde se glorifica “el Dios de amor” y esto no es un incentivo al legalismo que domina a la mayoría de las iglesias ni tampoco es un empuje a una actitud de juicio entre las iglesias, que ya tenemos mucho de aquello, si no es el reconocimiento bíblico que Dios, en su sola soberanía muchas veces decide actuar de manera punitiva con los que ama, y esta última palabra cambia el contexto de la posibilidad que examinamos. Si el que castiga no es Dios, se puede esperar lo peor de este castigador, porque la maldad del hombre no tiene límites y de ello la historia de la humanidad está repleta, ayer y hoy. El rey David lo entendió muy bien cuando Dios le dio a elegir el  castigo por la falta cometida al censar el pueblo. David escogió ser castigado por Dios y no por el hombre y es que si sufrimos bajo la mano de Dios, sufrimos bajo la mano de un Dios que ama. Así que tenemos esperanza, hay un fin, un sentido. Y la razón es que el castigo divino obra con misericordia, desde la gracia, la santidad, la fidelidad, la bondad y todo ese proceso aunque doloroso por demás produce en nosotros una transformación. El quebrantamiento, si nos rendimos, deja emanar de nosotros el aroma de Cristo, el aroma de vida. El quebranto rendido se lleva el aroma del orgullo, de la arrogancia, de la auto suficiencia y forma en nosotros a Cristo, nuestra esperanza. Este sufrimiento bajo la mano de Dios nos acerca a él quien es la única fuente de sanidad y restauración ¡qué glorioso misterio que el Dios que hiere es a su vez el Dios que sana! El corazón que entiende esto se arrodilla y adora en silencio, esperando la misericordia de Dios. El corazón que no entiende camina erguido y herido, desilusionado y enojado con Dios.
Una última enseñanza de este pasaje es que el sufrimiento no es eterno, tiene un final. La ceniza se cambiará en resplandor, el luto en aceite de gozo y el espíritu angustiado se cambiará por un manto de alegría. Esa es la promesa de Dios y esa es la práctica de Dios. Para muchas personas el sufrimiento suele ser un período largo, de meses y hasta años. Una larga enfermedad, el duelo por una pérdida, períodos de sequedad espiritual, de agonía emocional, de confusión. Largos períodos donde la persona camina en oscuridad, a tientas y se hace muy difícil vivir. Pero si no desmayamos, si pedimos a Dios las fuerzas para vivir un día a la vez y mantenemos la confianza en un Dios que todo lo controla, la larga noche se irá y el sol saldrá otra vez y las tinieblas serán luz, la tristeza gozo y la duda convicción. Dios cumplirá su propósito en nosotros y nuestra vida, en medio de las cicatrices mostrará la gracia, el perdón y el carácter de Cristo, su gloria brillando en vasos de barro y como Job declararemos “yo hablaba lo que no entendía”.
También debemos entender que muchas veces la restauración no será en esta tierra. Que tendremos que esperar cruzar el río de la muerte para recién disfrutar de la alegría plena. Esta fue la experiencia de cristianos como Jhon Bunyan, David Brainer o Amy carmichael, solo poro nombrar algunos. Fueron cristianos preciosos usados por Dios hasta el día de hoy, y que a pesar que algunos de ellos vivieron cientos de años atrás su vida de sufrimiento sigue sonando como una melodía suave pero potente que nos recuerda que las cenizxas pueden ser usadas por Dios para su propia gloria. Esta es la experiencia también de muchísimos cristianos perseguidos en el día de hoy en diferentes partes del mundo. Hombres y mujeres que bajo el sufrimiento han entendido que su liberación no será aquí sino en el cielo y viven cada día como si fuera el último en la tierra y el primero con Dios. Son hombres y mujeres que tienen en poco esta vida porque están mirando el gozo eterno, donde el espíritu angustiado se cambiará por manto de alegría, manto que les será entregado por el Padre mismo, Jesús nuestra alegría eterna.