martes, 24 de febrero de 2009

Mi música favorita

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lunes, 23 de febrero de 2009


A Veces lloramos II o Ha muerto mi hijo
Juan E. Barrera

Este verano 2009 ha sido un tiempo que quisiera olvidar. Los primeros días de diciembre se veían optimistas. El 4 de diciembre de 2008 era nuestro aniversario de bodas, pero esa noche recibimos la terrible noticia que Diego, hijo de mi hermana Isabel, de tan solo 19 años estaba grave en el hospital, había sido atropellado. Partimos con mi esposa llorando en el metro y rogando a Dios que interviniera, sin embargo a las 11 de la noche de ese mismo día, nuestro muy amado sobrino entró al cielo, de manera inesperada y como jamás lo hubiéramos imaginado.
Tan solo un mes y medio después, el horror vuelve a repetirse. Suena mi celular y un vecino me avisa que mi hijo Joaquín, el menor de 9 años había tenido un accidente. Volví con el corazón en la mano sin saber que había pasado, solo para ver a mi hijo tendido en el suelo cubierto con un plástico. Eran las tres de la tarde, había partido al cielo a las 11 de la mañana.
El lugar estaba repleto de gente que lloraba, mi familia, hermanos de otras iglesias, amigos, vecinos. Todos lloraban conmigo y con mi esposa. Yo sentía que las piernas se me aflojaban de dolor y ya no tenía más lágrimas ¡No podía entender como algo tan terrible podía pasar! Mi niño, mi “torito”, mi “guarrito”, mi “chanchito” había partido.
Hoy hace un mes y 4 días que ya no está con nosotros y aún no puedo aguantar la pena. Me levanto cada mañana pensado en que no está. Me acuesto cada noche con un nudo en la garganta. Ya nunca más voy a recibir su beso y su abrazo antes de dormir y no puedo no llorar. Ha pasado un mes y hay muchas cosas que no puedo hacer: no puedo mirar sus dibujos animados, no puedo bañarme en la piscina, no puedo disfrutar de un asado o de una golosina, no puedo dejar de mirar su foto cada mañana y saludarlo. La vida ha tomado un ritmo más lento, más melancólico y definitivamente más triste.
Durante este mes son miles las preguntas que se han cruzado por mi mente, miles son también las explicaciones bien intencionadas que he recibido, miles las palabras de consuelo, sin embargo aún no consigo salir de estupor, todavía estoy en la etapa de la negación y es que pienso en mi hijo y no me convenzo que ya no esté, ni él, ni todo lo él representaba para mi. Podría escribir mucho acerca de mi hijo y de cómo me siento por su partida, pero un buen resumen es: me siento quebrantado hasta lo más profundo, sin alegría.
En medio de esta profunda pena son tres las cosas que lentamente se han ido afianzando en mi corazón y que son las transmito a mi esposa y a mí otro hijo:
La esperanza del cielo es algo real. He predicado del cielo muchas veces y he consolado a muchas otras personas con esta verdad. Ahora es mi turno de aplicarlo. El cielo es el lugar donde los que han creído en Jesús van después de vivir en esta Tierra. Mi hijo tenía nueve años y era un creyente en Jesús. Cuando era su turno de orar a la hora de la comida su oración comenzaba así: “Señor te damos gracias porque tú eres bueno y nos das todas las cosas”. Bueno el cielo es otra de las cosas buenas que Dios nos da. Me siento muy triste, pero no sé como me sentiría si no creyera que lo volveré a ver otra vez. Mi Joaco no puede volver a mi, pero yo voy a él. Llegará el precioso día, cuando esta vida quede atrás, y entonces nos volveremos a ver. Será un abrazo cósmico, el papito verá da nuevo s su “torito” y mi hijo abrazará otra vez a su “gooordo”.
Una segunda cosa, con la que he tenido que luchar más, es la de reconocer que todo viene de Dios. Que detrás de la tragedia está Dios. He leído con detención mi Biblia y no puede ser de otra manera. Todo comienza en Dios, en su mano está la vida y la muerte, Dios gobierna y reina, Él es el rey y aunque me duele profundamente como papá tengo que aceptar que, en base a esta revelación, Dios puede hacer lo que en su perfecta voluntad él considera lo mejor. Todo es de él. Por él y para él. Además, hace nueve años atrás, en un verano caluroso como este, en presencia de los hermanos yo tomé en brazos a mi hijo y se lo presenté, diciéndole con mucho temor y temblor, que antes que mi hijo era su hijo, por lo tanto él ha tomado lo que le pertenecía. Algún día, algún día sabré porque él quiso tomarlo ahora, esto si es que Dios desea revelármelo.
Yo un papá “chocho” tenia planes para que él sirviera a Dios, era nuestro proyecto familiar. Oraba que fuera un médico misionero a la India, un hombre lleno de misericordia y del amor de Dios, que fuera un músico, que hablara inglés, que fuera un caballero, que fuera grande y fuerte y me tomara entre sus brazos y dijera “papá te amo”, ahora sé que al menos en esta Tierra no ocurrirá. Frente a lo que no puedo comprender y que además me causa tanto dolor, solo puedo humillarme y decirle a Dios, entre sollozos que él es soberano y que cualquiera sea mi reacción nada va a cambiar, por lo que prefiero creer, a veces con mucho esfuerzo, pero creer que él sabe lo que hace y ante eso oro que Dios me llene de su gracia, que me ayude a vivir un día a la vez y que mi fe no decaiga, que un día la alegría vuelva a mi corazón otra vez.
Una tercera verdad que he ido aprendiendo en este breve caminar, era algo que ya sabía, pero que ha tomado una nueva dimensión, porque me toca de cerca: La vida cristiana está formada de alegrías y dolores. Cuando es el hombre quien toma el centro de la vida espiritual y de la teología, se espera que siempre vaya todo bien. Es una vida cristiana que gira en torno del hombre, es una teología del hombre, por el hombre y para el hombre, sin embargo esta es una visión equivocada de la vida, porque la muerte nos trae a la realidad: la vida es frágil, el hombre es vulnerable, la vida está llena de situaciones de peligro y como dice la Escritura la vida es como una neblina. Es breve, es fugaz. La vida también tiene sufrimiento. Un pastor que me escribió en aquellos días decía:”Los siervos de Dios también sufren” y esa es una gran verdad todos los hombres sufren, los cristianos y los no cristianos.
Este sufrimiento nos ayuda a descubrir cuan dependientes somos de Dios y cuan grande es su gracia y su consuelo. Pretender que la vida solo es vida si somos o nos sentimos felices todo el tiempo no es vivir la realidad. Jesús, nuestro amado Jesús, es el mejor ejemplo. Recordemos que él fue el varón de dolores. Invocamos su consuelo, su amor, su gracia y su paz para seguir siendo fieles aún en medio del dolor y de la oscuridad.