miércoles, 25 de mayo de 2011

La extraña obra de Dios


La extraña obra de Dios
Juan E. Barrera
La obra de Dios, es extraña, el profeta Isaías en el capítulo 28 y el verso 21 así lo expresa. El modo de operar de Dios no se ajusta a una norma y en el contexto en que se menciona se hace referencia al sufrimiento y a este como proveniente de la mano de Dios. Dios es el autor del dolor de su pueblo. La palabra "extraña" en el idioma español quiere decir, rara, singular. También puede significar un movimiento inesperado, o algo ajeno a la naturaleza de la que forma parte. La obra de Dios es así. El modo de operar de Dios muchas veces es de esa forma. A veces inesperada, aparentemente ajena a la manera como esperamos que él obre.Respecto de nosotros los creyentes,tenemos algunos vicios en el día de hoy, vicios que provienen de una mala enseñanza teológica. Tenemos una manera pre fabricada y exitista de acercarnos a la obra de Dios. Pensamos que Dios siempre debe actuar de acuerdo a nuestros deseos o intereses.Lo confesamos y hacemos declaraciones como si el obrar de Dios dependiera de ello. Nos han enseñado de esa manera;que nada le faltará a los hijos de Dios, que Dios siempre cuidará a sus hijos, que sus hijos son siempre victoriosos, que al lado de Dios el creyente está seguro. Si elevamos la mirada más allá de las circunstancias todo esto es verdad, pero si vemos lo que ocurre a nuestro alrededor,lo inmediato, descubrimos a veces horrorizados o a veces maravillados que la obra de Dios es extraña. A veces es fuera de lo común. No responde a nuestra hermenéutica, ni a nuestra lógica, ni a nuestras expectativas, ni a nuestras oraciones, simplemente Él actúa como lo desea y no como lo deseamos nosotros. La obra de Dios es extraña, llena de sorpresas y al hombre moderno no le gustan las sorpresas, él quiere dominarlo todo controlarlo todo, poseerlo todo y para terror suyo no puede tener a Dios, si no es al revés, es Dios quien tiene al hombre y obra de acuerdo a su soberano arbitrio. Ante esta extraña obra de Dios podemos reaccionar de tres maneras.
Alejarnos escandalizados del actuar de Dios, choqueados frente a la manera en que Dios ha actuado o no ha actuado. Vemos enfermar y vemos morir a nuestros amigos,a nuestros seres queridos, vemos niños que nacen con dificultades severas, vemos como hombres y mujeres son abusados y explotados por otro y no vemos a Dios actuar como quisiéramos. Los hijos de Dios son acusados o traicionados, sufren burlas, castigos sociales, son despedidos de sus trabajos sin razón y todo esto de forma impune. Dios no defiende a los suyos, no responde a las oraciones ni da razones ni por qués. Nuestra hambre y sed de justicia nos sacude y nos alejamos sintiéndonos abandonados por Dios ¡Qué extraña es la obra de Dios!
Otra forma es ver la manera de obrar de Dios y no entender lo que está haciendo o lo que ha hecho, porque los resultados de una circunstancia no fueron los que esperábamos. Alguien no ha ofendido en lo más hondo y parece que a esa persona no le afecta en nada.Oramos por sanidad y no hay resultados positivos. Oramos para que eso cambie, pero nada ocurre. Oramos, alabamos, adoramos pero con pena en el corazón, con dudas, con tristeza, sin conformidad, sin la sana y santa resignación en la voluntad de Dios. Vamos por la vida estoicamente pero sin muestras de gozo por lo que Dios ha realizado. Somos hijos que obedecemos porque no nos queda otra opción,a regañadientes, pero en el corazón estamos confundidos,nos sentimos traicionados por Dios, estamos resentidos con Dios. Vivimos en una noche eterna sin ver la luz del sol brillar en nuestra existencia, sin que el Sol de Justicia resplandezca en medio de la obra que Dios ha hecho. Miramos alrededor y vemos las circunstancias sin encontrarles sentido y pensamos¡Qué extraña es la obra de Dios!
La tercera forma de reaccionar es la que Dios desea y que muy pocos logran. La de aceptar de corazón que la obra de Dios es como él quiera que sea. Que Él tiene el derecho, la autoridad, y la santidad y la perfección para obrar como él desee, aunque a nuestros ojos su obra resulte muy extraña. Ese fue el sentir de Job cuando declaró desde la más profunda de su miseria“aunque él me matare en el confiaré”, o de Pablo, quien lo había tenido todo en el pasado sin embargo tiene el valor para declarar “Todo lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo” o de Juan el Bautista “es necesario que Él crezca y que yo mengue”. Esta es la experiencia de quien se ha rendido a Dios, de quien se considera un siervo y recibe con gratitud el obrar de Dios sin desconfiar de lo que él realiza o de la manera en que se mueve, o no se mueve. Este es el creyente que puede alegrarse en medio de las duras pruebas, que ha puesto su esperanza en el más allá, que es capaz de esperar, de transitar por esta vida como un extranjero y un peregrino, independiente de sus circunstancias porque tiene toda la seguridad que su esperanza y su gozo completo no está en esta tierra, es aquel que mezcla sus lágrimas de tristeza, gozo y esperanza aunque la obra de Dios le parezca muy extraña.

martes, 24 de mayo de 2011

Pocos, pequeños y débiles


Pocos, pequeños y débiles
Juan E. Barrera
Pocos, pequeños y débiles, tres son los adjetivos empleados por el profeta Isaías para describir la situación emocional del pueblo de Moab sobreviviente de la catástrofe enviada por Dios en el capítulo 16, verso 14. Cuán apropiados son para describir el estado emocional del que sufre. Cuando la vida presenta su mejor cara y parece que todo va muy bien el hombre de hoy se siente feliz, satisfecho, omnipotente, pero si estas circunstancias cambian, entonces la percepción frente a la vida y a la existencia también cambia. El hombre o la mujer ya no se siente parte plena de este mundo global y en apariencia lleno de todo, no, se siente disminuido, como si él o ella fueran las únicas personas a las que les ha pasado algo. Así se siente el enfermo de cáncer, solo en su habitación, mientras la vida continúa allá afuera. Así se siente el doliente que ha visto partir a alguien muy querido, está solo, sola, nadie puede entender lo que está sintiendo, y es verdad, nadie lo puede sentir, porque el dolor se vive de una manera especial y distinta según los recursos que tenga cada persona. El que sufre se siente parte de unos pocos, aunque en realidad los que sufren son muchos. Vivimos en un mundo que sufre a diario. La creación sufre esperando su redención final, el que nace lo hace llorando, el que crece no lo hace sin llanto, el que madura no lo hace sin llanto, el amor no está exento de llanto y finalmente nos vamos llorando. Los que sufren no son pocos, son muchos, es la publicidad la que nos crea una realidad plástica, falsa, de eterna alegría, sin embargo para muchos el desafío de cada mañana es vivir ese día. Pero frente al sufrimiento no existe solamente esta percepción de ser muy pocos, sino que también está la sensación de sentirse pequeño, disminuido, aplastado y con razón. No hay nada más aplastante que el dolor, no hay nada que nos empequeñezca más que el desconsuelo. ¿Cómo se siente el niño frente a la aguja que brilla al sol en mano de la enfermera? ¿Cómo se siente la mujer que trae un bebé sin vida en su vientre? ¿Cómo se siente el torturado, entregado en las manos del torturador? ¿Cómo se siente una mujer o un hombre que ve partir a su pequeño repentinamente? ¿Cómo se siente quien pierde todos sus esfuerzos en un incendio, o en una estafa? Pequeño, diminuto. Así se siente también el hombre de hoy cuando toda la optimista esperanza de la modernidad no le puede librar de lo inevitable, cuando llorando debe resignarse y adaptarse a una realidad que no puede cambiar, que se le viene encima, que lo aplasta, que lo abofetea, que se burla de él, la ruina, la enfermedad, el desprestigio, la soledad, la muerte.
Finalmente el tercer adjetivo usado por el profeta, débiles, expresa muy bien la sensación del que sufre. Este no sólo se siente, poco, pequeño, sino que también se siente débil. Esta debilidad es de todo tipo. El que sufre se siente débil físicamente. El cuerpo reacciona consumiendo, al parecer más energía de lo habitual, si a eso se le agrega que el apetito desciende frente a una situación de dolor, más débil se siente la persona. Esta debilidad lo puede llevar a la cama. El que sufre no siente fuerzas ni para levantarse de la cama. Pero esta debilidad es, también, sin duda una debilidad de ánimo. El que sufre una pérdida importante, real o imaginaria se queda sin fuerza anímica, se decae, de desanima, se deprime ¿Alguien podría reprocharle esto? El duelo es ese período donde la persona no tiene ganas de nada, se siente vacío, sin energía, se siente débil. Esta debilidad llega al punto donde el sufriente siente que ya nos es capaz ni de llorar y solamente emite gemidos, lamentos.
El mundo de hoy está lleno de hombres y mujeres que repletan nuestras calles, tiendas, trabajos, transportes, que se sienten sin fuerza, interiormente se sienten muy débiles, cansados.
Leyendo el libro de Isaías se descubre fácilmente que frente a la percepción o a los sentimientos de sentirse solo, pequeño y débil la solución sigue siendo la misma Dios. Dios se revela de manera especial y lo hace de la siguiente manera. El doliente puede sentir que forma parte de un grupo pequeño que sufre, sin embargo Dios se encarga de mostrarle que son muchos los que sufren y que su gracia es suficiente para cada uno de ellos. Ejemplo de eso tenemos en los apóstoles, y los reformadores, hombre que se sintieron formar parte de un grupo reducido, pero que con Dios eran mayoría, y de eso podemos dar testimonio siglos después. Dios usa a estos pocos, les muestra lo que él puede hacer por medio de ellos. Frente a la pequeñez producida por el dolor, Dios se nos revela como un poderoso gigante. Muchas veces silencioso, quieto, casi ausente, pero haciéndonos grande por su gracia y la esperanza que él implanta en el corazón del que sufre. Frente ala debilidad, la respuesta es la misma, el apóstol Pablo da testimonio de ello, bastaba la gracia divina para seguir al frente. Pocos, pequeños y débiles, es solamente una percepción, Dios está aquí.