miércoles, 27 de febrero de 2008

Ya no escucho el tren

Ya no escucho el tren

Juan Barrera M

¡Ya no escucho el tren! Qué triste fue tener que reconocerlo, pero era verdad, y no era que el tren no pasara; aún hacía su recorrido, quizás con menos frecuencia, pero aún pasa. Es el tren que va de Santiago al sur y que yo escuchaba cada noche desde mi casa; no es que yo viviera cerca de la línea del tren, sino que el silencio de la noche llevaba su ruido hasta la Gran Avenida, en La Cisterna, donde vivía con mis padres, mi hermana y mi abuela. Era una casa de madera, pero acogedora, de un color verde ya desteñido por el tiempo, con un gran patio donde había una higuera, un ciruelo y un almendro que eran el alma de las aventuras para mi hermana y para mí.

La escuela quedaba a escasos tres minutos de la casa, la calle era de tierra, y pasaba un canal ¡el único canal en medio de un barrio residencial! ¡Cuántas pelotas nuevas se llevó ese torrente café! Las pichangas en verano eran incesantes, igual que el ruido de los aviones de la fuerza aérea que circundaban mi cabeza de niño travieso, con zumbidos suaves y luces de colores. De la cancha pasé muchas veces, para sufrimiento de mi mamá, directo a la cama, ¡previo paso por el refrigerador!

Al caer la noche las cosas cambiaban: leía revistas que mi papá me regalaba y luego de soñar despierto caminando por Patolandia o volando con Super Tribi, apagaba la luz y oraba, hablaba con Dios, le daba gracias por mi papá, mi mamá, mi abuela, y mi hermana. A veces incluía a mi perro Ringo, un perro rubio que recogimos de la calle con la cabeza rota y medio muerto de hambre. Se quedó con nosotros muchos años, hasta que lo enterramos, con mucha pena, en el jardín de la casa. Luego cerraba los ojos y justo antes de dormir escuchaba el tren; no me dormía hasta escuchar su ruido metálico, pesado, lejano. Agudizaba el oído hasta que el ruido se perdía, imaginaba la locomotora de aspecto feroz, monstruoso, tirando de unos carros negros con mucha carga o con vagones con luz encendida y gente diciendo chao por la ventanilla. Así fue por años, no sé cuántos, después de orar escuchaba el tren y luego me dormía.

Una noche me acosté y para mi tristeza, no escuché el tren. Es más, ni siquiera recordé el tren. Era la misma casa, el mismo techo, la misma luna y las mismas estrellas que iluminaban mi cara de niño travieso, pero algunas cosas habían cambiado. Ya no era mi cama de colcha amarilla, ni debajo de ella estaba mi pelota de fútbol. Tampoco estaba mi abuela; ya había partido con el Maestro. Tampoco estaba mi hermana ni sus muñecas; ahora era mamá de verdad. Tampoco estaba el Ringo, sólo unas pocas flores en el jardín recordaban sus ladridos. Yo tampoco era el mismo. Tenía veinte años más y regresaba al hogar paterno con algunas heridas a cuestas, enojado con Dios y su obra. Estaba cansado, solo y desilusionado, abatido, abandonado por Dios, los hermanos y mis amigos.

Esa noche volví a mi casa, a mi patio, con la higuera, el ciruelo y mi almendro, pero ya no era lo mismo. Esa noche no oré, ni escuché el tren. Es muy probable que este continuó pasando cada noche durante esos veinte años, pero yo no estaba para escucharlo, y esa noche tampoco tenía oídos para escuchar al tren de mi infancia ni oídos para Dios, solo escuchaba mis propios lamentos, mis quejas y mis lágrimas, lágrimas de joven solitario y pastor abatido.

Una noche, sin embargo, después de muchas noches de silencio y soledad ocurrió un milagro: Mi esposa se había dormido recién a mi lado y mi hijo dormía feliz en su cuna a un costado. Yo también tenía sueño, pero cerré los ojos y agradecí a Dios por ellos, por ser su hijo, por el trabajo, por su amor y su mano siempre presente en mi vida ¡y entonces ocurrió! Antes de dormir, ¡escuché el tren a lo lejos! Su ruido poderoso me recordó tantas cosas, venía tocando la bocina, poderoso, metálico, ¡como antes! Esa noche también lloré en silencio pero de alegría.

lunes, 25 de febrero de 2008

Las funciones familiares


Funciones De La Familia I: Apoyo Emocional

Pr. Juan Barrera Muñoz

H
ace unos días comencé esta serie de artículos sobre las funciones de la familia en el día de hoy. Comencé con otro de los puntos, pero mientras lo hacía algo inesperado surgió: La muerte de nuestro cachorro, “el Nicky” y todo este suceso doloroso para nuestra familia me hizo cambiar el orden de los artículos. Déjenme que les cuente acerca de nuestro Nicky, era un Coquer Spaniel de color café, americano, llegó a la casa de quien era en ese entonces mi novia, dormía en una caja de zapatos y tomó mamadera hasta un buen tiempo después que nos casamos. Antes que nuestros hijos llegaran ya estaba el Nicky, persiguiendo gatos y encaramándose en cuanta cosa pillaba, corriendo y ladrando feliz por el jardín, pero hoy murió, estaba viejo, con cáncer y tuvimos que resignarnos a su pérdida. No intento ser meloso con la historia, pero lo que pasó ilustra bien esta función familiar, la de proveer apoyo emocional. ¿Qué hace una familia generalmente frente a un hecho como este?, tal vez le reste importancia al asunto, lo esconda de sus hijos pequeños y les prometa a sus hijos traer un perrito igual al que acaba de morir, pero en mi caso quise aprovechar este momento para enseñar a mis hijos algo importante en lo que respecta a las emociones. Para nosotros, adultos, es probable que la pena se pase pronto, y quizá a los niños también, pero el recuerdo del incidente quedará para toda la vida, así que pensando en eso y en los artículos que estaba preparando hicimos lo siguiente.
¿Qué va a hacer con él?-me preguntó el hombre que vino a la casa-voy a hacer un hoyo en el jardín y voy a hacer que mis hijos se despidan de él- creo que es mejor no hacer eso-me respondió-contradiciendo dije, -creo que es bueno para ellos conocer la experiencia de la muerte, y aprender el valor de los animales, dije yo, casi sin poder contener las lágrimas. No sé si esa persona se estaba riendo de mí o no, pero yo sentía una pena profunda por mi perro, así que, hicimos un funeral en el jardín y yo, el papá oficié de sepulturero, mientras mi esposa Lupe, la mamá, Juanito,10 y Joaquín, 6 y yo llorábamos juntos la partida de un buen amigo. Le hicimos cariño, lo miramos allí tirado en silencio recordando sus travesuras y entre lágrimas le dijimos algunas palabras personales cada uno y luego sin dejar de llorar cubrimos su cuerpo totalmente con tierra y sobre ella enterramos una planta. ¿Qué tiene que ver todo esta escena familiar con el tema en cuestión?, mucho, pues brindar apoyo emocional significa crear un ambiente emocional afectivo positivo, y no quise dejar pasar la oportunidad para dejar en mis hijos una enseñanza eterna.
¿Cuáles son las características de una familia que apoya emocionalmente a sus hijos?
1. Una familia que vive sus emociones de manera sana, que expresa sus emociones frente a las cosas buenas y frente a las desgracias, frente a las alegrías y frente a los duelos, frente a las victorias y derrotas familiares. Padres y madres que no sienten vergüenza de llorar frente a sus hijos, padres que se consuelan mutuamente, una familia donde cada uno puede expresar sus emociones y estas son respetadas y valoradas.
Una familia que presta apoyo emocional es también una familia donde se vive el humor, donde unos se pueden reír de otros sin herirse y también donde cada uno puede reírse de si mismo, de sus cosas buenas y cosas malas, a “mayor orgullo menos humor” escribió alguien.
2. Una familia que satisface las necesidades de los hijos y les brinda amor de manera expresiva, especialmente en los primeros años, pues a medida que van creciendo otras funciones y otras demandas van adquiriendo importancia y muchas veces esta primera función va disminuyendo, aunque jamás deberá desaparecer de una familia que se ama. Hay muchas maneras de demostrar el amor y satisfacer las necesidades emocionales de los hijos, y hay mucha literatura al respecto, pero, las formas básicas son el amor expresado en forma verbal, “te amo” es una palabra mágica a cualquier edad y sobre todo en un niño pequeño. Si no se tiene la costumbre de expresar el amor a través de las palabras, suele ser difícil comenzar, pero una vez que los padres descubren el efecto positivo que las palabras cariñosas tienen sobre sus hijos comienzan a usarlas con mayor dedicación, “te amo”, “eres un niño lindo”, o “una niña linda”, “eres tan inteligente”, “nada de lo que hagas puede impedir que te ame”, “eres el regalo del Señor para mi”, estas y otras palabras son una manera vital de llenar el baúl emocional de un niño, baúl al que va a recurrir en algún momento y sacar de aquí recuerdos que le fortalecerán o guiarán en alguna decisión futura.
Tocarlos es otra forma de expresar el amor, un buen abrazo, una sonrisa, jugar juntos a la pelota y hacer un gol juntos vale más que mil libros sobre la relación padre-hijo, ver juntos un partido en una shopería o comerse juntos un Barros Luco en la calle abrazados y riendo no tiene precio.
Descubrir cuales son aquellas cosas materiales que le haría feliz y regalárselas, dentro de las posibilidades de cada familia, (¡porque para muchos la lista es interminable!) es otra manera de brindar y expresar el amor, pequeñas agendas, tatuajes de mentira, unas zapatillas, un video juego, una película, un cd, una pulsera, una revista, un libro, lápices de colores, chapitas, etc son cosas que no cuestan mucho, pero que para los niños tienen gran valor
Otra forma de brindar apoyo emocional es que nosotros como padres nos mostremos también vulnerables a los problemas de la vida, llorar juntos con los pequeños logros y pequeñas penas de nuestros hijos, llorar si no quedó en el equipo de gimnasia, si el compañerito no la miró, si otro le dijo que era fea, llorar de alegría con una buena nota en matemáticas, con los goles en la pichanga del recreo. Mostrarse vulnerable además frente a los hijos cuando enfrentamos las frustraciones propias de adultos, un ascenso que no resultó, un problema familiar de difícil solución, dolor por la enfermedad de los abuelos o de otra persona. No esconder las emociones ni tratar que los niños no las vivan cuando estas son dolorosas.
En nuestra casa, este último tiempo estamos practicando ciertos rituales para recordar momentos emocionales importantes, por ejemplo: se termina el año escolar, entonces tenemos un asado especial para dar gracias a Dios y celebrar que después de un año de esfuerzo en el colegio por fin llegaron las vacaciones y a todo el mundo le fue bien. Celebramos cumpleaños, celebramos la licenciatura del Kinder de Joaquín, celebramos que ya aprendió a leer, celebramos el fin del invierno, la llegada de la primavera, del verano, celebramos que al papá le vaya bien en un examen, el cumpleaños de la mamá, etc y en todo damos gracias a Dios que nos permite estar juntos, y ser una familia. También tenemos momentos de recordar a personas que amamos y que ya no están con nosotros. Hace poco, en la mesa lloré al saber que un pastor amigo, de mi adolescencia, había partido para estar con el Señor, entre lágrimas les conté quien había sido, les dije lo importante que es dedicar la vida para Dios, de cómo él había salido adelante en la vida con la ayuda de Dios, de su alegría, de su amor por la música, por el deporte, oramos juntos para que el Señor diera paz a su familia, y nadie se rió o sorprendió que el papá llorara.
3. Este apoyo emocional debe tener límites y estos deben establecerse para que el niño no sea sobreprotegido, un amor excesivo puede convertirse en un amor patológico, estar siempre encima del niño, no dejarle libertad, no darle la oportunidad de cometer errores puede hacer que el niño crezca sintiendo siempre la necesidad de protección, aunque en realidad no la necesite. El niño necesita todo el amor y apoyo emocional, pero esto no debe convertirse en una burbuja que le impida su propio crecimiento. Milicic,1985 dice que los padres atribuimos a nuestros hijos ciertas cualidades y los tratamos como si las tuvieran, llegando incluso a etiquetarlos, nuestros hijos crecen con esas etiquetas y construyen su concepto de sí mismos en base a ellos, y luego se comportan como si estas atribuciones o etiquetas fueran verdaderas, “el débil”, “el desordenado”. “el ganador”, muchas de estas etiquetas parecieran ser nuestros sueños o nuestros propios temores que colocamos sobre nuestros hijos. El trabajo de nosotros los padres no es etiquetar, ni sobreproteger a los hijos, sino que en un equilibrio amoroso permitir que ellos mismos se encuentren, logren identificarse y diferenciarse. Darles raíces en las cuales afirmarse y sostenerse y luego alas con las que puedan volar sigue siendo el gran desafío para los padres. La autora que ya he citado identifica ocho criterios que impiden el desarrollo de una afectividad equilibrada y por antonomasia podemos deducir cuales son los criterios que ayudan al desarrollo afectivo de nuestros hijos:
1. Ausencia de modelos afectivos
2. Malos modelos
3. Carencias afectivas
4 Cuidados insuficientes hacia los niños
5. Daños a la autoestima
6. El abandono
7. Abusos sexuales
8. Climas afectivos fríos o poco gratos.

Una familia que se esfuerza en desarrollar un hogar que brinda amor y apoyo emocional está evitando conductas tan nefastas como las conductas suicidas, egocentrismo, violencia, indiferencia, trastornos alimenticios, trastornos del ánimo, conductas todas que afectan a un número importante de niños y adolescentes. Un hogar que brinda apoyo emocional está además sembrando felicidad no solo para ese mismo hogar, lo que ya es bastante recompensa, sino que además está preparando padres, estudiantes, trabajadores, jefes, empresarios, líderes, intelectuales y gobernantes más felices, íntegros, empáticos y misericordiosos, hombre y mujeres que representen los valores de Cristo en un mundo no cristiano.
Dios nos enseña en su palabra: La mujer (y el hombre)sabia edifica su casa (prov.14:1). El
vivir bajo un mismo techo y tener lazos sanguíneos no nos convierte automáticamente en
una familia, es la forma como nos relacionamos, el tipo de vida que llevamos, las cosas que hacemos y no hacemos, eso y mucho más es lo que nos convierte en familia. Esta tarea no se debe improvisar, ni dejar al azar, ni pensar que el tiempo se ocupará de ello. Un familia, una casa, un hogar, como nos enseña Dios se edifica, se construye. Con paciencia, con amor, con oración, con perdón y con el apoyo emocional que todos necesitamos, cuyo modelo perfecto se encuentra en Dios mismo, a quien, por la fe, podemos acercarnos para que nos abrace, nos cobije, nos escuche, nos reprenda y nos aliente y a quien por fe llamamos Padre.