Ps. Juan E.
Barrera. Blog “Contra el mundo a favor del mundo”
Desde siempre han existido muchas
formas de evidenciar una vida cristiana madura. El Nuevo Testamento nos ofrece
una lista de ellas, sin embargo hay una evidencia que escasea en el día de hoy
y que tal vez sea la más importante y solo unos pocos la poseen, la alegría. Esta
palabra deriva de un vocablo latín que significa “vivo, animado” y es una de
las emociones básicas, que alguien ha definido como “Un estado interior fresco
y luminoso, generador de bienestar general, altos niveles de energía, y una
poderosa disposición,…la acción constructiva que puede ser percibida en toda
persona, siendo así que quien la experimenta, la revela en su apariencia,
lenguaje, decisiones y actos” Hay pocos cristianos que viven de acuerdo a esta
descripción. Hoy en día hablamos de la necesidad de tener una sana doctrina, de
desarrollar prácticas enmarcadas totalmente en la revelación bíblica, de practicar
una moral impecable y todo ello es de suma importancia, pero quizá no son la
esencia de una vida cristiana madura. Hoy hablamos poco de la alegría. Si
comparamos a un creyente moderno y a un no creyente tal vez la diferencia más
obvia debería ser la alegría del creyente. Esta alegría debe brotar del
encuentro con el Cristo vivo, de la visión nueva de un cielo eterno, del
descubrimiento de un Dios presente cada día y de la experimentación contínua de
la gracia del Señor. La alegría es el testimonio exterior de un testimonio
interior y una prueba importante de que gozamos de la presencia del Señor. La
vida muchas veces presenta su lado más duro y lo hace de muchas formas. Esto es
igual para creyentes y no creyentes, pero es la alegría lo que diferencia a uno
de otro. La alegría es el mensaje necesario para el mundo de hoy. Podemos ser
creyentes y jamás experimentar alegría. Frente a la adversidad podemos reaccionar
de la misma forma que un no creyente: resentirnos, que es el enojo vivenciado
repetidamente, resignarnos, que es la rendición frente a lo que no podemos
cambiar o actuar estoicamente, es decir, racionalmente frente a las
circunstancias lo que llega a convertirse en una defensa psicológica. De
acuerdo con la Biblia ninguna de esas reacciones es la apropiada, la manera
correcta de vivir es practicar la alegría. Este estilo de vida le dice al mundo
que vale la pena ser cristiano, que hay una diferencia entre serlo y no serlo. Que
no es lo mismo. Los salmos contienen muchos pasajes destacando el tema de la
alegría, el Nuevo Testamento también. Sin embargo esta alegría no es fruto de
buenas intenciones, de las circunstancias apropiadas, de quienes somos o de lo
que tenemos. La alegría no la podemos fabricar, no es sintética, no es el
resultado de la autoayuda ni de ningún tipo de declaración, la alegría del
Cristiano es Jesús, el Señor, que habita en él y manifiesta su vida. Jesús es
la fuente de la alegría y el Espíritu Santo quien provee el testimonio interior
que algo increíble ha pasado, Dios ha salido al encuentro de un hombre o una
mujer y este encuentro deja una bendita marca que se manifiesta en la conducta,
la apariencia, el lenguaje, las decisiones y en la constante energía y
disposición de esa persona. Cantemos, como un testimonio público junto a David
“Quiero alabarte, Señor, con todo el corazón, y contar todas tus maravillas.
Quiero alegrarme y regocijarme en ti y cantar salmos a tu nombre oh Altísimo”
Salmo 9:1-2